1 de marzo de 2011

Análisis crítico de Mario A. Membreño Cedillo sobre "Una cierta nostalgia"

Cuando se llevaron la noche

Mario A. Membreño Cedillo




Y caminaban, semejante a la noche.  
Canto I, Ilíada.

La noche sugiere, nos enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende 
por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, 
son dominadas por la razón.”  
Brassai, fotógrafo húngaro.

"Today, two things seem to be modern: the analysis of life and the flight
from life… One prectises anatomy of the inner life of one's mind, or one dreams.
Reflection or fantasy, mirror image or dreams image.” 
Hugo von Hofmannsthal, 1893.

Ángel de los sueños, dibujo, Mario A. Membreño Cedillo (2005).
Una cierta nostalgia es el título del libro de cuentos de la escritora hondureña María Eugenia Ramos (segunda edición, Editorial Iberoamericana, 2010; la primera edición es del año 2000). Compacto y mesurado libro que incluye once cuentos, de los cuales varios han sido antologados: Pequeñas resistencias 2, Enrique Jaramillo (Madrid, 2003); Antología de cuentistas hondureñas, Jessica Sánchez (Guatemala, 2005) Antología de cuentistas hondureñas, Willy Muñoz (Tegucigalpa, 2003). Ocho de los once cuentos están muy bien planteados y escritos: El vuelo del abejorro, Para elegir la muerte, Entre las cenizas, La partida, La otra, Cuando se llevaron la noche, El círculo y Una cierta nostalgia. 
 
Los cuentos antes citados tienen elementos en común: lo fantástico, los sueños, los espejos, la noche, la soledad, la incomunicación. Puertas que se abren y puertas que se cierran. Hay un intento de fabricar una nueva realidad, una búsqueda, sea entre sueños, espejos u oscuridad. Aquí la oscuridad (noche) no solo es física, sino sicológica, pero siempre queda reflejada la posibilidad de encontrar una puerta entreabierta. No obstante, la noche, personaje que tiene más que un carácter, abarca directa o indirectamente todos los cuentos, los abriga literalmente. Hay un manto de penumbra en todos los cuentos, ya sea la acción de día o de noche. 

En El vuelo del abejorro la acción transcurre de día. Sobrio y bien condensado, controla su eficacia con un cierto acento policial. Bien podría ser un sueño. Hay una transposición en progreso, una dualidad musical y visual: un espejo roto. 

Para elegir la muerte es un cuento fantástico que rompe los moldes de la realidad, pero al mismo tiempo es perfectamente cotidiano (recordemos Las fases de Severo, de Cortázar). Cuento sorprendente que rompe un estereotipo pero perfectamente cuadrado en la realidad. En una sociedad consumista también hay una oportunidad para elegir la muerte. El final se da en otra realidad que se abre más allá de una puerta, en la que bien cabría una constelación de estrellas o un pelotón de fusilamiento. 

Entre las cenizas nos cuenta una variante de la fábula de la Cenicienta. Es un sueño dentro de un sueño. “En cuanto suba a su caballo olvidará siempre esa noche” (p. 41). Solo basta que el príncipe despierte ahora, pero nunca lo hace: un ejercicio de la asimetría de los sueños. ¿Y si el príncipe despertase y Cenicienta estuviese dormida? Es un sueño en ambas vías, luz verde para ambos. Lo idílico realizado es la coincidencia de los sueños. Pero en el cuento siempre hay una luz roja que prohíbe el encuentro del príncipe y la princesa. 

La partida es un cuento sin ambages, en el que nunca sabemos qué pasa. Solo hay pincelazos de los protagonistas. Muy llano y con un final que sin rebuscarse produce honda impresión. James Joyce escribía cuentos similares: sin excesos y con finales sugerentes y no definitivos. (Uno de los cuentos mejor logrados, por su sobriedad). 

La otra es el recurrente desdoblamiento usado por muchos escritores, un nuevo espejo. Nos recuerda Lejana, de Cortázar, pero también esa desintegración emocional y física que se derrama en Una rosa para Emily, de Faulkner, y esa otra fabulación tremendista y gótica de Carlos Fuentes, en Aura.

El círculo es también una búsqueda circular, espejos y sueños. Una realidad que no es realidad, una incomunicación fáctica y subliminal, lo inexplicable como asunto del pan y el café a las siete de la mañana. Nos recuerda el cuento Mudanzas, de Cortázar, en el que todo el entorno va cambiando lentamente. Solo que aquí el cambio es inmediato, sin preámbulos, muy a lo Kafka, sin explicaciones, sin exordios, directo pragmatismo bostoniano y laconismo espartano.

