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16 de junio de 2021

Representación de la violencia de género en cuatro cuentos hondureños del siglo XXI


Alegoría de la libertad. María Izquierdo, 1937.

Introducción

«¿Cómo se puede narrar la violencia, sobre todo cuando alcanza niveles de desmesura y horror que arrasan con todo lo que de humano hay en el hombre?», se pregunta el crítico uruguayo Gustavo Lespada (2015), refiriéndose a la violencia en la literatura latinoamericana reciente. Desde otra perspectiva, cabría preguntarse: ¿es posible dejar de narrar esa violencia sin límites que atraviesa la historia y la cultura de esta región del mundo, con denominadores comunes y particularidades específicas por época y país? ¿Y cómo abordarla desde el lenguaje propio de la narrativa de ficción, claramente diferenciado del discurso sociológico?

La violencia abarca un amplio espectro, que incluye entre sus manifestaciones más visibles la guerra, la represión estatal, la pobreza, el hambre, el crimen organizado y la violencia de género, término que, según Naciones Unidas, «se utiliza principalmente para subrayar el hecho de que las diferencias estructurales de poder basadas en el género colocan a las mujeres y niñas en situación de riesgo frente a múltiples formas de violencia», y además describe «la violencia dirigida contra las poblaciones LGBTQI+, relacionada con las normas de masculinidad/ feminidad o las normas de género» (ONU Mujeres, s.f.).

El presente artículo analiza el tratamiento de la violencia de género en el cuento hondureño del siglo XXI, específicamente la violencia contra las mujeres y las niñas, en cuatro narraciones publicadas entre los años 2012 y 2019, correspondientes a tres autoras y un autor: Mimí Díaz Lozano, Jessica Sánchez, Rebeca Becerra Lanza y Kalki Martínez. Para los fines de este artículo, se ha considerado relevante el contexto biográfico de las autoras y el autor, si bien se entiende que estas circunstancias no determinan el valor literario que se pueda atribuir a las obras.

Los cuentos se presentan en orden cronológico, atendiendo a la fecha de su publicación.

«La prisionera», de Jessica Sánchez

Nacida en Lima, Perú, en 1974, la escritora hondureña Jessica Sánchez es licenciada en Letras y una voz reconocida de los movimientos feministas en el ámbito hondureño y latinoamericano. Su gestión en cargos directivos de sociedad civil ha contribuido a generar espacios para la organización y creación artística de las mujeres, incluyendo concursos literarios y la fundación de una Escuela de Narrativas Feministas. Como defensora de derechos humanos, brinda acompañamiento a mujeres víctimas de violencia de género, de la que ella misma es sobreviviente (entrevista de Óscar Estrada, 2016).

Infinito cercano (2010) recoge siete cuentos en los que tres generaciones de mujeres enfrentan una violencia cotidiana, manifiesta en golpes y humillaciones, pero también en secretos y silencios. En palabras de Gustavo Campos, el mérito del libro reside en que su trama biográfica encuentra su sentido en la construcción imaginaria y la memoria, retratando a «mujeres prisioneras de un modelo de sociedad, pero también su liberación» (Campos, 2012). 

En estos cuentos encontramos imágenes intensas y bien construidas que evidencian la capacidad de la autora de convertir al lenguaje de la ficción narrativa la memoria y la denuncia de un modelo de sociedad que normaliza la violencia, como se puede apreciar en estos ejemplos: «Palabras gruesas y obscenas, que hubiera jurado ante peligro de muerte no oírlas jamás de su boca, salían atropelladas, ruidosas, como pasajeros de un autobús desbordado saliendo por las puertas, por las ventanas, por las grietas del techo». «—Apagá esa luz. —No puedo, madre, está prendida en mis párpados».

En «La prisionera», narrado en primera persona, la protagonista es una mujer que tiene el hogar conyugal por cárcel. Su carcelero y verdugo es el hombre que prometió amarla y acompañarla; sin embargo, la promesa de felicidad se convierte pronto en amenazas, golpes, y la angustia de comprender que para sobrevivir es necesario escapar. La víctima se sumerge en un silencio sumiso; sin embargo, de alguna manera está preparando las condiciones para su liberación, a costa de un dolor extremo, expresado en la metáfora de limar los barrotes con sus propios dientes, percibiendo el sabor a óxido y sangre.

Finalmente, toma la decisión de dejar todo atrás e iniciar muy lejos una nueva vida. Sin embargo, el pasado subsiste en pesadillas recurrentes que la hacen retornar una y otra vez a la prisión. Pese a todo, el epílogo de la historia es esperanzador: «De los carceleros mejor ni hablar, ellos están muertos y a los muertos se les oye desde lejos, se les pone flores, velas y, por último, se brinda, hasta se baila en su honor. Nosotras, por otro lado, seguimos vivas y brillantes. Estamos fuera».

«Virgen», de Kalki Martínez

El escritor Kalki Martínez nació en 1980 en San Pedro Sula. Ha escrito poesía y cuento. Ejerció la docencia durante muchos años en su ciudad natal, hasta que recientemente se vio forzado a migrar junto a su familia, como resultado de la misma violencia de la que ha dado testimonio: «...la conozco [la violencia], la he padecido, me he revestido y disfrazado en ella para sobrevivir. Ahí perdí la inocencia, me corrompí, entrené mi alma y mi comportamiento» (Martínez, 2018, en entrevista de Leda Lozier).

Virgen y otros cuentos (2017) aborda el fenómeno de la violencia instaurada en San Pedro Sula, ciudad considerada en 2012 y 2013 como la más violenta del mundo (Conexihon, 2013), e incluida en 2018, junto con Tegucigalpa, entre las 50 ciudades más violentas del mundo (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 2019). Sus personajes son «jóvenes separados por la violencia de los barrios sampedranos»; al inicio del libro, son «muchachos normales», pero a medida que se suceden los relatos se convierten en «muchachos brutales que han perdido la inocencia, están en guerra con el mundo y no entienden el porqué de su malestar. La violencia es lo único que parece satisfacerlos y los hace sentirse distintos e importantes» (Arita, 2018).

Las maras y pandillas, como lo señala el propio Martínez en la entrevista antes citada, han sufrido una mutación en Honduras desde sus inicios en los años noventa, hasta el crimen organizado, especialmente la extorsión y el sicariato. Un estudio reciente señala que entre 2010 y 2019 comenzaron a tener «una vida híbrida, entre la clandestinidad y lo público». La inestabilidad política y el deterioro institucional han permitido que «pandilleros y simpatizantes se infiltren en cuerpos policiales, militares, juzgados y en puestos de gobierno» (Asociación para una Sociedad Más Justa, 2020).

