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19 de marzo de 2019

En el Día del Padre


Ventura Ramos con sus hijas María Eugenia y Gertrudis,
en su casa del barrio La Guadalupe de Tegucigalpa, años sesenta.

En Honduras, un país con tantas desigualdades y carencias, donde además históricamente ha predominado la cultura de la violencia, tener un padre presente, amoroso y protector, es un privilegio. Yo soy una de las afortunadas que lo tuvo y que vivió una infancia feliz, aunque el dinero no sobraba.

Recuerdo con cariño los remiendos que mi madre hacía en mi uniforme escolar, y entiendo ahora que esa era una de las mil maneras en las que ella se las ingeniaba para estirar el salario de mi padre, escaso a pesar de que en ese momento tenía tres empleos, como periodista y como maestro de español en jornada diurna y nocturna. Por suerte, en mi escuela pública, la República de Honduras de la colonia Alameda de Tegucigalpa, ir con el uniforme remendado no era extraño. Después entendí que, aun con mi uniforme remendado, yo poseía ciertos privilegios, como el estar bien alimentada y tener un techo confortable. Pero el mayor privilegio era el de ser una niña querida y protegida, que disfrutaba al máximo su infancia. Y ese disfrute se debió, en gran parte, a mi padre.

De rostro adusto, casi pétreo, con fuertes facciones indígenas, tanto que alguna vez le llamaron con cierta ironía «Dios del Maíz», Ventura Ramos no reflejaba a simple vista las cualidades que le hacían un gran maestro y padre excepcional. Sin embargo, sus colegas de la escuela primaria donde fungió como director durante su juventud recuerdan que solía jugar fútbol con sus estudiantes en el patio de la escuela, para indignación de los supervisores del ministerio de Educación, que exigían más «disciplina». Y ese mismo trato horizontal fue el que años después practicó en casa, con sus hijas. Con nosotras jugaba como si fuera un niño más; lo voseábamos y podíamos llamarlo «mico», lo que de hecho le encantaba. No es de extrañar que los bebés se sintieran a gusto en su presencia, y que los gatos, a los que adoraba, lo siguieran por la calle como perros, ante la extrañeza de los vecinos.

Su compromiso y militancia política no fueron excusas para no estar presente en nuestras vidas. Mi hermana mayor nació entre los bombardeos, durante el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala, donde mis padres estaban exiliados, y mi padre tuvo que refugiarse en la Embajada de Ecuador, para después emigrar a Guayaquil. No pudo reunirse con su familia sino hasta tres años después, en Tegucigalpa, y tuvo que ganarse el cariño de su hija, que para entonces llamaba «papá» a uno de mis tíos maternos. Pero nunca más se volvió a alejar. Eso sí, oíamos Radio Habana Cuba de forma clandestina durante el golpe de Estado de 1963. Como periodista, mi padre siempre tuvo un aparato de radio con capacidad para captar frecuencias extranjeras. Además, en nuestra casa encontraron refugio algunos líderes, así como las pinturas de nuestro muralista Álvaro Canales, quien al exiliarse en México las dejó al cuidado de mi padre.

Cada vez que alguien cumplía años en la casa, nos despertábamos con «Las mañanitas», interpretadas por mariachi tradicional, en los discos de vinilo que mi papá ponía. Por las mañanas desayunábamos oyendo un programa de música clásica que transmitía una emisora local. Y en época navideña, esa misma música se escuchaba en casa todo el día. A él le debo mi afición por algunos clásicos como «El amor de las tres naranjas», de Prokofiev, y el ballet «La bella durmiente», de Tchaikovsky.

Aunque alguna vez mostró rezagos de machismo, como cualquier hombre hondureño, nacido además en una época cuando el patriarcado no se cuestionaba, siento que logró superar esa mentalidad, como lo demuestra el hecho de que me compartiera con entusiasmo las historias de las heroínas soviéticas y francesas de la Segunda Guerra Mundial. Con él jamás me sentí amenazada o disminuida; por el contrario, siempre me alentó y me apoyó, aunque no estuviera de acuerdo con alguna de mis decisiones.

Le debo la autoestima, esa sensación de que valgo, el sentimiento incomparable de haber sido escuchada desde niña; y también el ateísmo, que agradezco porque no acudo a poderes sobrenaturales, sino que encuentro en mi interior lo que necesito para enfrentar el mundo. Nos dejó herencias de valor incalculable: el amor por los libros y la literatura, el amor por los animales, el sentido de dignidad y justicia. Veo con alegría que mi hermano Carlos Ventura, aunque no se crió físicamente con mi padre, ha sido a su vez un progenitor responsable y amoroso, y su descendencia refleja esos mismos valores.