Y finalmente: Una cierta nostalgia, una reflexión en primera persona de alguien que busca a los otros, pero que también espera vehementemente que otros lo busquen a él. Semáforo en verde para ambas vías. No es El enfermo imaginario de Moliere ni es el personaje moribundo de La muerte de Ivan Ilich de Tolstoi, que tumbado en una cama va muriéndose de gota en gota, de palabra en palabra, rodeado de familiares estampados en un tapiz bizantino y en la sombra de la soledad de una estepa urbana. Aquí el caso es un linde entre los muertos y los vivos; no hay adornos, ni personajes de primer plano, ni escenarios. Es casi un escenario minimalista. Solo monólogo consciente y narración directa de un knockout en el primer asalto, donde “el tiempo se ha detenido en el aire como una bola de cristal” (p. 90) y donde “millones de pies descalzos están pasando sobre mi tumba” (p. 93). Solo hay que recordar The dead de Joyce. Pero sin irse muy lejos, a la vuelta de la próxima esquina, se nos desencaja ese mundo entre vivos y muertos que es Pedro Páramo. Solo lo salvan las palabras. Una lucha de la palabra contra la oscuridad (¿será noche?) Solo la palabra salva, dice el protagonista de Una cierta nostalgia “para no dejarme morir en las tinieblas” (p. 94). La palabra contestada en la voz del otro, los otros; los que fueron y los que vendrán. 

Hay tres cuentos más que por diversos motivos están debajo de la factura de los cuentos antes reseñados. Domingo por la tarde es un cuento que sin duda está bien escrito, pero que desentona con los otros. Es legítima la denuncia social. Pero es un cuento que está escrito con una temática diferente y con un lenguaje estrictamente realista y e insinuándose en el costumbrismo; y, sobre todo, escrito con otra disposición mental. 

El viaje es un buen cuento, pero se queda corto en su final, resulta muy lineal; hay mejores maneras de plantear lo mismo desde un punto de vista literario. Y deja limitada las posibilidades de encontrar un final que, sin traicionar lo que se dijo, estuviera a una mayor altura ficcional. 

Los visitantes es un tema muy interesante para fabricar un relato de alto nivel. Pese a que Helen Umañai considera que este cuento está muy sentimentalizado (lo reseña como “adherencias sentimentales”), hay otra consideración desde la construcción técnico-literaria que va más allá del lenguaje sentimental. El punto es que la autora nos da demasiadas explicaciones, por lo que resulta un cuento demasiado externalizado. Al lector no le queda un resquicio de imaginación, por lo que lo enfrenta desde la racionalidad pura. Y eso es una limitante porque en la ficción uno busca lo lúdico, lo subjetivo, lo que dé espacio para volar: ejercitar la imaginación, que es el templo de toda calibrada ficción. Por ejemplo, en El jardinero (1926), Rudyard Kipling, aunque en el epígrafe habla de un ángel, en el texto nunca da explicaciones de nada. Deja todo a la imaginación y lo lúdico del lector; por eso es un cuento magistral, igual que Ellos, La casa de los deseos y Madona en las trincheras, todos cuentos de alta factura de Kipling. En la literatura o en la pintura, una pincelada de más o demasiadas explicaciones anulan el arte. Recordemos los cuadros maestros de Velásquez, siempre acusados de ser inacabados, pero no por eso dejan de ser obras maestras.ii

Foto: “Noche y día”, Mario A. Membreño Cedillo (Tegucigalpa, 2005).
Cuando se llevaron la noche, el cuento más emblemático y que reúne las cualidades de la mayoría de las narraciones de este libro, nos sugiere la frase de la IIíada “y caminaban, semejante a la noche”, frase que glosó Borges en uno de sus libros. Pero será una sola y total noche o serán miles de noches? Este cuento está muy bien logrado e inteligentemente planteado, sin excesos en las descripciones ni intentos de explicar por qué se producen las cosas. Siempre se mantiene la tensión y atención del lector, con profundidad metafísica e impactante en su doble final. 
 
En el cuento Algo había pasado ("Qualcosa era successo"), Dino Buzzati usa este recurso. En un día soleado, mientras un pasajero va en un tren, se da cuenta de que algo ocurre en las ciudades y el campo. Ve gente que corre, rostros destemplados, y no se explica qué es lo que pasa. Cuando baja del tren no encuentra gente: toda la ciudad está desierta (“cuando se llevaron a la gente”).

Cuando se llevaron la noche, aun en su aparente sencillez, es un cuento mucho más complejo que el de Buzatti. Plantea una dislocación del mundo, dos realidades, espejo contra espejo; en el fondo, el problema existencial atinente a la incomunicación. Siempre hay algo que no entendemos y que está más allá de nosotros: la otredad. La primera vertiente es que sucede algo inexplicable, irracional: la cosa que sustituye a la noche. Se arma muy al estilo del cuentista norteamericano H.P Lovecraf, especializado en el género de horror, para quien esa cosa que sustituye la noche lo es todo; lo demás es accidental.

En Cuando se llevaron la noche, por el contrario, hay una relación humana y existencial, y la cosa que sustituye la noche solo es un fondo que queda latente, muy en las esquinas del alma (horror metafísico). Esta vertiente es un irreverente estrechar las manos con el filósofo polaco Leszek Kolakowski. En ese terreno metafísico, esa cosa indefinida que va sustituyendo a la noche provoca temor, zozobra, incertidumbre, horror que nadie puede definir con palabras, porque no hay palabras que puedan expresar algo que está más allá del lenguaje.iii

El otro final o vertiente es el concepto muy humano de la Espera. En la mayoría de los cuentos de este libro los personajes esperan algo, sea una renuncia, un cambio de escenarios. Una espera que en esencia es judeo-cristiana (Ernest Bloch aborda el tema desde un sincretismo judeocristiano y marxista), afincada en la esperanza, que es diferente al simple optimismo. La espera de algo es un concepto teológico, muy estructurado en todas las religiones. Aquí la espera no es tanto que retorne lo que se fue, sino la transformación que sufre el que espera. El único que retorna es uno mismo transformado (a).