«Virgen», el cuento que da título al libro, narra la historia de Suyapa, una joven pandillera, desde el punto de vista de un adolescente que la ha amado por mucho tiempo de forma platónica. La joven ha sido asesinada, y la visión de su cuerpo expuesto a la curiosidad morbosa de los habitantes del barrio desencadena en el muchacho los recuerdos de su amistad con ella, que era el centro del deseo masculino, pero también objeto que pasaba de mano en mano. Por medio de estos recuerdos, intercalados con eventos presentes, el autor presenta el panorama de un vecindario sometido por completo al poder de las maras.

El feminicidio, según Rita Segato (2013) «utiliza el significante cuerpo femenino para indicar la posición de lo que puede ser sacrificado en aras de un bien mayor, de un bien colectivo, como es la constitución de una fratría mafiosa». El sacrificio del cuerpo de Suyapa se describe sin concesiones, con detalles como los abundantes tatuajes, heridas, signos de violación. Los pájaros han empezado a devorar el cadáver. Tanto en vida como después de muerta es revictimizada por los comentarios soeces de todo el barrio, especialmente de los hombres. La ejecución de Suyapa, haya sido o no responsabilidad directa de la mara, constituye el corolario de lo que se podría considerar una fraternidad masculina que la sentenció desde que a los nueve años fue violada por su padre. En contraste con este contexto de cosificación, la genuina amistad entre el protagonista y Suyapa pone un toque de ternura.

El simbolismo del cuento va más allá, considerando que en el título se asocian las connotaciones del estereotipo de la virginidad en el marco de una sociedad patriarcal, como también el hecho de que el nombre de la joven asesinada es la advocación de la virgen de Suyapa, representativa del imaginario en el que se sustenta la idea de la nación hondureña (véase Amaya, 2005). El cuerpo utilizado y finalmente asesinado de Suyapa podría compararse con el estado actual de un país saqueado hasta la destrucción por una clase gobernante cuyos vínculos con el narcotráfico han sido reconocidos internacionalmente (véanse, por ejemplo, los informes de Insight Crime).

«En el lago», de Mimí Díaz Lozano

Mimí Díaz Lozano en su juventud. Foto: UNAM.

Mimí Díaz Lozano nació en Tegucigalpa el 21 de mayo de 1928 y falleció en San Pedro Sula el 14 de mayo de 2021. Se tituló como licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Hija de la reconocida escritora Argentina Díaz Lozano, vivió persecución política desde temprana edad, cuando sus padres fueron enviados al exilio por el régimen de Tiburcio Carías Andino. A lo largo de su vida mantuvo una militancia activa por la consecución de ideales revolucionarios, incluyendo la lucha por la liberación de sus hijos en Honduras durante la década de los ochenta (Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras, 2021).

Su único libro de cuentos, Sendas en el abismo, publicado por primera vez en México en 1959, ha sido calificado como «un libro clave de la literatura hondureña» que «merece ubicarse dentro de las mejores narrativas del país, pues constituye un signo de modernidad literaria en las letras hondureñas» (Funes, 2009); sin embargo, su valía ha pasado desapercibida.

Más de sesenta años después, fue México también el país que contribuyó a revalorar a Mimí Díaz Lozano. En 2020, se publicó Vindictas, antología de cuentistas latinoamericanas del siglo XX, en el marco de un proyecto conjunto de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Editorial Páginas de Espuma, que reivindica a autoras injustamente relegadas. La autora seleccionada por Honduras, luego de considerar otras propuestas, fue Díaz Lozano, con su cuento «Ella y la noche».

Durante el proceso de recopilación de datos para la presentación de la propuesta de autoras hondureñas para Vindictas, la autora de este artículo pudo constatar el casi total desconocimiento que existe en Honduras de la obra de Mimí Díaz Lozano. Sesenta años después de su primera publicación, se imprimió una reedición de su obra, con el nombre Sendas en el abismo y otros cuentos, mediante un esfuerzo estrictamente familiar, lo cual explica la ausencia de cuidado editorial, especialmente en los cuentos inéditos agregados, lo que se refleja incluso en evidentes errores ortográficos. No se tiene un dato preciso sobre la fecha en que fueron escritos estos nuevos cuentos; sin embargo, de acuerdo con su hijo Ruy Díaz, son posteriores al año 2000 (Díaz, comunicación personal, 13 de mayo de 2021). Esta circunstancia, y la persistencia de la violencia como eje de sus relatos, convertirían a la autora en un puente entre la narrativa hondureña del siglo XX y la del siglo XXI.

De los cuentos agregados en la edición de 2019, se ha seleccionado para esta muestra «En el lago», narrado en primera persona, en la voz de un pescador. El personaje, solitario, vive junto a un lago, donde recibe las visitas de su sobrina, una niña que se presume pronta a entrar en la adolescencia. Por medio de las palabras cariñosas que el protagonista le dedica, nos enteramos de que la niña es huérfana de madre (la hermana del personaje), y de que su madrastra le aplica castigos físicos extremos, además de obligarla a hacer trabajos domésticos.

A primera vista, el ejercicio de minuciosa recreación del paisaje y la reconstrucción fonética del habla rural hondureña que aparecen en el cuento son más propios del costumbrismo, lo cual representaría un retroceso, considerando que justamente el gran aporte de Mimí Díaz Lozano en 1959 fue su carácter de «precursora de las innovaciones narrativas que surgieron a finales de la década de los sesenta en el país [...] cuando la mayor parte de los narradores hondureños todavía seguían apegados a la expresión romántica-modernista vertida en moldes criollistas» (Umaña, 2009).

Sin embargo, a medida que transcurre la lectura, la autora logra transmitir una sensación de inquietud que, en un espacio brevísimo (el cuento apenas tiene poco más de una cuartilla), llega a convertirse en terror, cuando identificamos el grado de violencia oculto detrás del paisaje bucólico y el canto de los pájaros. La sensación de horror e impotencia que produce la lectura se incrementa cuando en los últimos párrafos nos enteramos de que el protagonista del cuento ejerce de forma continuada abuso sexual contra su sobrina, justificándose en una pretendida demostración de afecto.

La tensión y la fuerza narrativa, así como la magistral construcción del personaje del abusador por medio del monólogo, permiten trascender la anécdota. De tal manera, el relato es significativo y cumple un elemento esencial de los buenos cuentos identificado por Julio Cortázar (1971): «algo estalla en ellos mientras los leemos y nos propone una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada».

«Sopa marinera», de Rebeca Becerra Lanza



Rebeca Becerra Lanza nació en Tegucigalpa en 1970. Es licenciada en Literatura y tiene una amplia trayectoria como escritora. En 1992 obtuvo el Premio Único de Poesía Centroamericana Hugo Lindo, con su libro Piedra y luna. Pertenece a una familia de reconocida militancia en las luchas políticas y sociales. Su hermano Eduardo fue desaparecido y posteriormente asesinado en la década de los ochenta, siendo presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras. Rebeca Becerra ha denunciado persecución política y laboral a raíz del golpe de Estado de 2009, incluyendo vigilancia en su domicilio, amenazas de muerte y detención ilegal por varias horas, junto con una de sus hijas, en ese entonces de seis años de edad (Kaos en la Red, 2010).

