Callejón oscuro. Fuente: redeblogsylibros.ning.com |
Después de la lluvia, las calles estaban tan desoladas como cualquier otro domingo por la noche. El viento había secado los charcos y arrastraba quedito los últimos restos de los afiches que los barrenderos municipales habían arrancado muy temprano de las paredes.
La señora caminaba de prisa, procurando que sus tacones no resonaran demasiado en la oscuridad de la calle. Había pensado llevar el carro, pero habría sido peligroso. Con todo y la limpieza ordenada por la alcaldía, aún estaban en pie algunas barricadas que los manifestantes habían levantado con sillas quebradas y toneles vacíos. Tampoco habían podido quitar del todo los clavos regados estratégicamente para puncharles las llantas a los camiones del ejército, y no era cosa de arriesgarse a dejar el carro tirado en cualquier parte.
En casa seguramente la esperaba el marido, impaciente porque llegara a servirle la comida / porque no es lo mismo cuando me sirven estas mujeres que ni poner bien un tenedor pueden yo vengo cansado si supiera cuántos pacientes atendí hoy y es justo que usted esté en la casa esperándome no me gusta que ande en la calle peor en estos tiempos que /
A lo lejos se oía el motor de un carro / tengo que apurarme estos zapatos me chiman me hubiera puesto los otros y encima hay que andar bien vestida a él no le gusta verme desarreglada / parece la patrulla dios mío que doble en la esquina que no pase por aquí y si fuera octavio pero no el carro de él no suena así pero /
Por la acera de enfrente caminaban dos mujeres, una muy joven y otra muy vieja. Parecían abuela y nieta, pero también podrían ser madre e hija. Caminaban de prisa / todos caminamos rápido uno no se puede parar nunca las he visto en este barrio qué andarán haciendo /
El auto se oía cada vez más cerca / dios mío ya es de noche gracias a dios aquí está mi tarjeta de identidad dinero no ando son las siete el toque de queda me irán a /
La patrulla iba despacio, como un animal salvaje que husmeara a ambos lados de la vereda. Ya todo estaba oscuro.
—Mirá, Chico.
—¿Qué?
—Carne. Dos mujeres.
—Puta, ya era tiempo.
—Allá va otra, no jodás, una vieja tufosa.
—Mirá a la cipota, vos. Hoy me la piso por andar puteando después del toque de queda.
—Esperate, vos. Hay que pedirle los papeles a esa doñita también, y si no los anda, quién sabe si no va al gancho también.
/ no me oíste dios mío es la patrulla pero a mí no me van a hacer nada soy la esposa del doctor octavio y esas mujeres quiénes serán pobrecitas si no andan la identidad se las van a llevar las van a /
—Mamá.
—Ya nos jodieron, apurate. Por tu culpa, si no te hubiera hecho caso ya estuviéramos tranquilas en la casa. Pendeja que soy, quién me manda a meterme en mierdas.
/ tun tun si camino muy rápido se va a ver sospechoso caminá despacio calmate no te va a pasar nada no te va a pasar nada no te va /
—Párese allí, señora.
—Y ustedes también, no se muevan.
—A ver, sus documentos.
—Aquí están / me sudan las manos tal vez se van ligero más vale que /
—Mirá esta identidad, vos. Toda despegada. ¿No sabe que la identidad hay que cuidarla?
—A saber si es falsa. ¿No serán salvadoreñas ustedes?
—No, señor, somos hondureñas, somos de Goascorán.
—¿No te dije? Salvadoreñas han de ser, y del Farabundo. Registralas.
—¡No me toque!
—No te hagás, yo sé que te gusta. ¿Qué hacés en la calle a estas horas, pues? Solo las putas y los subversivos andan en la calle a estas horas.
—Dejá a la cipota, gran cabrón. Son machos solo porque tienen pistola.
—Callate vos, vieja. Vos la has de mandar a putear.
/ ya no aguanto no puedo estar aquí viendo esto pero si me meto me va a caer a mí también qué hago pobrecitas si supiera cómo se llaman qué /
—Mirá vos, lo que anda esta jodida.
—¿Qué?
—Literatura subversiva.
—A la puta, ¿y estos papeles?
-Leé vos, que a mí me cuesta.
—“No al al - za en el cos - to de la vi - da. No más vio- len - cia con - tra la mujer.” Grandísimas putas, ¿y todavía dicen que no son guerrilleras?
