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16 de junio de 2021

Representación de la violencia de género en cuatro cuentos hondureños del siglo XXI


Alegoría de la libertad. María Izquierdo, 1937.

Introducción

«¿Cómo se puede narrar la violencia, sobre todo cuando alcanza niveles de desmesura y horror que arrasan con todo lo que de humano hay en el hombre?», se pregunta el crítico uruguayo Gustavo Lespada (2015), refiriéndose a la violencia en la literatura latinoamericana reciente. Desde otra perspectiva, cabría preguntarse: ¿es posible dejar de narrar esa violencia sin límites que atraviesa la historia y la cultura de esta región del mundo, con denominadores comunes y particularidades específicas por época y país? ¿Y cómo abordarla desde el lenguaje propio de la narrativa de ficción, claramente diferenciado del discurso sociológico?

La violencia abarca un amplio espectro, que incluye entre sus manifestaciones más visibles la guerra, la represión estatal, la pobreza, el hambre, el crimen organizado y la violencia de género, término que, según Naciones Unidas, «se utiliza principalmente para subrayar el hecho de que las diferencias estructurales de poder basadas en el género colocan a las mujeres y niñas en situación de riesgo frente a múltiples formas de violencia», y además describe «la violencia dirigida contra las poblaciones LGBTQI+, relacionada con las normas de masculinidad/ feminidad o las normas de género» (ONU Mujeres, s.f.).

El presente artículo analiza el tratamiento de la violencia de género en el cuento hondureño del siglo XXI, específicamente la violencia contra las mujeres y las niñas, en cuatro narraciones publicadas entre los años 2012 y 2019, correspondientes a tres autoras y un autor: Mimí Díaz Lozano, Jessica Sánchez, Rebeca Becerra Lanza y Kalki Martínez. Para los fines de este artículo, se ha considerado relevante el contexto biográfico de las autoras y el autor, si bien se entiende que estas circunstancias no determinan el valor literario que se pueda atribuir a las obras.

Los cuentos se presentan en orden cronológico, atendiendo a la fecha de su publicación.

«La prisionera», de Jessica Sánchez

Nacida en Lima, Perú, en 1974, la escritora hondureña Jessica Sánchez es licenciada en Letras y una voz reconocida de los movimientos feministas en el ámbito hondureño y latinoamericano. Su gestión en cargos directivos de sociedad civil ha contribuido a generar espacios para la organización y creación artística de las mujeres, incluyendo concursos literarios y la fundación de una Escuela de Narrativas Feministas. Como defensora de derechos humanos, brinda acompañamiento a mujeres víctimas de violencia de género, de la que ella misma es sobreviviente (entrevista de Óscar Estrada, 2016).

Infinito cercano (2010) recoge siete cuentos en los que tres generaciones de mujeres enfrentan una violencia cotidiana, manifiesta en golpes y humillaciones, pero también en secretos y silencios. En palabras de Gustavo Campos, el mérito del libro reside en que su trama biográfica encuentra su sentido en la construcción imaginaria y la memoria, retratando a «mujeres prisioneras de un modelo de sociedad, pero también su liberación» (Campos, 2012). 

En estos cuentos encontramos imágenes intensas y bien construidas que evidencian la capacidad de la autora de convertir al lenguaje de la ficción narrativa la memoria y la denuncia de un modelo de sociedad que normaliza la violencia, como se puede apreciar en estos ejemplos: «Palabras gruesas y obscenas, que hubiera jurado ante peligro de muerte no oírlas jamás de su boca, salían atropelladas, ruidosas, como pasajeros de un autobús desbordado saliendo por las puertas, por las ventanas, por las grietas del techo». «—Apagá esa luz. —No puedo, madre, está prendida en mis párpados».

En «La prisionera», narrado en primera persona, la protagonista es una mujer que tiene el hogar conyugal por cárcel. Su carcelero y verdugo es el hombre que prometió amarla y acompañarla; sin embargo, la promesa de felicidad se convierte pronto en amenazas, golpes, y la angustia de comprender que para sobrevivir es necesario escapar. La víctima se sumerge en un silencio sumiso; sin embargo, de alguna manera está preparando las condiciones para su liberación, a costa de un dolor extremo, expresado en la metáfora de limar los barrotes con sus propios dientes, percibiendo el sabor a óxido y sangre.

Finalmente, toma la decisión de dejar todo atrás e iniciar muy lejos una nueva vida. Sin embargo, el pasado subsiste en pesadillas recurrentes que la hacen retornar una y otra vez a la prisión. Pese a todo, el epílogo de la historia es esperanzador: «De los carceleros mejor ni hablar, ellos están muertos y a los muertos se les oye desde lejos, se les pone flores, velas y, por último, se brinda, hasta se baila en su honor. Nosotras, por otro lado, seguimos vivas y brillantes. Estamos fuera».

«Virgen», de Kalki Martínez

El escritor Kalki Martínez nació en 1980 en San Pedro Sula. Ha escrito poesía y cuento. Ejerció la docencia durante muchos años en su ciudad natal, hasta que recientemente se vio forzado a migrar junto a su familia, como resultado de la misma violencia de la que ha dado testimonio: «...la conozco [la violencia], la he padecido, me he revestido y disfrazado en ella para sobrevivir. Ahí perdí la inocencia, me corrompí, entrené mi alma y mi comportamiento» (Martínez, 2018, en entrevista de Leda Lozier).

Virgen y otros cuentos (2017) aborda el fenómeno de la violencia instaurada en San Pedro Sula, ciudad considerada en 2012 y 2013 como la más violenta del mundo (Conexihon, 2013), e incluida en 2018, junto con Tegucigalpa, entre las 50 ciudades más violentas del mundo (Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 2019). Sus personajes son «jóvenes separados por la violencia de los barrios sampedranos»; al inicio del libro, son «muchachos normales», pero a medida que se suceden los relatos se convierten en «muchachos brutales que han perdido la inocencia, están en guerra con el mundo y no entienden el porqué de su malestar. La violencia es lo único que parece satisfacerlos y los hace sentirse distintos e importantes» (Arita, 2018).

Las maras y pandillas, como lo señala el propio Martínez en la entrevista antes citada, han sufrido una mutación en Honduras desde sus inicios en los años noventa, hasta el crimen organizado, especialmente la extorsión y el sicariato. Un estudio reciente señala que entre 2010 y 2019 comenzaron a tener «una vida híbrida, entre la clandestinidad y lo público». La inestabilidad política y el deterioro institucional han permitido que «pandilleros y simpatizantes se infiltren en cuerpos policiales, militares, juzgados y en puestos de gobierno» (Asociación para una Sociedad Más Justa, 2020).