En su libro de cuentos Enigma del gato ciego (2019) se encuentran «las huellas de la profunda incertidumbre contemporánea en un espacio global en donde el ser humano ha perdido las certezas que le inyectaban fe y optimismo» (Umaña, 2017). «Sopa marinera» narra la historia de una mujer que se prepara, después de veinte años, para reencontrarse con el hombre que fue su pareja. Entusiasmada y ansiosa, le cocina una sopa marinera, platillo símbolo de la gastronomía caribeña. Mientras tanto, recuerda que el hombre, un músico de temperamento volátil, tiene antecedentes de alcoholismo y fue abusado sexualmente durante su infancia. Ella, por su parte, atrapada en el ciclo de una relación violenta, se ha esforzado durante el tiempo transcurrido desde su separación por adquirir habilidades que él practica: «No quise convertirme en él, pero también aprendí a tocar la quena».

La protagonista se esmera en organizar todos los detalles del encuentro de manera que a él le resulten satisfactorios: el color del mantel, las flores. Se angustia porque la mesa es cuadrada y a él le gustan redondas. Viéndose ante el espejo, en simbólica alusión a su búsqueda de identidad, recuerda episodios del pasado en los que el hombre la agredió físicamente, ahorcándola, golpeándola en el rostro, pateándola. El cuento describe minuciosamente el ciclo clásico de violencia doméstica: después de cada episodio, el hombre lloraba, pedía perdón y terminaban haciendo el amor «como locos».

La violencia psicológica también se aborda en el cuento, incluyendo la pérdida de identidad de la protagonista en su afán de complacer las preferencias masculinas. Acudiendo al recurso de la minuciosa descripción de los ingredientes y procesos necesarios para preparar la sopa, la autora establece un paralelo con las circunstancias que se suman para completar la receta de una relación desigual.

Finalmente, se produce el reencuentro, pero resulta decepcionante para la protagonista, al constatar que para el hombre la relación no ha tenido el significado trascendente que tuvo para ella. Desesperada, encuentra fuerzas para reclamarle y devolverle de algún modo los golpes recibidos. Casi a las puertas de una reconciliación, decide terminar de una vez por todas con el ciclo. La muerte del agresor, aunque sea a costa de la vida de la víctima, representa también una forma de liberación.

Conclusiones

Las escritoras y el escritor incluidos en este artículo no solo escriben sobre, sino desde la violencia que han experimentado de primera mano: violencia doméstica, política, y violencia generada por maras y pandillas en el marco de un Estado fallido. Los cuatro cuentos están narrados en primera persona, y en tres de ellos se hace alusión directa al abuso sexual infantil, tanto de niñas como de niños.

La literatura, como el arte en general, se crea en un marco histórico y social determinado. De allí que la violencia, en un país como Honduras, sea una constante en la narrativa, incluyendo la violencia de género en todas sus manifestaciones. Pero además de la violencia expresa, hay otra subyacente, manifiesta en la reproducción de un canon literario y académico que reduce el panorama de la literatura, y especialmente de la narrativa, a determinados autores y muy pocas autoras, prácticamente ninguna, a partir de una lectura generalmente masculina.

El prólogo de la antología Vindictas apunta la necesidad de «desestabilizar y cuestionar un canon sujeto a un espacio heteropatriarcal blanco, que fundamenta una lectura excluyente y, por tanto, crea una invisibilidad». Mimí Díaz Lozano, fallecida recientemente, es el caso emblemático de una obra que, a pesar de su brevedad, representa un aporte que trasciende en el tiempo; sin embargo, ha sido prácticamente ignorada en los círculos literarios hondureños, con excepción de unas pocas miradas más inclusivas, como las de Helen Umaña y José Antonio Funes.

Los cuatro cuentos aquí reseñados tienen un tratamiento literario que satisface la idea de significación vinculada con la intensidad y la tensión (Cortázar, 1971). Este rasgo distintivo se manifiesta también en narraciones producidas recientemente por autoras emergentes que abordan la violencia de género. Por otra parte, es importante señalar que dentro de la academia hay nuevas generaciones de investigadoras, como también algunos investigadores, que ya no solo se plantean como tema de estudio la obra producida por autores hombres. Por tanto, cabe la esperanza de que en un futuro no muy lejano se logre superar el estigma relacionado con la discriminación de género, mediante la construcción de nuevos espacios y paradigmas para la publicación y difusión de obras literarias.

Referencias

Amaya, Jorge Alberto (2005). «Los estudios culturales en Honduras: la búsqueda de algunas fuentes culturales para la reconstrucción del imaginario nacional hondureño». En Diálogos Revista Electrónica de Historia vol. 6 n.° 2 agosto 2005 - febrero 2006. https://cutt.ly/Mb3YrbW

Arita, Dennis (2018). «La vida es un juego violento». En diario La Tribuna, 1 de febrero de 2018. https://cutt.ly/ubJY04x  

Asmann, Parker (2021). «Incierto futuro para presidente de Honduras tras cadena perpetua para su hermano». Insight Crime. https://cutt.ly/yb3YwLX

Asociación para una Sociedad Más Justa (2020). Estudio de la situación de las maras y pandillas en Honduras 2019. PNUD.

Basile, Teresa, coord. (2015). Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana reciente [en línea]. La Plata [AR]: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. (Colectivo crítico; 2) En Memoria Académica. Disponible en: https://cutt.ly/cbJUrL3

Becerra Lanza, Rebeca (2019). Enigma del gato ciego. Tegucigalpa: Editorial Universitaria.

Campos, Gustavo (2012). «Un retrato de la intimidad. Infinito cercano». En Página al Viento, boletín de la Editorial Universitaria, UNAH, n.° 3, oct.-nov. 2012. Disponible en https://cutt.ly/abJY31e

Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras (2021). «Despedimos a una gran luchadora revolucionaria». https://cutt.ly/gb3WnI1

Conexihon (2013). «San Pedro Sula, otra vez la ciudad más violenta del mundo». https://cutt.ly/7bXOgsk

Cortázar, Julio (1971). «Algunos aspectos del cuento». Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, edición digital a partir de Cuadernos Hispanoamericanos, n.° 255 (marzo 1971), pp. 403-406. https://cutt.ly/ib3WBUs

Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, AC (2019). Las 50 ciudades más violentas del mundo 2018. https://cutt.ly/gb3Yfev

Díaz Lozano, Mimí (1959). Sendas en el abismo. México: Costa-Amic Editores.

Díaz Lozano, Mimí (2019). Sendas en el abismo y otros cuentos. Tegucigalpa.