La primera patada duele más por la sorpresa. En el suelo no hay tiempo para respirar, toda la sangre está concentrada en las sienes / tun tun ay mi brazo la cipota la van a violar ya no /
—Soltame, desgraciado.
—Ay mamaíta, si vieras qué rico nos cogemos a las guerrilleras.
—No somos guerrilleras, hijueputa.
—Ya te dije que te callaras, vieja pendeja.
/ dios mío dame fuerzas no puedo dios mío tengo miedo pero yo soy la esposa del doctor octavio a mí no me va a pasar nada a ellas pobrecitas dios mío la muchacha cómo /
—Oficial, aquí está mi identidad.
—¿Qué? Échela, pues. Usted se puede ir. Chico, echá a esas en la paila, que no se suelten.
—Yo soy la esposa del doctor Octavio Díaz.
—Y a mí qué putas... ¿Quién dice?
—El doctor Octavio Díaz.
—¿El doctor Díaz? ¿Mi capitán?
—Bueno, sí / así ha de ser por eso los viajes las llegadas tarde después de todo gracias dios mío no siempre andaba con aquella mujer y a mí que me importa es como un contrato de qué sirve preguntar para /
—Enchachalas bien a esas, vos. Señora, la vamos a ir a dejar a su casa. Ya ratos pasó el toque de queda y es peligroso andar en la calle. Mire a estos subversivos, hasta mujeres hay, y son de las peores. Súbase, señora, aquí adelante. (Andate con esas en la paila, vos.) Yo quiero mucho a mi cap Díaz, a su esposo, quiero decir. Como él es doctor, nos ayuda a veces con estos delincuentes, porque a veces se nos pasa la mano. Usted sabe, la ley es la ley y tenemos obligación de defender la patria. Estos subversivos no merecen nada, pero somos humanos, hasta doctor les conseguimos. ¿Por aquí es, verdad? Si ya me acuerdo, a veces hemos venido a dejar a su esposo a las tres, cuatro de la mañana, en el otro carrito, claro. Es que esos pícaros no quieren hablar y tenemos que interrogarlos con médico y todo, como en la Oshner, jajajaja. Y después no agradecen, somos incomprendidos. Usted me entiende, ¿verdad? Yo soy el cabo Martínez, Trinidad Martínez, para servirle.
—Mire, cabo, yo quiero pedirle un favor.
—Con gusto, señora. Imagínese, la esposa de mi capi... del doctor Díaz.
—Yo conozco a estas mujeres.
—¿A éstas? ¿Que las conoce?
—Sí, la señora va a lavar ropa a mi casa.
—¿Está segura? Tenga mucho cuidado, señora, estas son guerrilleras, ¿no ve lo que les hallamos?
—Yo las conozco. No se meten en nada, curiosas es que son. De seguro hallaron eso en la calle y lo recogieron. Yo creo que no saben ni leer. Perdónelas por esta vez, cabo. Déjelas ir.
—Señora, me pide algo difícil. Usted sabe cuál es mi responsabilidad. Perdone, pero eso sí que no, ¿no ve que me van a fregar a mí?
—No se preocupe, mi marido responde.
/ octavio dios mío que no esté ahorita en la casa que no salga qué estoy haciendo cómo voy a /
—Ya llegamos. ¿No está mi capi... el doctor?
—No, a esta hora todavía no ha llegado.
—Lo voy a hacer por esta vez. Pero solo porque usted es la esposa de mi capitán y él me ayudó una vez que me querían joder. Chico, soltá a estas viejas. / / Que las soltés, te digo.
—Sí, mi cabo. Bájense, grandes putas.
—Se salvaron por esta vez, pero la próxima que las hallemos las vamos a desaparecer. ¿Oyeron? Buenas noches, señora. Dígale a mi capitán que el cabo Martínez le manda saludes.
/ mi capitán no es de los que se dan vuelta qué suerte tuvieron estas pendejas bueno me voy a quitar las ganas con emperatriz esa jodida con tal que le paguen le complace cualquier gusto a uno y el pendejo de chico me vale riata yo con /
—Subite, Chico. Vámonos a la verga.
La patrulla arrancó y dobló en la primera esquina. Sin apresurarse, la lluvia empezaba a desteñir los últimos restos de los afiches.
(De Una cierta nostalgia, Editorial Iberoamericana, Tegucigalpa, 2010. Segunda edición.)
© María Eugenia Ramos
© María Eugenia Ramos
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