«Virgen», el cuento que da título al libro, narra la historia de Suyapa, una joven pandillera, desde el punto de vista de un adolescente que la ha amado por mucho tiempo de forma platónica. La joven ha sido asesinada, y la visión de su cuerpo expuesto a la curiosidad morbosa de los habitantes del barrio desencadena en el muchacho los recuerdos de su amistad con ella, que era el centro del deseo masculino, pero también objeto que pasaba de mano en mano. Por medio de estos recuerdos, intercalados con eventos presentes, el autor presenta el panorama de un vecindario sometido por completo al poder de las maras.

El feminicidio, según Rita Segato (2013) «utiliza el significante cuerpo femenino para indicar la posición de lo que puede ser sacrificado en aras de un bien mayor, de un bien colectivo, como es la constitución de una fratría mafiosa». El sacrificio del cuerpo de Suyapa se describe sin concesiones, con detalles como los abundantes tatuajes, heridas, signos de violación. Los pájaros han empezado a devorar el cadáver. Tanto en vida como después de muerta es revictimizada por los comentarios soeces de todo el barrio, especialmente de los hombres. La ejecución de Suyapa, haya sido o no responsabilidad directa de la mara, constituye el corolario de lo que se podría considerar una fraternidad masculina que la sentenció desde que a los nueve años fue violada por su padre. En contraste con este contexto de cosificación, la genuina amistad entre el protagonista y Suyapa pone un toque de ternura.

El simbolismo del cuento va más allá, considerando que en el título se asocian las connotaciones del estereotipo de la virginidad en el marco de una sociedad patriarcal, como también el hecho de que el nombre de la joven asesinada es la advocación de la virgen de Suyapa, representativa del imaginario en el que se sustenta la idea de la nación hondureña (véase Amaya, 2005). El cuerpo utilizado y finalmente asesinado de Suyapa podría compararse con el estado actual de un país saqueado hasta la destrucción por una clase gobernante cuyos vínculos con el narcotráfico han sido reconocidos internacionalmente (véanse, por ejemplo, los informes de Insight Crime).

«En el lago», de Mimí Díaz Lozano

Mimí Díaz Lozano en su juventud. Foto: UNAM.

Mimí Díaz Lozano nació en Tegucigalpa el 21 de mayo de 1928 y falleció en San Pedro Sula el 14 de mayo de 2021. Se tituló como licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Hija de la reconocida escritora Argentina Díaz Lozano, vivió persecución política desde temprana edad, cuando sus padres fueron enviados al exilio por el régimen de Tiburcio Carías Andino. A lo largo de su vida mantuvo una militancia activa por la consecución de ideales revolucionarios, incluyendo la lucha por la liberación de sus hijos en Honduras durante la década de los ochenta (Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras, 2021).

Su único libro de cuentos, Sendas en el abismo, publicado por primera vez en México en 1959, ha sido calificado como «un libro clave de la literatura hondureña» que «merece ubicarse dentro de las mejores narrativas del país, pues constituye un signo de modernidad literaria en las letras hondureñas» (Funes, 2009); sin embargo, su valía ha pasado desapercibida.

Más de sesenta años después, fue México también el país que contribuyó a revalorar a Mimí Díaz Lozano. En 2020, se publicó Vindictas, antología de cuentistas latinoamericanas del siglo XX, en el marco de un proyecto conjunto de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Editorial Páginas de Espuma, que reivindica a autoras injustamente relegadas. La autora seleccionada por Honduras, luego de considerar otras propuestas, fue Díaz Lozano, con su cuento «Ella y la noche».

Durante el proceso de recopilación de datos para la presentación de la propuesta de autoras hondureñas para Vindictas, la autora de este artículo pudo constatar el casi total desconocimiento que existe en Honduras de la obra de Mimí Díaz Lozano. Sesenta años después de su primera publicación, se imprimió una reedición de su obra, con el nombre Sendas en el abismo y otros cuentos, mediante un esfuerzo estrictamente familiar, lo cual explica la ausencia de cuidado editorial, especialmente en los cuentos inéditos agregados, lo que se refleja incluso en evidentes errores ortográficos. No se tiene un dato preciso sobre la fecha en que fueron escritos estos nuevos cuentos; sin embargo, de acuerdo con su hijo Ruy Díaz, son posteriores al año 2000 (Díaz, comunicación personal, 13 de mayo de 2021). Esta circunstancia, y la persistencia de la violencia como eje de sus relatos, convertirían a la autora en un puente entre la narrativa hondureña del siglo XX y la del siglo XXI.

De los cuentos agregados en la edición de 2019, se ha seleccionado para esta muestra «En el lago», narrado en primera persona, en la voz de un pescador. El personaje, solitario, vive junto a un lago, donde recibe las visitas de su sobrina, una niña que se presume pronta a entrar en la adolescencia. Por medio de las palabras cariñosas que el protagonista le dedica, nos enteramos de que la niña es huérfana de madre (la hermana del personaje), y de que su madrastra le aplica castigos físicos extremos, además de obligarla a hacer trabajos domésticos.

A primera vista, el ejercicio de minuciosa recreación del paisaje y la reconstrucción fonética del habla rural hondureña que aparecen en el cuento son más propios del costumbrismo, lo cual representaría un retroceso, considerando que justamente el gran aporte de Mimí Díaz Lozano en 1959 fue su carácter de «precursora de las innovaciones narrativas que surgieron a finales de la década de los sesenta en el país [...] cuando la mayor parte de los narradores hondureños todavía seguían apegados a la expresión romántica-modernista vertida en moldes criollistas» (Umaña, 2009).

Sin embargo, a medida que transcurre la lectura, la autora logra transmitir una sensación de inquietud que, en un espacio brevísimo (el cuento apenas tiene poco más de una cuartilla), llega a convertirse en terror, cuando identificamos el grado de violencia oculto detrás del paisaje bucólico y el canto de los pájaros. La sensación de horror e impotencia que produce la lectura se incrementa cuando en los últimos párrafos nos enteramos de que el protagonista del cuento ejerce de forma continuada abuso sexual contra su sobrina, justificándose en una pretendida demostración de afecto.

La tensión y la fuerza narrativa, así como la magistral construcción del personaje del abusador por medio del monólogo, permiten trascender la anécdota. De tal manera, el relato es significativo y cumple un elemento esencial de los buenos cuentos identificado por Julio Cortázar (1971): «algo estalla en ellos mientras los leemos y nos propone una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada».

«Sopa marinera», de Rebeca Becerra Lanza



Rebeca Becerra Lanza nació en Tegucigalpa en 1970. Es licenciada en Literatura y tiene una amplia trayectoria como escritora. En 1992 obtuvo el Premio Único de Poesía Centroamericana Hugo Lindo, con su libro Piedra y luna. Pertenece a una familia de reconocida militancia en las luchas políticas y sociales. Su hermano Eduardo fue desaparecido y posteriormente asesinado en la década de los ochenta, siendo presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras. Rebeca Becerra ha denunciado persecución política y laboral a raíz del golpe de Estado de 2009, incluyendo vigilancia en su domicilio, amenazas de muerte y detención ilegal por varias horas, junto con una de sus hijas, en ese entonces de seis años de edad (Kaos en la Red, 2010).