Estrada, Óscar (2016). «Jessica Sánchez y el precipicio de cristal», entrevista, El Pulso, 30 de noviembre de 2016. https://cutt.ly/kbJY4LQ  

Funes, José Antonio (2009). «Libros clave de la narrativa hondureña (X). Sendas en el abismo», en Rinconete, Instituto Cervantes. https://cutt.ly/MbXOckM

Kaos en la Red (2010). «Honduras: Rebeca Becerra denuncia amenazas a muerte por parte de golpistas». https://cutt.ly/Zb3DNs9

Lozier, Leda (2018). «Virgen y otros cuentos, el mundo de violencia urbana en Honduras». Entrevista a Kalki Martínez. Diario La Tribuna, 1 de diciembre de 2018. https://cutt.ly/obJY5M2

Martínez, Kalki (2017). Virgen y otros cuentos. San Pedro Sula: Editorial Tres Orillas.

ONU Mujeres (s.f.) Tipos de violencia contra las mujeres y las niñas. https://cutt.ly/MbXP5lF

Sánchez, Jessica (2010). Infinito cercano. Guatemala: Editorial Letra Negra.

Segato, Rita (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Buenos Aires: Tinta Limón. Disponible en https://cutt.ly/Xb1R7K1

Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999). Guatemala: Editorial Letra Negra.

Venegas, Socorro; Juan Casamayor, editores (2020). Vindictas. Cuentistas latinoamericanas. México: UNAM/Editorial Páginas de Espuma.

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Agradecimientos

La autora agradece a Carolina Torres, Dennis Arita, Suny Arrazola, Andrea Portillo Ramos y Dulce María Núñez Zaldívar las aportaciones brindadas para este artículo, como también a la Editorial Universitaria por haber facilitado una de sus publicaciones en forma digitalizada. 

10 de diciembre de 2017

El mundo perturbador de "Una cierta nostalgia"

Afiche del Centro Cultural de España en Tegucigalpa para la presentación
de la cuarta edición de Una cierta nostalgia, Tegucigalpa, febrero de 2017.