En El retorno de la noche, de Cortázar, el personaje retorna de una pesadilla; se salva porque despierta. En Cuando se llevaron la noche la trama es un proceso mental al revés; lo que sucede es real y no un sueño o pesadilla. Curiosamente, lo que puede salvar a la protagonista del cuento es huir de esa realidad presente, refugiarse en el sueño. Pero esa salvación solo es pasajera, porque hay que despertarse. 

En el planteamiento de Cuando se llevaron la noche hay varias posibilidades: nunca sabemos quién se llevó la noche, ni por qué (eso es parte del cuento, y corresponde al lector encontrar la noche, o imaginarse what happen?), recurso técnico que usaba Kafka. En sus novelas (El castillo, El proceso, La metamorfosis) nunca sabe uno lo que pasa ni por qué. Cortázar usa ese recurso técnico en algunos de su cuentos; por ejemplo, solo para citar uno, Segunda vez.
 
Pero más complejo y dramático que se lleven la noche es que se lleven el día. Desde una visión de conjunto, quizás hay una relación con el poemario de la autora, Porque ningún sol es el último (1989, Ediciones Paradiso). Lo que viene después del último sol es la noche; quizás, entonces, este libro de cuentos es el corolario del último sol (tesis atrevida, pero no descartable). Pero, si ya no hay sol y tampoco hay noche, entonces, ¿qué queda? ¿Y qué sigue después? Solo queda la recuperación: primero del sol (día), y después, de la noche. Ambas posibilidades están relacionadas con la Esperanza. Recordemos la sentencia sorprendente de Josué: “Sol, detente”. Pero también la sentencia neotestamentaria de San Pablo: “Renovaos por la transformación de vuestro entendimiento”.


Foto: Andrć Kertćcz (1972).

Hay, pues, dos tendencias estructuradas en estos cuentos: una primera relacionada con problemas cotidianos, relaciones de pareja, de familia, filiación paterna, desesperanza en el amor, pero también la búsqueda de lo perdido. Y una segunda vertiente, que en un sentido muy general asoma dosificadamente a lo fantástico, pero también tocando a la puerta de lo metafísico, lo inexplicable o lo maravilloso cotidiano. En la primera vertiente pensamos en Katherine Mansfield, muy influenciada por Chejov, caracterizada por desarrollar más los ambientes y la atmósfera que los personajes. En la segunda vertiente, estamos cuadrados en el mundo gótico de Isak Denisen (Karen Blixen): lo onírico, lo simbólico, lo exuberante, lo sorprendente. 

María Eugenia Ramos conjuga y se mueve entre esos dos mundos, en estas tendencias temáticas y literarias, y lo hace con mesura, sin excesos, y en narraciones breves y solventes. Tiene talento y potencial para escribir cuentos, y no es fácil hacer cuentos de buena factura en el medio hondureño ni centroamericano, que no ayuda ni motiva mucho. En ese contexto, María Eugenia Ramos se perfila por esta obra como un inicio de una Khaterine Mansfield o Isak Denisen hondureña. O quizás una Elena Garro, pensando en términos latinoamericanos. 

En fin, esto de escribir un buen cuento o una buena novela, pintar un buen cuadro o tomar una buena fotografía, escribir una buena escena de teatro o una sobria y vivaz partitura musical, es en esencia y en última instancia, ademas del dominio de la técnica pertinente a cada disciplina artística; un acto de soledad y un desprendimiento de inteligencia pura (Emmanuel Kant), de esencialidad poética (John Keats), un proceso mental de alto nivel espiritual (Vasil Kadinsky).

Le resta a la autora asumir el reto de superar lo ya escrito y consolidar su vocación y oficio de escribir. Sin duda es una escritora emblemática en nuestro país. Le resta asomarse a la ventana y saber qué es lo que ve. Porque hay que tener el carácter, la disciplina y la vocación para más. Porque, en eso de la vocación artística, que es siempre una decisión personal, solo hay una regla universal y sin contemplaciones y misericordia: siempre sola, absolutamente sola ante el espejo, y siempre a punto de tocar una puerta que nunca se sabe si se va abrir. Y si se abre, uno nunca sabe si al entrar va encontrar el último sol o la última noche. Porque siempre hay que recordar a Aristóteles: “el alma es todo en cierto modo”…
 
Notas
i Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño, 1881-1999. Editorial Iberoamericana.
ii Léase La desnaturalización del arte, de Ortega y Gasset, especialmente el estudio sobre el pintor Velásquez.
iii Véanse las tesis de posibilidades del lenguaje de Gertude Stein, D. Lessing y Wittgenstein, sobre la limitación del lenguaje para describir y abarcar la realidad total.

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