En su libro de cuentos Enigma del gato ciego (2019) se encuentran «las huellas de la profunda incertidumbre contemporánea en un espacio global en donde el ser humano ha perdido las certezas que le inyectaban fe y optimismo» (Umaña, 2017). «Sopa marinera» narra la historia de una mujer que se prepara, después de veinte años, para reencontrarse con el hombre que fue su pareja. Entusiasmada y ansiosa, le cocina una sopa marinera, platillo símbolo de la gastronomía caribeña. Mientras tanto, recuerda que el hombre, un músico de temperamento volátil, tiene antecedentes de alcoholismo y fue abusado sexualmente durante su infancia. Ella, por su parte, atrapada en el ciclo de una relación violenta, se ha esforzado durante el tiempo transcurrido desde su separación por adquirir habilidades que él practica: «No quise convertirme en él, pero también aprendí a tocar la quena».

La protagonista se esmera en organizar todos los detalles del encuentro de manera que a él le resulten satisfactorios: el color del mantel, las flores. Se angustia porque la mesa es cuadrada y a él le gustan redondas. Viéndose ante el espejo, en simbólica alusión a su búsqueda de identidad, recuerda episodios del pasado en los que el hombre la agredió físicamente, ahorcándola, golpeándola en el rostro, pateándola. El cuento describe minuciosamente el ciclo clásico de violencia doméstica: después de cada episodio, el hombre lloraba, pedía perdón y terminaban haciendo el amor «como locos».

La violencia psicológica también se aborda en el cuento, incluyendo la pérdida de identidad de la protagonista en su afán de complacer las preferencias masculinas. Acudiendo al recurso de la minuciosa descripción de los ingredientes y procesos necesarios para preparar la sopa, la autora establece un paralelo con las circunstancias que se suman para completar la receta de una relación desigual.

Finalmente, se produce el reencuentro, pero resulta decepcionante para la protagonista, al constatar que para el hombre la relación no ha tenido el significado trascendente que tuvo para ella. Desesperada, encuentra fuerzas para reclamarle y devolverle de algún modo los golpes recibidos. Casi a las puertas de una reconciliación, decide terminar de una vez por todas con el ciclo. La muerte del agresor, aunque sea a costa de la vida de la víctima, representa también una forma de liberación.

Conclusiones

Las escritoras y el escritor incluidos en este artículo no solo escriben sobre, sino desde la violencia que han experimentado de primera mano: violencia doméstica, política, y violencia generada por maras y pandillas en el marco de un Estado fallido. Los cuatro cuentos están narrados en primera persona, y en tres de ellos se hace alusión directa al abuso sexual infantil, tanto de niñas como de niños.

La literatura, como el arte en general, se crea en un marco histórico y social determinado. De allí que la violencia, en un país como Honduras, sea una constante en la narrativa, incluyendo la violencia de género en todas sus manifestaciones. Pero además de la violencia expresa, hay otra subyacente, manifiesta en la reproducción de un canon literario y académico que reduce el panorama de la literatura, y especialmente de la narrativa, a determinados autores y muy pocas autoras, prácticamente ninguna, a partir de una lectura generalmente masculina.

El prólogo de la antología Vindictas apunta la necesidad de «desestabilizar y cuestionar un canon sujeto a un espacio heteropatriarcal blanco, que fundamenta una lectura excluyente y, por tanto, crea una invisibilidad». Mimí Díaz Lozano, fallecida recientemente, es el caso emblemático de una obra que, a pesar de su brevedad, representa un aporte que trasciende en el tiempo; sin embargo, ha sido prácticamente ignorada en los círculos literarios hondureños, con excepción de unas pocas miradas más inclusivas, como las de Helen Umaña y José Antonio Funes.

Los cuatro cuentos aquí reseñados tienen un tratamiento literario que satisface la idea de significación vinculada con la intensidad y la tensión (Cortázar, 1971). Este rasgo distintivo se manifiesta también en narraciones producidas recientemente por autoras emergentes que abordan la violencia de género. Por otra parte, es importante señalar que dentro de la academia hay nuevas generaciones de investigadoras, como también algunos investigadores, que ya no solo se plantean como tema de estudio la obra producida por autores hombres. Por tanto, cabe la esperanza de que en un futuro no muy lejano se logre superar el estigma relacionado con la discriminación de género, mediante la construcción de nuevos espacios y paradigmas para la publicación y difusión de obras literarias.

Referencias

Amaya, Jorge Alberto (2005). «Los estudios culturales en Honduras: la búsqueda de algunas fuentes culturales para la reconstrucción del imaginario nacional hondureño». En Diálogos Revista Electrónica de Historia vol. 6 n.° 2 agosto 2005 - febrero 2006. https://cutt.ly/Mb3YrbW

Arita, Dennis (2018). «La vida es un juego violento». En diario La Tribuna, 1 de febrero de 2018. https://cutt.ly/ubJY04x  

Asmann, Parker (2021). «Incierto futuro para presidente de Honduras tras cadena perpetua para su hermano». Insight Crime. https://cutt.ly/yb3YwLX

Asociación para una Sociedad Más Justa (2020). Estudio de la situación de las maras y pandillas en Honduras 2019. PNUD.

Basile, Teresa, coord. (2015). Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana reciente [en línea]. La Plata [AR]: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. (Colectivo crítico; 2) En Memoria Académica. Disponible en: https://cutt.ly/cbJUrL3

Becerra Lanza, Rebeca (2019). Enigma del gato ciego. Tegucigalpa: Editorial Universitaria.

Campos, Gustavo (2012). «Un retrato de la intimidad. Infinito cercano». En Página al Viento, boletín de la Editorial Universitaria, UNAH, n.° 3, oct.-nov. 2012. Disponible en https://cutt.ly/abJY31e

Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras (2021). «Despedimos a una gran luchadora revolucionaria». https://cutt.ly/gb3WnI1

Conexihon (2013). «San Pedro Sula, otra vez la ciudad más violenta del mundo». https://cutt.ly/7bXOgsk

Cortázar, Julio (1971). «Algunos aspectos del cuento». Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, edición digital a partir de Cuadernos Hispanoamericanos, n.° 255 (marzo 1971), pp. 403-406. https://cutt.ly/ib3WBUs

Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, AC (2019). Las 50 ciudades más violentas del mundo 2018. https://cutt.ly/gb3Yfev

Díaz Lozano, Mimí (1959). Sendas en el abismo. México: Costa-Amic Editores.

Díaz Lozano, Mimí (2019). Sendas en el abismo y otros cuentos. Tegucigalpa.