Dennis Arita*


Publicado originalmente en 1998 en un diario de Tegucigalpa, Una cierta nostalgia ha tenido tres ediciones en forma de libro; la última, de 2016, bajo el sello de la Editorial Guaymuras, en la que también Ramos asumió el diseño de cubierta y páginas interiores, dando muestra de su delicadeza en estos menesteres.
Debido a la dificultad de abarcar en unas cuantas páginas la profusión de temas y símbolos que sugiere cada nueva lectura de Una cierta nostalgia, prefiero limitarme a cuatro de los motivos que se repiten en las narraciones del libro: las amenazas, los sueños, la locura y los espejos.
Las amenazas
Estamos rodeados de amenazas: la amenaza de quedarnos solos, de morir violentamente, de vagar por un mundo donde comunicarse es imposible. La literatura ha explorado desde hace siglos esos temores primigenios de la humanidad, dándoles formas de monstruos, páramos oscuros, cavernas, espacios que nos aplastan con su inmensidad o nos espantan con su estrechez, funcionarios malvados, tribunales incomprensibles y horrorosos laberintos. Las historias que la literatura nos cuenta para describir las amenazas que nos acechan todos los días son a veces claras como los antiguos mitos o herméticas y oscuras como las novelas de Kafka. En los mejores libros, los causantes de nuestros miedos se pueden ocultar bajo máscaras inesperadas y estar al acecho en sitios insólitos.
Los cuentos de Una cierta nostalgia describen eficazmente algunos de nuestros temores más poderosos, los muchos enemigos que nos desafían y que en ocasiones no sabemos reconocer porque dentro llevamos sembrados otros miedos que nos ciegan y nos impiden medir la fuerza con que esas amenazas nos hacen sus esclavos. A veces, parecen sugerir las narraciones de Una cierta nostalgia, no hay peor enemigo que el que llevamos dentro.
Para hablarnos de nuestros miedos, Ramos usa en sus relatos una escritura límpida y tersa que no parece anunciar los materiales tenebrosos con los que trabaja e imagina situaciones límites en las que sus personajes, casi siempre mujeres, deben luchar contra los monstruos que las asedian desde fuera y contra otros que se abren paso desde los rincones oscuros de la mente.
La soledad, todos lo sabemos, nos intimida y es capaz de carcomer nuestra cordura. No hay día que no estemos inventando maneras de no sentirnos solos, formas de declarar nuestra repugnancia al vacío. Como a nosotros, a los personajes de Una cierta nostalgia les da temor sentirse solos y son capaces de todo por huir de la amenaza de la incomunicación y el desamparo; pueden incluso, como Marta, en El círculo, décimo cuento del libro, desdoblarse, transformarse brevemente en otra persona que no está sola, que tiene una historia compartida, una casa, un marido, unos hijos. El problema de Marta, como el de todos los que intentan evadir la soledad por medios ilegítimos, es que de ese modo pueden deslizarse poco a poco y sin darse cuenta hacia el territorio de la locura. Ramos describe con delicadeza y habilidad consumada el paso de las fantasías a la brutal realidad de los seres solitarios.
Amenazada también está la Cenicienta de Entre las cenizas, cuarta pieza del volumen, y su soledad se parece a la de Marta porque, como en El círculo, la burbuja evanescente donde transcurre su existencia toca apenas por un momento el mundo, hecho de guerras y exilio, del príncipe Miguel, quien la sueña una noche tan solo para poseerla, dejándola al final más desamparada que nunca, incapaz de vencer al “fantasma implacable” que la tortura cada noche.
La misma clase de aislamiento padece Sonia en La partida, quinto relato del libro: en un mundo arrasado por un temblor apocalíptico, Sonia y sus dos compañeros masculinos, el “censor implacable” Pablo y el amoroso Francisco, deben dejar atrás la casa donde ya les resulta imposible impedir que se escapen sus recuerdos. La huida de fuerzas enigmáticas se parece a la de los hermanos en Casa tomada, de Cortázar. Sonia, igual que Cenicienta y Marta, está aislada y la barrera que le impide comunicarse toma la forma, en el relato, de un vidrio que los separa.
Los hombres en la vida de estas tres mujeres se parecen a Marcos en Cuando se llevaron la noche, séptimo relato del volumen; al comienzo del cuento, Marcos duerme o tal vez se imagina “lejos, tal vez caminando sobre alguna duna” y, aunque descansa en la misma cama que la narradora en primera persona del relato, en realidad no está con ella. Misteriosas entidades, como en La partida, asedian la casa donde ella y Marcos se han citado para hacer el amor y rompen su relación, al parecer definitivamente.
Tan poderosa como la amenaza de la soledad es la de la muerte y es difícil nombrar un miedo peor que el de morir violenta, injusta y anónimamente, como le ocurre a Isaías, protagonista de El vuelo del abejorro, primera historia del libro; sin embargo, el relato nos revela que, en efecto, sí hay una peor forma de morir: que se burlen de nosotros antes de liquidarnos, que primero nos atemoricen, luego nos den un respiro, una esperanza fugaz, y al final nos destrocen revelándonos una maldad sin límites. Como una especie de contrapunto irónico, el segundo cuento del libro, Para elegir la muerte, anuncia desde su título lo que no pudo hacer Isaías en El vuelo del abejorro: Samuel sí escoge la forma de su muerte, pero no es una muerte común, es la muerte “sin recompensa”, diferente a la de quienes mueren por amor o por fe, pero semejante a la de quienes entregan la vida por una causa sin la satisfacción de contemplar los frutos de su ofrenda definitiva.
Ambas narraciones están unidas también por la crítica social; entre los pliegues de la fábula se desliza el fantasma de la represión política. Aunque el primer relato no nos aclara de dónde procede la violencia que acaba con la vida de Isaías y el segundo solo lo sugiere con la mención de la clase de muerte escogida por Santana (“había elegido morir como desaparecido político”) y en la manera enigmática de describir la muerte elegida por Samuel, en el tercer cuento de la colección, Domingo por la noche, las implicaciones políticas están expuestas con toda claridad: una patrulla detiene a dos mujeres que vienen de repartir volantes contra la represión y una tercera mujer, esposa de un doctor aliado de las fuerzas represivas, las salva de la violación, la tortura y, tal vez, la muerte.
Domingo por la noche nos presenta, así, al hombre como otra amenaza y a las mujeres sometidas al hambre masculina de poder. Esta forma de describir a los hombres como criaturas poseídas por intereses y motivos oscuros y a las mujeres como víctimas de los caprichos varoniles se magnifica y adquiere dimensiones fantásticas en Los visitantes, octava narración del libro de Ramos. La protagonista anónima de Los visitantes escapa de “tres jóvenes bien vestidos” que pretenden llevársela por la fuerza y regresa a casa con la ayuda de dos seres extraterrestres, uno de los cuales muestra misteriosos atributos masculinos que fascinan a la jovencita.
No debe extrañarnos que la protagonista de Los visitantes prefiera soñar (como insinúa el final del relato) con un hermoso galán de otros mundos en vez de caer en manos de una pandilla de borrachos; como las muchas soñadoras que pueblan las páginas de Una cierta nostalgia, ella escoge sus fantasías en vez de “la carga de una existencia respetable”. Soñar despiertos o dormidos se convierte de esa manera en una forma de imponerse a la realidad y las mujeres, protagonistas mayoritarias de las historias de Una cierta nostalgia, pueden soñar para crear mundos alternos en los que, si bien fugazmente, son felices. Al menos es así hasta el momento en que sus sueños se convierten en pesadillas.
Sueños
Si el mundo real está erizado de amenazas constantes que alzan su horrible rostro en cada esquina, a los personajes de los cuentos de Una cierta nostalgia les queda por lo menos el consuelo de soñar. En una muestra de sarcasmo tal vez involuntario de Ramos, los soñadores que aparecen en sus narraciones se dividen en hombres que están literalmente dormidos y mujeres que sueñan para crear mundos donde a veces alcanzan un simulacro de la felicidad y otras veces son víctimas de sus sueños transformados en pesadillas; son, de cierta manera, representaciones de la escritora que sueña ficciones.
Una muestra asombrosa de la manera como Ramos maneja el material onírico es Entre las cenizas, primera incursión del libro en el terreno de algo que podríamos llamar fantasía pura: en una interesante reelaboración de un famoso cuento de hadas, Ramos describe cómo el príncipe Miguel sueña con Cenicienta cuando, de vuelta de una derrota en la guerra, se alberga en una destartalada cabaña en medio del bosque. El príncipe se parece a los demás ejemplares de su sexo que pasan por las páginas del libro de Ramos: es un ser de preocupaciones primitivas, interesado más en satisfacer sus deseos que en ponerse en los zapatos, sean o no de cristal, de una mujer. Miguel se duerme y sueña con Cenicienta, pero sueña con ella solo para poseerla y, una vez que ha terminado el acto, el sueño parece también terminar; sin embargo, Ramos, en una vuelta de tuerca prodigiosa, hace que Cenicienta continúe el sueño del príncipe y que tenga un sueño dentro del sueño iniciado por el hombre, aunque el suyo no es solo un sueño placentero, sino una “pesadilla que la acecha desde niña” bajo la forma de un animalito de juguete que le destroza el cuerpo a dentelladas.
En Entre las cenizas, Ramos maneja con eficacia varios planos y logra un texto sorprendente que supera su prestigiosa ascendencia fantástica y se convierte en una alegoría de la incomunicación. Los planos oníricos de los dos personajes se tocan durante un breve lapso, pero, al final, Cenicienta queda sola y perdida.
Otra forma de la pesadilla acecha a Adriana en El viaje, novena pieza del libro. La narración es una nueva muestra de la habilidad técnica de Ramos al barajar el plano onírico y el plano real, desplazándose con sutileza de uno a otro y estableciendo al comienzo elementos que revelan todo su significado en el poderoso cierre del relato. El sueño de Adriana es también premonitorio; en una metamorfosis sorprendente, el reloj soñado por ella se transforma, en la realidad del cuento, en otro artefacto mecánico: un automóvil. Adriana se parece a la Sonia de La partida; ambas son criaturas de duros hábitos (“detestaba el desorden”), y está sometida al inflexible código materno (“mirarse al espejo era pecado, decía su madre”; “llorar cuando se muere alguien es un pecado”) que a lo mejor determina de algún modo la simbología de sus sueños.
A veces, los sueños en las narraciones de Ramos entran en un espacio inestable donde los personajes podrían estar perdiendo la razón o moviéndose en ámbitos puramente fantásticos. Ese es el caso de Marta en El círculo y la chica anónima de Los visitantes; tal es el rico poder de sugestión de ambas piezas del libro que no sabemos si las dos mujeres sueñan despiertas, están entrando en el territorio de lo irreal o se han vuelto locas.
Locura
En el cuento fantástico El horla, publicado en 1882 por Guy de Maupassant, el narrador en primera persona nos describe a una abominable criatura que lo espanta cada noche; el lector no es capaz de decidir si la entidad es auténtica o es solo el producto de los desvaríos del narrador.
Si es posible hablar de realidad e irrealidad en una ficción, en cuanto maneja primordialmente elementos imaginarios, entonces, la delicada articulación de lo real y lo irreal en la narración del maestro francés se parece a lo que Ramos consigue en algunas de las historias de Una cierta nostalgia: Carmen, en La otra, sexto relato del libro, está tan obsesionada con su belleza reflejada en los espejos y con el supuesto engaño de su novio que comienza a perder el control de su mente e imagina que en el fondo de su espejo favorito acecha la otra. Los espacios real e irreal se contaminan y, al final de la narración, un espejo ha desaparecido fantásticamente de la casa de Carmen; esta contaminación de planos es parecida a la de Entre las cenizas, donde la muñequita de trapo del sueño se materializa asombrosamente “sobre el jergón” donde el príncipe pasó la noche.
Si estamos dispuestos a entrar en el juego propuesto por la ficción en La otra, los hechos del relato deberían entonces tomarse al pie de la letra porque nos los cuenta un narrador objetivo y omnisciente; juzgamos que Carmen ciertamente ha enloquecido, pero la fantástica desaparición del espejo deja la puerta abierta a la posibilidad de que la irrealidad haya invadido el espacio real propuesto por la narración. En cambio, Cuando se llevaron la noche es narrado en primera persona por una mujer anónima, quien, después de escuchar golpes en el techo de la casa donde duerme con su amante, descubre aterrorizada que “se llevaron la noche”. La posible dimensión fantástica del relato tiene quizá menos importancia que la explicación siquiátrica o las connotaciones simbólicas: la noche que “se llevaron” adquiere de golpe muchos significados.
La ventana en Cuando se llevaron la noche, el espejo en La otra y la puerta del autobús en El círculo son como portales por donde los personajes pueden perderse en una dimensión alterna o, más probablemente, en la locura. Marta, en El círculo, atraviesa la puerta del bus y con ese acto trivial parece pasar temporalmente al cuerpo de otra mujer menos solitaria y tal vez más feliz.
Espejos
Narciso, nos cuenta el mito griego, era un joven tan enamorado de él mismo que se ahogó al caer en el estanque donde se contemplaba.
El relato La otra es un eco del antiguo mito, pero en este caso es una mujer la que se deja seducir por su propia imagen reflejada en un espejo. El misterio esencial de los espejos, la posibilidad fantástica de que por una luna se asome otro universo, mejor o peor que el monótono mundo de todos los días, es parte del encanto y el miedo que La otra nos provoca.
No solo la imaginación popular ha fantaseado con la idea de que las superficies reflexivas son umbrales fantásticos. En A través del espejo, de Lewis Carroll, Alicia viaja a un mundo de posibilidades infinitas atravesando una lámina de vidrio pintado.
Es cierto que, en la fantasía de Carroll, Alicia pasa por situaciones bizarras del otro lado del espejo, pero ninguna de sus experiencias en el mundo alterno tiene el aura de desolación que deben afrontar las protagonistas de los cuentos de Ramos cuando contemplan su reflejo. Así, en El círculo, Marta se duerme en el autobús y se sueña como una niña cerca de una fuente; el encanto de esa imagen se rompe cuando Marta se asoma a la fuente y ve “una sombra oscura reflejada en el agua”. El miedo de Marta a las superficies reflexivas no es exclusivamente suyo; alguno de nosotros debe haber sentido algo parecido más de una vez. Los espejos pueden ser imaginados como portales fantásticos, pero tienen una facultad más espantosa: nos devuelven la imagen de nosotros que a veces no quisiéramos ver.
La fidelidad
La lectura de Una cierta nostalgia nos deja un sentimiento contradictorio: estamos ante un libro de prosa luminosa, pero donde personajes solitarios y amenazados, en precario equilibrio entre la locura y las realidades alternas, deambulan por paisajes sombríos y, en ocasiones, destruidos por cataclismos.
Parece que en un mundo como el que describe Ramos no hay sitio para la esperanza: los personajes están separados unos de otros y se mueven en sus respectivas burbujas, infladas de sueños, visiones y fantasías. Nadie entiende a nadie e incluso la muerte es un producto vendido por misteriosas corporaciones.
Domingo por la noche es el único cuento del libro que, a pesar de su argumento perturbador, ofrece la solidaridad como una salida; sin embargo, no es un hombre quien equilibra la balanza solidarizándose con las mujeres que están a punto de ser violadas: es otra mujer quien las salva.
En Una cierta nostalgia, María Eugenia Ramos, fiel a su ideario, no se traiciona nunca ofreciendo salidas fáciles.