Estrada, Óscar (2016). «Jessica Sánchez y el precipicio de cristal», entrevista, El Pulso, 30 de noviembre de 2016. https://cutt.ly/kbJY4LQ  

Funes, José Antonio (2009). «Libros clave de la narrativa hondureña (X). Sendas en el abismo», en Rinconete, Instituto Cervantes. https://cutt.ly/MbXOckM

Kaos en la Red (2010). «Honduras: Rebeca Becerra denuncia amenazas a muerte por parte de golpistas». https://cutt.ly/Zb3DNs9

Lozier, Leda (2018). «Virgen y otros cuentos, el mundo de violencia urbana en Honduras». Entrevista a Kalki Martínez. Diario La Tribuna, 1 de diciembre de 2018. https://cutt.ly/obJY5M2

Martínez, Kalki (2017). Virgen y otros cuentos. San Pedro Sula: Editorial Tres Orillas.

ONU Mujeres (s.f.) Tipos de violencia contra las mujeres y las niñas. https://cutt.ly/MbXP5lF

Sánchez, Jessica (2010). Infinito cercano. Guatemala: Editorial Letra Negra.

Segato, Rita (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Buenos Aires: Tinta Limón. Disponible en https://cutt.ly/Xb1R7K1

Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño (1881-1999). Guatemala: Editorial Letra Negra.

Venegas, Socorro; Juan Casamayor, editores (2020). Vindictas. Cuentistas latinoamericanas. México: UNAM/Editorial Páginas de Espuma.

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Agradecimientos

La autora agradece a Carolina Torres, Dennis Arita, Suny Arrazola, Andrea Portillo Ramos y Dulce María Núñez Zaldívar las aportaciones brindadas para este artículo, como también a la Editorial Universitaria por haber facilitado una de sus publicaciones en forma digitalizada. 

26 de abril de 2020

Mujer que cambió el curso del sol

Prólogo al libro Presente estás, homenaje póstumo a Amanda Castro

Foto: Patricia Toledo.

Este libro es un hermoso homenaje de la Red Lésbica Cattrachas, en conmemoración del décimo aniversario de la desaparición física de Amanda Castro, una de las hondureñas más sobresalientes de la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI. Poeta, escritora, académica, militante de la comunidad LGTBI y combatiente en múltiples trincheras, Amanda es de muchas formas el símbolo de esa otra Honduras que se resiste a la corrupción, a la dictadura, a la homofobia, a la misoginia; de esa Honduras que crea y construye, aun en un contexto de tiranía, corrupción y desesperanza.

Fallecida antes de cumplir los cincuenta años, Amanda Castro logró, sin embargo, dejar una obra académica y literaria que trascendió fronteras y obtuvo reconocimientos destacados. La editora del presente libro, Victoria Ochoa, aborda detalladamente esos logros, como también lo han hecho otras académicas, entre ellas Helen Umaña y Janet Gold. No me voy a detener, por tanto, en estos aspectos, sino más bien en su trayectoria de vida, definida por la constancia con la que enfrentó cada obstáculo que se le presentó: su condición de migrante en los Estados Unidos; su lesbianismo en un país heteronormado y reacio a cualquier asomo de diferencia; su diagnóstico de fibrosis quística con un pronóstico de vida muy corto; su compromiso con el arte y la cultura en un medio poco propicio para desarrollarse en estos campos; y, finalmente, un golpe de Estado que marcó un enorme retroceso en un país que ya históricamente arrastra muchos rezagos en materia política, económica, social y cultural.

Como migrante, Amanda Castro, a pesar de ser discriminada por “ser extranjera, de color y clase baja” [1], obtuvo un doctorado y un puesto destacado en la comunidad académica de Estados Unidos, que aprovechó para estudiar la cultura y sociedad hondureñas. La tesis para su doctorado en sociolingüística se tituló Usted porque no lo conozco o usted porque lo quiero mucho, trabajo que aborda las funciones semánticas del habla hondureña para analizar las variantes sociales e individuales de la sociedad.[2]

Como miembro de la comunidad LGTBI, Amanda Castro fue una de las primeras mujeres en reconocerse abiertamente, primero como bisexual, y posteriormente lesbiana. Desde su condición de escritora, académica y promotora cultural, abrió caminos para el reconocimiento del derecho a la diversidad desde los años noventa, cuando el tema era tabú en la conservadora sociedad hondureña, aun en los espacios considerados progresistas. En lo personal, le guardo gratitud por ser una de las primeras en enseñarme el significado de diversidad, y a entender que no existe una forma única ni binaria de ser humana.

En 1994, cuando Amanda trabajaba como catedrática de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, le diagnosticaron fibrosis quística, con un pronóstico de vida de solo cinco años. Terca, sin embargo, logró duplicar ese pronóstico, y durante dieciséis años más continuó escribiendo, investigando y promoviendo el trabajo cultural en Honduras y Centroamérica, por medio de la editorial que fundó, Ixbalam, y el colectivo artístico Siguatas (Ochoa, 2020).

Una de las artistas que colaboró con ella en diversos proyectos y fue su amiga muy cercana, Patricia Toledo, recuerda que Amanda Castro “creó talleres de creación literaria en Honduras y Nicaragua, promovió y participó activamente en el diseño de políticas orientadas a garantizar derechos y servicios a la comunidad artística de Honduras, organizó encuentros, presentaciones y coloquios (...) apoyó la lucha de los pueblos originarios de Honduras y los movimientos sociales de resistencia”.[3]

El golpe de Estado de junio de 2009 en Honduras desencadenó un movimiento social que, aun cuando no logró revertir esos hechos ni evitar el fraude y dictadura que se instauraron posteriormente, incubó una generación que no se calla, que cuestiona y exige mayor apertura, no solo a la dictadura, sino a las propias dirigencias formadas en una cultura patriarcal, heteronormada e impositiva. Amanda dedicó sus últimos meses de vida a combatir el golpe de Estado, y su ejemplo inspiró a esa generación cuestionadora, de la que forman parte profesionales y artistas de gran talento, que la consideran su maestra.

Y al mencionar la palabra “maestra”, me remonto a la primera vocación de Amanda, el magisterio, y al primer recuerdo que tengo de ella, con el uniforme ocre y beige de la extinta Escuela Normal Mixta de Tegucigalpa, donde ambas estudiamos y militamos en el movimiento estudiantil. Creo que es justamente esa primera vocación, el magisterio, entendido más allá de la docencia, como la pasión de formarse y contribuir a formar, la que le ha permitido a Amanda desafiar la muerte, y con ello “cambiar el curso del sol”, como dice en uno de sus versos.

Gracias a la Red Lésbica Cattrachas y a Victoria Ochoa por esta publicación, que en estos momentos de desesperanza nos recuerda que en Honduras tenemos precursoras y luchadoras que de muchas y diversas maneras han abierto caminos, no solo para que los sigamos recorriendo, sino para que abramos otros nuevos. El espíritu de Amanda Castro seguirá viviendo en cada escrito, cada pintura, cada canción, cada colectivo, cada nueva y propia manera de entender el mundo y luchar para convertirlo en un lugar mejor.
María Eugenia Ramos
Tegucigalpa, marzo de 2020.

Leer el libro completo aquí: Presente estás




[1] Cálix Barahona, Jackson (2012). “Entrevista con Amanda Castro en Tegucigalpa”, en The Free Library. https://www.thefreelibrary.com/Entrevista+con+Amanda+Castro+en+Tegucigalpa.-a0288872512
[2] Ídem.
[3] Estrada, Oscar (2020). “Amanda Castro, la Mujer Palabra”, en El Pulso, 20 de enero 2020. https://elpulso.hn/amanda-castro-la-mujer-palabra/

29 de marzo de 2019

De cómo conocí a Margarita Velásquez y aprendí a respetar a Juana la Loca

Afiche: Tomado de MUA: Mujeres en las Artes

Juana la Loca y yo nunca fuimos amigas. Soy más bien retraída, nunca he sido visitante asidua de cafés ni bares, y dejé de ir a fiestas desde antes de salir de la adolescencia. Cuando consumo alcohol, procuro que no sea en exceso, y de preferencia lo hago entre amistades de mucha confianza. Me molesta el humo del cigarro y rehúyo los espacios donde lo que empieza como diversión termina en insultos, agresiones o vómitos. Sí, lo sé, soy fresa y aburrida; pero agradezco que me permitan ser y sentirme cómoda. Por estas razones, el personaje de Juana la Loca me intimidaba, y tristemente no conocía a Margarita Velásquez, la mujer que estaba detrás.
Hace más de tres décadas, yo salía una noche del Teatro Manuel Bonilla acompañada de un grupo de personas, después de haber asistido a una de las presentaciones del Festival Bambú. Sorpresivamente, escuché que una mujer que yo no conocía nos gritaba: «¡Ajá, grandes putas que andan corriendo atrás de un pene comunista!». Asustada y avergonzada, pregunté quién era, y alguien me dijo: «Es Juana la Loca».
Reconozco que me ganó el prejuicio, y durante mucho tiempo no fui capaz de valorar la poesía de Juana Pavón.  Sin embargo, con los años aprendí a reevaluar muchos de mis criterios, sobre todo desde la óptica de la reivindicación de las mujeres. No había logrado interesarme por completo en esta autodenominada «poeta de la calle», cuyo desparpajo me seguía intimidando, pero había podido entender e identificarme con algunos de sus poemas.

Cuando Juana enfermó gravemente comencé a percibirla de otra manera. Coincidimos en una lectura de poesía que se hizo en el Parque Central de Tegucigalpa, y nos fotografiamos juntas. No me insultó, y yo la saludé con respeto. Para mi sorpresa, después me envió una «solicitud de amistad» por una red social, y la acepté de inmediato. Me alegró que comentara una foto de mi gata Matilda, y así me enteré de que tenía compañeros felinos, como yo.
La vida hizo que el teatro, tal como aquella lejana noche me mostró la parte agresiva de Juana la Loca, el personaje, después me permitiera conocer a Margarita Velásquez, la mujer. El grupo teatral Bambú, el mismo que todos los años organiza el festival del mismo nombre, montó la obra Juana la Loca del salvadoreño Carlos Velis, adaptada y dirigida por la maestra Luisa Cruz, como parte de su campaña para recaudar fondos destinados al tratamiento de Juana. La obra fue escrita en 2002, y seguramente ya había sido representada muchas veces; pero para mí fue todo un descubrimiento, porque por primera vez conocí la historia de Margarita Velásquez, huérfana, pobre, abusada y violada a temprana edad, golpeada una y otra vez, presa, engañada, maltratada (ahora lo sé) hasta por hombres icónicos del pensamiento marxista hondureño. Entonces me di cuenta de que ese muro de insultos, ese apenas subsistir entre el estado alcohólico y la resaca, eran la única forma posible de mantener la cordura. Y entendí también cuán increíblemente brillante tuvo que ser su talento poético para nacer y afianzarse entre tanta miseria.
Margarita Velásquez falleció en la madrugada del 28 de marzo, me ilusiona creer que en paz, rodeada del cariño sincero que le prodigaba la gente. Soy por naturaleza escéptica y muchas veces me quejo de nuestra ingenuidad como pueblo; pero el que de muchas maneras se haya comprendido y reivindicado a Juana me muestra que aún hay esperanza.
Despedimos a Margarita Velásquez, pero Juana Pavón se queda. Por derecho propio tiene un lugar junto a Clementina Suárez, Amanda Castro y otras precursoras y transgresoras. Solo espero que, como en el caso de Clemen, pasado el fragor de las anécdotas podamos llegar a la justa valoración de su vida y su obra. Y, puestas a esperar, también espero que terminen la misoginia, el abuso y el maltrato. Que ninguna niña ni mujer tenga que pasar por lo que pasó Margarita. Que no sea necesario pelear con tanta desesperación por ocupar el lugar que como mujeres, como seres humanos, nos pertenece.
María Eugenia Ramos
Tegucigalpa, 29 de marzo de 2019.

18 de marzo de 2019

De cercanías y extrañamientos: "Crónica de una cercanía", de Janet Gold


Palabras para la presentación del libro Crónica de una cercanía. Escritos sobre literatura hondureña*


Agradezco a Isolda Arita la deferencia de haberme pedido que la acompañe en la presentación de esta colección de ensayos sobre literatura hondureña que nos obsequia Janet Gold, con el título de Crónica de una cercanía.

Quiero comenzar refiriéndome a la cuidada presentación del libro, que en la cubierta tiene una fotografía de las gradas del barrio La Leona, con flores y plantas colgantes, complementada en la contracubierta por una Janet muy joven, con pañuelo en la cabeza, sosteniendo un ramo de flores en los arcos de los apartamentos Walter. Son imágenes que retratan una Tegucigalpa que vive en nuestra nostalgia, pero de la que solo quedan pequeños islotes en un mar de concreto y puentes a desnivel que nos han quitado identidad como ciudad. En consonancia con el título del libro, nos hacen imaginar el contenido testimonial de estas crónicas, en las que la autora nos narra los inicios de su aproximación a la literatura hondureña y sus impresiones de Honduras y su gente a lo largo de cuatro décadas.

Nuestro medio no es el más propicio para la literatura, como bien lo constata Janet Gold.  La sociedad hondureña está signada por el prejuicio, la politiquería, la mentalidad patriarcal, el clientelismo y la corrupción, males que se reflejan en las dificultades que aún hoy persisten en la tarea de escribir y publicar; no es de extrañar que para las mujeres escritoras el desafío de ser entendidas y aceptadas ha sido, y sigue siendo, mayor que para los escritores hombres. 