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* Narrador hondureño nacido en La Lima, Honduras, en 1969. Ha publicado los libros de relatos Final de invierno (2008) y Música del desierto (2011).

Fuente: Carátula, revista cultural centroamericana, # 81, diciembre de 2017. Ver la publicación original aquí.

Notas relacionadas:

3 de diciembre de 2017

Prólogo a la biografía "Fausto Milla, un sacerdote revolucionario", de Adalid Martínez Perdomo

El padre Fausto Milla a los noventa años de edad, dirigiéndose al público en la inauguración del mural dedicado a él y a la defensora ambiental asesinada Berta Cáceres, pintado por el artista hondureño Javier Espinal en Santa Rosa de Copán. Noviembre de 2017.  Foto: Karla Santos Ochoa.

La reconstrucción de la memoria histórica, en los últimos tiempos, ha adquirido una importancia esencial en la vida de las sociedades, especialmente aquellas divididas y golpeadas por la inequidad y la sistemática violación de los derechos humanos, como la nuestra. Solo teniendo conciencia del pasado se puede comprender el presente y construir los fundamentos del futuro. 

Así lo ha entendido Adalid Martínez Perdomo, quien por medio de la biografía y testimonio del sacerdote Fausto Milla (Santa Rosa de Copán, 1927 -), explora aspectos esenciales de nuestra historia e identidad. Su tarea ha requerido, a la vez que referirse al presente, asomarse a los abismos de un pasado que algunos sectores quisieran que olvidemos, porque saben que sin él somos frágiles y susceptibles de manipular y acomodar a los intereses antinacionales.

El padre Fausto Milla forma parte de un grupo de personalidades que, tal vez sin proponérselo, han dejado huellas profundas, no solo en su entorno inmediato, la región de occidente, sino en el país entero. Su compromiso con su comunidad y con la verdadera esencia del evangelio cristiano, que no tiene nada que ver con la religiosidad superficial e hipócrita de la clase dominante, lo ha llevado a acompañar a su pueblo en toda clase de vicisitudes, incluyendo persecución, cárcel, secuestro, tortura, exilio y numerosos intentos de asesinato.

Adalid Martínez Perdomo rescata todos estos acontecimientos desde fuentes bibliográficas y en la viva voz de sus protagonistas, y en primer lugar la del padre Fausto, cuya historia de vida personal ha sido marcada desde la niñez por el exilio y muerte prematura de su padre, quien, según él mismo señala, le heredó la cualidad de no permanecer indiferente ante las angustias y el sufrimiento de su gente.

Martínez Perdomo no se limita a presentar en orden cronológico los hechos de la vida del padre Fausto, sino que profundiza en el contexto histórico y social en que ha vivido el sacerdote, estrechamente ligado a las luchas campesinas por el derecho a la tierra, a la protección de los recursos naturales, a la alimentación y a la salud. Nos presenta, además, un panorama del papel de­sempeñado por los regímenes hondureños en la aplicación de la estrategia contrarrevolucionaria implementada por el gobierno de los Estados Unidos en Centroamérica durante la década de los ochenta, y cómo este papel implicó perseguir, secuestrar y asesinar a hondureños y hondureñas.