Janet Gold vino a Honduras la primera vez para dar clases en una escuela privada, pero cuando regresó, años después, lo hizo atraída por la figura de una mujer que no solo desafió los tabúes de la época, sino que se desafió a sí misma, evolucionando como poeta hasta llegar a constituir una voz precursora cuyos ecos nos siguen nutriendo. Me refiero, por supuesto, a Clementina Suárez. La biografía que Janet Gold escribió, Retrato en el espejo, sigue siendo el principal referente a la hora de profundizar en la vida de esta poeta fundacional, precursora del vanguardismo en Honduras. Cuando, en conjunto con la Editorial Guaymuras, nos propusimos acercar la vida de esta mujer icónica a los niños y niñas de Honduras, no resultó difícil, porque ya existía esta investigación aderezada con el cariño que Janet llegó a sentir por Clementina y por Honduras.

Pero Clementina no ha sido la única mujer destacada que Janet Gold encontró en sus exploraciones del mundo literario y cultural hondureño. En este libro hay referencias a muchas mujeres, incluyendo los primeros intentos de organización de las mujeres escritoras, que datan de los años noventa. Y hace especial mención de dos mujeres que por diferentes razones son imprescindibles en la historia de la vida cultural del país: Leticia de Oyuela y Amanda Castro. Doña Lety aparece retratada con la elegancia y refinamiento europeo que la caracterizaban y su trabajo incansable en la investigación y la difusión del arte y la cultura de Honduras. Amanda aparece como poeta, editora y luchadora social, figura destacada del movimiento LGTBI en el país. Ambas, al igual que Clementina, ya fallecieron, pero al igual que ella continúan viviendo en nuestro imaginario social.

Crónica de una cercanía, sin embargo, no está dedicada exclusivamente a las mujeres escritoras, sino que es un panorama general construido a retazos, con base en conferencias y trabajos académicos, así como en vivencias personales de su autora, y contextualizado en nuestra realidad política y social, incluyendo el golpe de Estado de 2009. Por sus páginas desfilan iniciativas editoriales privadas y del Estado, la tradición oral, algunos colectivos culturales, organizaciones no gubernamentales, la visión de Janet del pueblo minero de Santa Lucía, Miriam Sevilla y su esfuerzo por hacer teatro infantil en una ciudad pequeña, y escritores de épocas y estilos tanto coincidentes como divergentes, entre ellos, Roberto Castillo, Roberto Sosa, José Luis Quesada y Raúl Arturo Pagoaga.

No es un trabajo exhaustivo ni actualizado; la autora está consciente de ello y así nos lo advierte en el preámbulo. Se trata más bien de una recopilación de nombres, datos y experiencias que por determinadas razones la atrajeron como investigadora. Sin embargo, tiene mucho valor como testimonio del devenir histórico de la literatura hondureña, desde la mirada de una académica extranjera. En lo personal, yo espero que Janet continúe su cercana relación con Honduras y con nuestra literatura; ojalá, por ejemplo, incluya en futuros estudios la ficción de los últimos 18 años, en especial la narrativa escrita por mujeres.

Quiero felicitar a Editorial Guaymuras por esta publicación, y agradecerle a Janet Gold por el cariño que estas páginas demuestran hacia un país donde constantemente nos preguntamos si vale la pena escribir, o simplemente vivir, y donde, como Janet acertadamente intuyó, permanece una sensación de pérdida y extrañamiento más que de cercanía. Parafraseando a Clementina Suárez, y en el espíritu de búsqueda e inconformidad de Janet Gold como investigadora, la respuesta sería que tenemos que “destruir y construir, ser relámpago, trueno, despertar a los niños y a las niñas, para arrasar las podridas raíces de este pueblo”[1].

Tegucigalpa, 1 de agosto de 2018.



* 2018. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras. 308 pp. ISBN 978-99926-54-94-1
[1] Suárez, Clementina (1969). “Combate”, en El poeta y sus señalesTegucigalpa: Universidad Nacional Autónoma de Honduras, 1969.

1 de marzo de 2019

Carta a mi hija

María Eugenia Ramos y su hija Andrea, 1987.
Hace unos años yo tenía a una recién nacida en brazos y pensaba: “¿qué voy a hacer con esta niña?” Eran tiempos duros, aún estaba vigente en Honduras la doctrina de seguridad nacional, y yo apenas dos meses atrás había regresado de años de exilio, con una panza de siete meses. Volví pensando ingenuamente que la criatura que llevaba en el vientre debía nacer en mi país, y también porque mi familia me extrañaba y me había brindado su ala protectora.

Mi embarazo, especialmente en los primeros meses, no fue agradable. Nunca lo describiría como una experiencia maravillosa. No tiene nada de maravilloso, primero, darte cuenta de que estás embarazada cuando no tenés estabilidad de ningún tipo, y segundo, vomitar varias veces al día, como pasó durante los primeros tres meses. Según la creencia popular, los vómitos indican que la criatura tendrá mucho pelo, y al menos en este caso la predicción fue acertada, porque lo primero que vi de mi niña fue una gran mata de cabello oscuro, parado como el de sus ancestros lencas.

Las cosas mejoraron en el último trimestre. Don Leo Valladares, que posteriormente fue Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, intercedió para que pudiera regresar a Honduras. Él me recibió personalmente en el aeropuerto; por ello le guardo gratitud eterna. Los días previos al nacimiento estuvieron marcados siempre por la incertidumbre y el temor, pero ya estaba en mi país y en mi casa.

A las doce de la noche de un 11 de septiembre (aniversario del golpe de Estado en Chile) me ingresaron en el Hospital Materno Infantil, hoy Hospital Escuela. Un amigo exdirigente estudiantil, quien hacía su internado, ofreció estar pendiente de mí. En la práctica, no pudo hacer otra cosa que saludarme con la mano desde la ventanilla, y velar desde afuera, supongo. Fueron otros médicos los que nos atendieron a un grupo de parturientas, entre ellas una niña de catorce años. Había gritos por todas partes, y los médicos y las enfermeras hacían chistes, diciendo que estábamos pagando el gusto que nos dimos en las navidades del año anterior.

Yo, otra vez ingenuamente, había estado leyendo sobre el “parto sin dolor”, y pensé que con estar mentalizada sería suficiente. Resistí unas horas, pero no soporté más cuando el médico metió su mano en mi vagina para romper la fuente y acelerar el parto. Aun ahora puedo gritar fuerte cuando me lo propongo, así que me imagino que mis alaridos estuvieron entre los más destacados del concierto. Ya uno de los residentes jóvenes había previsto que mi parto tendría que ser por cesárea, porque soy bajita y de caderas estrechas, pero el médico jefe se empeñó en que tenía que ser “natural”. No fue sino hasta la aparición de meconio, signo de sufrimiento fetal, que el médico jefe entendió que la cesárea era inevitable.

No todo fue terrible, por supuesto. Entre los residentes de obstetricia se encontraba un antiguo conocido, Rigoberto, con quien habíamos sido compañeros en el grupo de teatro del Instituto Hibueras. Él me confortó diciéndome: “yo te voy a hacer la cesárea, vas a ver que no te va a quedar mal la cicatriz”. Sin embargo, el médico jefe se empeñó en que el estudiante no podía hacerla, y él mismo me practicó un corte vertical desde el ombligo hasta el pubis, como se acostumbraba en la época, que me dejó una cicatriz muy abultada, que solo se suavizó con el tiempo. Mi hija nació a las doce del mediodía de un 12 de septiembre, gritando a todo pulmón, con su cabello como bandera, y lo primero que hizo cuando la pusieron sobre la camilla fue darse vuelta, como presagio de lo valiente y obstinada que sería en lo adelante.

Parir era la parte fácil, como lo sabe toda mujer que ha pasado por esa experiencia. Después vinieron las noches interminables de desvelo, el quedarme dormida dando de mamar, la pila de pañales sucios, todo ello acompañado del dolor de la cesárea. Fue como si un tren me hubiera pasado encima. No, no fue agradable en lo absoluto. Le doy el crédito a Marlom, el padre de mi hija, porque me acompañó y asumió sin reservas toda la carga, salvo dar de mamar, porque no podía. No es un hombre ni un padre perfecto, porque nadie lo es, pero mientras convivimos lo dio todo con la mejor voluntad, especialmente en esa época.

Así que no, esa no fue una experiencia maravillosa. Pero hay algo que sí es maravilloso. Con todos mis tropiezos, por alguna razón mi única hija es inteligente, hermosa, valiente, perseverante, estudiosa, esforzada, sensible y de buen corazón. Creció casi sin que me diera cuenta y es ahora mi mejor amiga, la que está pendiente de mí, la que sabe lo que me llega al alma; y, mejor aún, sabe ser ella misma, luchar por sus propios sueños. Desde niña ha enfrentado adversidades y agresiones, ha sabido disfrutar cada etapa de su vida y asumir cualquier desafío. Ella no necesita copiar lo que yo soy, no es una versión de mí; es una mujer independiente que me hace cada día no solo quererla, sino también admirarla.

En esta fecha celebro dos vidas: la de mi hija Andrea y la de mi padre Ventura Ramos, “Tata” para la familia, que nos dejó físicamente el 12 de septiembre de 1992. Sé que estaría muy orgulloso de ver los logros de la “mapachina”, como la llamó cariñosamente alguna vez, por su costumbre, cuando bebé, de ver el mundo recostada en mi hombro, de tal manera que solo asomaban sus ojos grandes y oscuros.

Feliz cumpleaños, Andrea María. No sabés lo orgullosa que me siento de verte fuerte, empoderada y noble, de compartir y aprender de vos en este recorrido. Ese es el significado de que yo te diga “mami” más veces de las que te digo “hija”, porque los papeles se entrecruzan e intercambian, y mi experiencia de vida se enriquece con la tuya.

Tu mami.

12 de septiembre de 2018.

Publicado en la revista digital de letras y artes La Zebra, septiembre de 2018.

27 de febrero de 2019

La niña que nació para ser poeta

Por: Ligia Aguilar*


Artículo leído por la autora en la presentación de La niña que nació para ser poeta: Clementina Suárez, durante la Feria del Libro organizada por el CCET de Tegucigalpa en abril de 2018, y publicado en Diario La Tribuna, sección "Habitaciones Propias", dirigida por la escritora hondureña Jessica Isla.


Cartel de La niña que nació para ser poeta, para la feria del libro organizada
por el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, abril de 2018.

No recuerdo exactamente la primera vez que escuché el nombre de Clementina Suárez. Posiblemente mi madre o padre, ambos educadores y lectores pudieron leerme un poema o hablarme de ella. O tal vez fue uno de los docentes de mi vida escolar que me invitó a conocer a la aclamada escritora hondureña. Realmente no lo recuerdo. Lo que sí quedó muy bien grabado en mi memoria es que solo la evocación de su nombre estaba revestida de un enigma especial, de una serie de episodios de su vida personal, que de una u otra forma se convirtieron en un tipo de leyenda urbana. Más tarde, ya adulta y con un interés particular en mujeres hondureñas destacadas, me puse la tarea buscar información de este intrigante personaje. Para mi grata sorpresa, encontré en una de las librerías de la ciudad,  el libro El retrato en el espejo, de Janet Gold, un ensayo biográfico y literario en torno a la vida de Clementina Suárez, el cual sirvió de referencia principal para el libro que estamos presentando el día de hoy, La niña que nació para ser poeta: Clementina Suárez, de la escritora hondureña María Eugenia Ramos.

Este libro hace parte de la colección Pispizigaña de la Editorial Guaymuras, bajo el género de biografía infantil y escrito de forma magistral, a mi criterio, por María Eugenia. Quisiera abordar la relevancia de este obra desde dos perspectivas: una estrictamente pedagógica y otra desde una mirada feminista.

Desde el ámbito de la pedagogía, tenemos en el país una deuda histórica con la niñez hondureña, pues por un lado, desde la Convención de los Derechos de Niñez, ratificada por Honduras en 1990, la niñez tiene derecho a tener acceso a literatura e información general sobre su cultura, su identidad y su historia, y para nuestra preocupación, los libros de literatura infantil, escritos por autoría hondureña son muy pocos y por otro lado, debemos valorar su calidad estética y literaria. (Tengo en mi poder, una colección privada de libros de literatura infantil hondureña que no supera los 60 títulos). También,  la evidencia científica es contundente en cuanto a que acceso a la literatura local es fundamental para facilitar el desarrolla de la competencia lectora. Particularmente desde el enfoque sociocultural del aprendizaje de la lectura, se observa la demanda de que la niñez esté expuesta al lenguaje y entorno que reconoce, tanto en el texto escrito como en las ilustraciones o imágenes que le acompañan. Es decir, cuando se reconoce la cotidianidad del texto escrito, el lenguaje común de su ciudad o pueblo facilita la comprensión de la lectura, pues el lenguaje cobra sentido al trascender de la escuela a las prácticas sociales de la familia y la comunidad.

La evidencia científica es contundente en cuanto a que acceso a la literatura local es fundamental para facilitar el desarrolla de la competencia lectora. Particularmente desde el enfoque sociocultural del aprendizaje de la lectura, se observa la demanda de que la niñez esté expuesta al lenguaje y entorno que reconoce, tanto en el texto escrito como en las ilustraciones o imágenes que le acompañan. Es decir, cuando se reconoce la cotidianidad del texto escrito, el lenguaje común de su ciudad o pueblo facilita la comprensión de la lectura pues el lenguaje cobra sentido al trascender de la escuela a las prácticas sociales de la familia y la comunidad.