Hoy, casi cuatro décadas después, no solo permanecen impunes estos crímenes, sino que el Estado hondureño ha intensificado la persecución de dirigentes y activistas de los movimientos populares en todos los ámbitos, especialmente ambiental, campesino, indígena y estudiantil. De acuerdo con Amnistía Internacional, en su informe 2016-2017, Honduras es uno de los países más peligrosos del mundo para los defensores  y defensoras de la tierra y el ambiente. Quienes ejercen la comunicación social tampoco escapan de la escalada de hostigamiento y muerte. De este modo, en la antesala de las elecciones programadas para noviembre de 2017, que tienen más características de farsa para perpetuar una dictadura que de proceso democrático, la realidad se encarga de recordarnos que, mientras no tengamos conciencia del pasado, no podremos resolver los conflictos del presente. 

Este libro conmueve, indigna, hace reflexionar y también entristece con el recordatorio de tantas vidas valiosas sacrificadas, entre ellas, las de sacerdotes como el padre Guadalupe Carney, que renunció a los privilegios del primer mundo para abrazar la causa de los desposeídos de Honduras como la suya propia.

Sin embargo, y esto es lo más importante, este libro también nos permite reencontrar nuestras raíces, el significado de la hondureñidad, y con ello nos devuelve la esperanza, la razón de “estar vivo y ser de este país y de estas gentes”. [Leer el poema completo aquí.]

Este libro permitirá a las generaciones que vivimos estos hechos reencontrarnos con el espíritu que nos guio entonces; y a las nuevas generaciones, no solo conocer a una figura clave de la historia de Honduras, testigo y partícipe de la lucha por construir un mejor país, sino también encontrar asideros y respuestas ante los desafíos del presente.  

María Eugenia Ramos

Tegucigalpa, 4 de noviembre de 2017.

12 de junio de 2015

Literatura hondureña para el nuevo siglo: perspectivas y desafíos

Portada del Anuario 1999. Fotografía:
"A contramarcha... hacia el futuro", de
Efraín Ascencio Cedillo.
Hace tres lustros escribí este texto para presentarlo como ponencia en uno de los encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, desarrollados a lo largo de la década de los noventa como un espacio de diálogo y discusión para escritores, pensadores y artistas de la región. (Véase al respecto la conferencia Experiencias de los encuentros de intelectuales Chiapas-Centroamérica, impartida por el Dr. Andrés Fábregas Puig en Costa Rica.) 

He querido reproducir el artículo hoy, quince años después, porque me parece interesante establecer una comparación entre la situación de la cultura, el arte y la literatura en Honduras a comienzos del siglo XXI y lo que tenemos hoy. En el año 2000, para el caso, no teníamos instituciones de cooperación como el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, que ha desempeñado un importante papel en la promoción y difusión del quehacer artístico y cultural; el internet y las redes sociales apenas comenzaban a usarse en el país. 

Ahora se escribe y se publica más, ¿pero cuánto hemos avanzado en términos cualitativos? ¿Qué papel desempeñan la educación formal y no formal? ¿Los problemas del sector editorial siguen siendo los mismos? En términos estructurales, ¿sigue el país en situación de desastre? Las preguntas quedan planteadas. 
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Literatura hondureña para el nuevo siglo: perspectivas y desafíos[1]

María Eugenia Ramos

El final del siglo XX y el inicio de un nuevo milenio implica para los pueblos latinoamericanos la disyuntiva de elegir entre asumir su identidad, como un proceso forjado en un entorno social e histórico específico, o plegarse incondicionalmente a las exigencias de una globalización que pretende arrasar con nuestra memoria histórica y terminar de uniformarnos en los parámetros de una tecnología a ultranza, que en nuestros países subdesarrollados se convierte en analfabetismo tecnificado.

En estas circunstancias, la literatura y el arte, como componentes esenciales de la memoria y la identidad de los pueblos, podrían significar las tablas de salvación que nos permitan hacernos escuchar en los centros culturales hegemónicos y contribuir, no solo a nuestra supervivencia como pueblos, sino a la reafirmación de nuestro propio ser.

Lograr esta aspiración implica una relectura apropiada de las contribuciones universales, así como la interpretación y codificación de signos, para estar en capacidad de generar una obra con la solidez suficiente para lograr validez universal, al tiempo que reafirme el proceso de construcción de la identidad.[2]

Estos desafíos demandan, a la vez que una toma de conciencia individual por parte de escritores y artistas, la construcción de las condiciones mínimas indispensables en el entorno social para posibilitar la creación, difusión y consolidación de la obra artística y literaria. Tales condiciones abarcan la promulgación de políticas estatales apropiadas y coherentes; toma de conciencia de la sociedad civil sobre la cultura como un derecho fundamental; promoción de la lectura en todos los estratos y en todas las formas posibles; y apertura y consolidación de espacios para la creación, la investigación, la difusión, la crítica y el intercambio cultural.

Si el cumplimiento de estos parámetros es difícil aun en países que constituyen auténticas potencias culturales en el ámbito latinoamericano, como México, Argentina o Colombia, las dificultades adquieren grados alarmantes en los países centroamericanos, históricamente desplazados al último rincón del traspatio.

El huracán Mitch puso de relieve las debilidades estructurales, económicas, políticas y sociales de la región centroamericana. En Honduras, el país más afectado por este fenómeno natural, las características de la sociedad hondureña, la dependencia, el atraso, las desigualdades sociales, la corrupción, la ineficiencia gubernamental y privada, la falta de conciencia sobre nuestras responsabilidades, agravaron el impacto del huracán y continúan incidiendo para que no se haya avanzado mucho desde entonces.

Una situación de desastre no es el marco más deseable para el fomento de la cultura. Sin embargo, muchos sectores han reconocido que la pregonada “reconstrucción” no servirá de nada si se limita a sustituir carreteras, edificios y redes de servicio público obsoletas por otra infraestructura igualmente deficiente. De lo que se trata es de generar y aplicar alternativas propias que comprendan como una necesidad básica el derecho a la educación y a la cultura —incluyendo la creación artística y literaria— como elementos imprescindibles del desarrollo humano.

Y aquí entra en discusión un problema esencial, que entraña una diversidad de subcomponentes y limitantes, y está íntimamente relacionado con la cultura y la creación; el sistema educativo, en sus dimensiones formal y no formal. Actualmente, las agencias de cooperación internacional y el gobierno están auspiciando una serie de encuentros dirigidos, según se ha informado, a lograr la participación de la sociedad civil y la concertación de los diversos sectores en la elaboración de las políticas educativas.[3]

Hasta ahora, dichos encuentros se han limitado a abordar el tema desde la perspectiva de cómo entrenar individuos aptos para competir en los mercados internacionales de la globalización, es decir, dotados de destrezas computacionales y conocimientos de inglés. No obstante, la esencia del problema es de carácter humano, y por tanto filosófico; el inglés y la computación no serán más que adornos para venderse mejor si se carece de una formación humanística integral que capacite, no solo para entender, sino para decidir sobre el uso de las herramientas tecnológicas.

La educación y la cultura deben ser democratizadas, no solo en cuanto al acceso a los bienes y servicios, sino también como parte de un proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. La cultura (y por tanto la literatura y las artes) debería ser “el espacio en que se participa, se juzga y se escoge”.[4]

Teniendo en cuenta las premisas anteriores, resulta más fácil comprender el por qué en Honduras la literatura y las artes continúan luchando, no solo por romper el hermetismo de la sociedad hondureña y ocupar un espacio propio, sino por trascender las fronteras, antes geográficas y ahora comerciales.

En estos últimos años se ha manifestado un creciente interés, tanto desde adentro como fuera del país, por aproximarse a la literatura hondureña y revalorarla para subsanar los graves vacíos de que adolecen la mayoría de las antologías y textos críticos sobre literatura latinoamericana, en los que olímpicamente se ignora lo que se hace en Honduras, quizás porque es más cómodo, al estilo de los antiguos europeos, asegurar que algo no existe cuando en realidad no se conoce.

Los estudios más exhaustivos demuestran que en la narrativa, y más específicamente la cuentística, hay un número considerable de autores cuyo trabajo merece ser considerado, no solo por su sensibilidad hacia el entorno social, sino también por reflejar criterios estéticos a la altura de los parámetros universales.[5] Cabe señalar, asimismo, como resultado de la correspondencia entre la realidad social y el trabajo literario, la presencia de un número significativo de autoras, sobre todo en poesía, y en menor medida en narrativa.

En cuanto a la novela, aún queda un largo camino por recorrer. No se puede dejar de destacar el trabajo de Julio Escoto, no solo por su volumen y constancia, sino por sus recursos estilísticos y su capacidad de explorar la identidad y la memoria histórica a través de los códigos lingüísticos, sin caer en lo discursivo, lo costumbrista, la linealidad ni la xenofobia. Por su parte, Marcos Carías, narrador y ensayista, sobresale por su búsqueda experimental.

La poesía es mucho más abundante y por lo mismo requiere un mayor trabajo de descombro, sin que por ello desconozcamos que, como apunta Helen Umaña, “todo es un proceso de lenta maduración en la que una etapa prepara a la otra. (…) En este aspecto, ningún autor es innecesario. Todos (…) ponen peldaños en la construcción del legado literario”.[6]

Es necesario decir que la reducida industria editorial hondureña no ha logrado sobrepasar los límites de un mercado cautivo, conformado por profesores de nivel medio y universitario que obligan a sus estudiantes a comprar textos cuya selección no obedece siempre a criterios estéticos, literarios ni aun pedagógicos, sino más bien atendiendo a la comisión resultante de la venta o a la comodidad de no tener que hacer una investigación más profunda para estar en capacidad de orientar a los estudiantes.

Desde esta perspectiva, en Honduras se sigue reproduciendo el cliché de que “la gente no lee”, lo cual es cierto, pero por las mismas razones por las que no escucha música clásica, prefiere un cuadro costumbrista a una instalación abstracta o vota por cualquiera de los dos partidos tradicionales: porque es lo único que le han puesto al alcance, sin restricciones.

A la par de “reeducar a los educadores”, es imperativo buscar mecanismos alternativos para oxigenar la producción editorial. En este aspecto, cabría pensar en la posibilidad de que algunas editoriales pequeñas del área centroamericana, que por lo general están más vinculadas a la creación artística y literaria porque sus objetivos van más allá del éxito comercial, participaran en proyectos conjuntos de publicación.

México, y especialmente el Estado de Chiapas, han propiciado el intercambio cultural entre los países de la región. Y aquí no podemos dejar de mencionar el importante papel desempeñado por intelectuales mexicanos como Andrés Fábregas Puig, Jesús Morales Bermúdez y su equipo de colaboradores, quienes iniciaron la tradición de estos encuentros entre intelectuales, artistas y trabajadores de la cultura, que han facilitado el intercambio de experiencias, así como la reafirmación de nuestros lazos comunes.[7] Esta saludable influencia podría expandirse mediante la convocatoria a certámenes regionales y publicaciones conjuntas de obras que, a través de la literatura o la investigación social y cultural, contribuyan a reafirmar nuestras identidades como países y como región.

En conclusión, es largo el camino que la literatura hondureña debe recorrer, y no lo andarán solos los narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos. Se tendrá que ir definiendo y recorriendo a la par de los pueblos que conformamos la Nuestramérica que predicó Martí. Tenemos conciencia de que, en el decir del poeta hondureño José Luis Quesada,

Nuestro tiempo es difícil.
Pero la vida lo rebasará.
Unos con otros nos ayudaremos. Unos con otros.[8]

Y, como el poeta guatemalteco Humberto A’kabal, pedimos fervientemente

Que la luz no le dé paso a la oscuridad
para no perder la seña de nuestro camino.[9]

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NOTAS


[1] Artículo publicado en el Anuario 1999 del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, 2000. Presentado originalmente como ponencia en el marco del tercer Encuentro de Escritores e Intelectuales Chiapas-Centroamérica.
[2] Arzú Quioto, Santos (2000). “La identidad en el nuevo orden mundial y el artista que genera libertad”. En Trayectos, revista de arte, literatura y pensamiento social. Al momento de escribir este artículo, el primer número de esta publicación de gran formato (editada por María Eugenia Ramos, con un comité editorial del que formaban parte Santos Arzú Quioto, Tito Ochoa, Nolban Medrano y Ruth Helena Jaramillo) estaba diagramado y listo para impresión. Desafortunadamente no llegó a publicarse.
[3] UNESCO (1999). Hacia la transformación de la educación hondureña. Tegucigalpa.
[4] Licona Calpe, Winston (1995). “El debate internacional sobre las políticas culturales”, en revista Huellas No. 44, agosto de 1995. Universidad del Norte, Barranquilla.
[5] Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999), Letra Negra - Editorial Iberoamericana. Guatemala. P. 461.
[6] Ídem, p. 460.
[7] Encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, realizados en la década de los noventa. Desde 2013, Centroamérica cuenta, evento anual organizado por un equipo de escritores e intelectuales liderado por Sergio Ramírez en Nicaragua, cumple un papel similar en cuanto al intercambio de visiones y experiencias de escritores y artistas de la región centroamericana.
[8] Quesada, José Luis (1981). Cuaderno de testimonios. Editorial Universitaria, Tegucigalpa. P. 79.
[9] En Cinco puntos cardinales (1998). Organización de Estados Americanos, Santafé de Bogotá, 1988. Ilustraciones del artista hondureño Santos Arzú Quioto.