Desde la mirada feminista, consideramos que todos y todas debemos leer sobre la aclamada escritora, porque sin duda, la calidad de su obra poética no solo es valorada por nuestra gente, sino también por lectores y lectoras internacionales ya que Clementina es su obra. Sin embargo, estoy muy segura que muchos de ustedes escucharon hablar de Clementina Suárez, aquella leyenda urbana, aquella mujer que vivió su vida de acuerdo a sus normas y a sus creencias. Pues es aquí donde valoro enormemente el aporte feminista del porqué María Eugenia, logra desde este libro exquisito, contarnos sin sobresaltos, sin morbo, sin pecado, las decisiones que Clementina tomó en su vida: viajar, navegar, leer, soñar, vivir y sobre todo construirse a sí misma. Es pues, este libro un dispositivo cultural, a mi criterio, poderoso para la niñez, para la juventud hondureña, que puede ver en sus mejores hombres y mujeres, un ejemplo a emular, este libro también es también una herramienta de empoderamiento, de fortaleza y de libertad. Clementina siempre supo, desde muy niña, que iba a ser diferente y sin duda lo fue.

Termino invitándoles a adquirir siempre de la misma autora, La maestra Choncita, el recuento biográfico de Visitación Padilla para la niñez. En este libro, me enteré que por sus méritos y de forma oficial en el año 2008, el Congreso Nacional la declaró heroína nacional. Paradójicamente, hoy en día, una década después, Visitación Padilla está ausente de los murales cívicos en los centros educativos en el mes de septiembre, poniendo de manifiesto la invisibilización de esta beligerante mujer política.

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*Ligia Aguilar. Tegucigalpa (1973). Máster en Educación, Eficacia y Mejoramiento Escolar, por la Universidad de Groningen, Holanda. Licenciada en Letras y Lenguas Inglesas de la Universidad Pedagógica Francisco Morazán. Actualmente es la Oficial de Educación para la Fundación Infantil Pestalozzi, con casa matriz en Suiza. Se ha desempeñado como subdirectora y gerente técnica del Proyecto Educación implementado por los Institutos Americanos de Investigación AIR, que se ejecutó en 120 municipios de Honduras.

7 de octubre de 2012

El oficio narrativo de María Eugenia Ramos

Por Sara Rolla*


De izquierda a derecha, Sara Rolla y María Eugenia Ramos
en San Pedro Sula, 2010.
El verdadero talento ha sido casi siempre fruto del desencanto. Los grandes maestros de la narrativa contemporánea, como Joyce, Proust, Virginia Woolf, Kafka, Faulkner y Camus, lo demuestran con creces.

Por lo tanto, no debe sorprendernos que el título del primer libro de relatos de María Eugenia Ramos sea Una cierta nostalgia y que sus páginas estén recorridas, precisamente, por un sentido de extrañamiento, inconformidad y búsqueda de una armonía perdida.

Conocíamos a María Eugenia como poeta y ahora se nos revela como narradora. En realidad, son distintas facetas de una labor estéticamente homogénea. Su oficio lírico le brinda un buen sedimento a su narrativa, por la propensión del poeta a filtrar los contenidos y esencializar las formas.

En un ensayo de Julio Cortázar titulado “Paseo por el cuento”1, el gran escritor explica cómo concibe esta especie narrativa. Aclara que casi todos sus cuentos “pertenecen al género fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse…”.

Este principio cortazariano se aplica a los cuentos de María Eugenia, en los que la irrealidad está casi permanentemente al acecho, invadiendo lo cotidiano y dándole un carácter misterioso e inquietante. Como en los relatos de Cortázar, el paso del plano real al irreal se da imperceptiblemente, sin fisuras ni sobresaltos, quizás por la conciencia de que tal frontera es imprecisa.

Ese salto a lo sobrenatural obedece, en todos los casos, a condicionantes de orden psicosocial. Las diferentes historias, protagonizadas mayoritariamente por mujeres, presentan casi siempre un conflicto psicológico ligado a situaciones de insatisfacción vital, soledad y desamparo extremo. Así sucede, por ejemplo en “La partida”, relato lleno de enigmáticas sugerencias y símbolos sutiles que trata sobre el fin de una relación amorosa. Una circunstancia similar se aborda en el cuento titulado “Cuando se llevaron la noche”, donde se muestra un proceso de enajenación provocado por desajustes emocionales, en los que también intervienen la soledad y la incomunicación en la pareja.

Otros dos relatos que ensamblan con gran habilidad los planos real y fantástico e incorporan con eficacia el elemento onírico son “El viaje” y “El círculo”. En ambos, el conflicto se origina nuevamente en la frustración existencial de una mujer.  

Volviendo a los planteamientos de Cortázar, el autor argentino sostiene que una condición imprescindible en los cuentos bien logrados es su cualidad de ser “aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota”, su “apertura de lo pequeño hacia lo grande. De lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana”. Y esto también se cumple en los relatos de Una cierta nostalgia, que profundizan en el drama de la existencia y se abren a ricas interpretaciones desde distintos ángulos; entre ellos, el histórico-social, psicológico, filosófico e ideológico.

Un aspecto digno de resaltar es, en relación con la perspectiva histórica e ideológica, la dignidad ética y estética con que la autora aborda el tema, aún lacerante, de la sangrienta represión que abatió  a Honduras y Latinoamérica en las últimas décadas del siglo XX. Este enfoque se aprecia en los tres primeros cuentos: “El vuelo del abejorro”, “Para elegir la muerte” y “Domingo por la noche”.

En cuanto al relato que da el título al libro y cierra el volumen, se trata de un monólogo  con implicaciones simbólicas ricas y densas. Es posible relacionar al protagonista, como se ha hecho, con la figura de Francisco Morazán, y también con cualquier otro mártir de las causas populares.

En el aspecto técnico, María Eugenia denota una gran solvencia. Sus cuentos poseen intensidad, es decir, poder de concentración y reducción de la materia narrativa a sus elementos significativos esenciales, y también tensión, esa cualidad que constituye quizás la prueba de fuego en este género: la capacidad de mantener al lector en vilo hasta la última línea.

El estilo es conciso y lacónico y se halla impregnado de poesía. La vena lírica de María Eugenia aflora en el tono y el ritmo de la prosa, así como en oportunas metáforas y eficaces comparaciones, sin caer jamás en excesos retóricos.

El libro Una cierta nostalgia evidencia, en síntesis, una destreza en el oficio narrativo que enaltece no sólo a la autora, sino a la literatura hondureña en general, al constituirse en una de sus voces más frescas y estéticamente responsables. 

San Pedro Sula, 22 de marzo de 2001.



Notas
1. Publicado originalmente en Rolla, Sara (2006). Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, No. 4, pp. 61-64.
2. Julio Cortázar, "Paseo por el cuento". En Sánchez Vásquez, Antología. Textos de estética y teoría del arte. México, UNAM, 1972, pp. 330-338.

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*Sara Rolla, argentina, catedrática durante muchos años de la UNAH-Valle de Sula, actualmente jubilada. Académica de número de la Academia Hondureña de la Lengua.