Los recuerdos de mi infancia, la visión del mundo que me inculcó mi padre, son el fundamento de lo que soy ahora, y también las tablas que me han hecho salir a flote cuando las circunstancias han sido difíciles. Por todo eso, papá, Ventura Ramos, gracias. Como atea que soy, no pienso que me estés viendo desde algún lugar; mejor aún, pienso que mucho de tu espíritu se quedó dentro de mí, en tu descendencia, y en esos jóvenes, hombres y mujeres, que de diversas maneras y en múltiples frentes siguen dando la pelea porque Honduras no se hunda.

Tegucigalpa, 19 de marzo de 2019.


23 de enero de 2018

Despedida a un gran poeta y a un gran periodista


2017 ha terminado y 2018 comienza con la pérdida de vidas valiosas para Honduras. Además de las muertes resultado de las acciones represivas contra la población que se manifiesta en las calles contra el fraude electoral, han partido dos de los personajes más representativos del siglo XX, que desde diversas trincheras contribuyeron a forjar ciudadanía: el poeta José Adán Castelar y el periodista Manuel Gamero.

José Adán Castelar, uno de los más reconocidos y queridos poetas hondureños, falleció el 25 de diciembre de 2017, a los 76 años de edad. Lo conocí a finales de la década de los ochenta, en las tertulias literarias de la época. Era un hombre sencillo, de voz pausada, que obsequiaba generosamente sus libros y sus lecturas. Escribió unas palabras para la contratapa de mi libro de poesía Porque ningún sol es el último. Años después tuve el honor de colaborar en la edición de uno de sus poemarios, dedicado a Ramón Oquelí, otra de las figuras ilustres de la Honduras del siglo XX.

El poeta Castelar compartió las ideas antiimperialistas de mi padre, Ventura Ramos, de quien fue amigo personal, como también lo fue el periodista Manuel Gamero, quien falleció el 14 de enero de 2018, a los 81 años de edad, gozando de un respeto bien ganado como uno de los pocos comunicadores sociales en Honduras que ha hecho honor a la función del periodismo, que va mucho más allá de simplemente informar o entretener.

Conocí a Manuel Gamero en las oficinas de Diario Tiempo, del que fuera fundador y director desde su fundación en 1976 hasta su cierre forzado en 2015, ante las acciones judiciales contra las empresas del grupo Rosenthal. Mi padre, Ventura Ramos, era el editorialista del diario, cargo que desempeñó desde su fundación hasta que se vio forzado a renunciar a mediados de la década de los ochenta, a consecuencia de las presiones ejercidas en su contra, que los dueños del medio no pudieron enfrentar.

Con gran generosidad, Manuel Gamero me permitió trabajar como reportera del diario durante unas vacaciones, de diciembre de 1976 a enero de 1977. En ese entonces yo era una adolescente que acababa de finalizar el segundo año de magisterio, pero mi padre quería que desarrollara mi habilidad para escribir. Así fue como durante dos meses compartí el ambiente de aprendizaje y compañerismo que se vivía en el diario, con periodistas en ese entonces apenas un poco mayores que yo, como Vilma Gloria Rosales, que fue mi mentora, y Héctor Barletta, entre otros.

Fui testigo de la gran amistad entre mi padre y Manuel Gamero, forjada en el trabajo, pero también en las lecturas, el gusto por la buena música y el buen licor. Durante años se reunieron a diario para conversar sobre el editorial del día, lo que naturalmente implicaba analizar la realidad del país. Mi padre era marxista y Manuel Gamero era liberal. Pero ambos compartían profundas convicciones democráticas y un amor por su país y por su gente que iba más allá de sus respectivas militancias. Cuando mi padre se vio forzado a renunciar al diario que contribuyó a fundar, Manuel Gamero le dijo: “Don Ventura, aquí siempre va a haber una oficina para usted”. Aunque por dignidad no aceptó el ofrecimiento, mi padre agradeció profundamente esas palabras.

No tengo dudas de que el poeta Castelar y el periodista Gamero, comprometidos por distintos caminos con el ideal de una sociedad democrática, partieron con el dolor de ver el enorme retroceso de Honduras en materia de derechos civiles y políticos. Vivieron sus últimos días en la atmósfera de zozobra e incertidumbre generadas por un golpe de Estado permanente, iniciado en 2009 y afianzado con una reelección inconstitucional y la instauración de una dictadura que demuestra valerse de cualquier medio para aplastar a la oposición.

Más allá de los discursos de ocasión, los aportes de Castelar y Gamero se suman a los de Visitación Padilla, Clementina Suárez, Ventura Ramos y demás hombres y mujeres cuyas vidas han sido ejemplo de compromiso con el oficio de escribir y con la misión de construir patria. Ellos y ellas son nuestros referentes, las luces que esperamos alumbren el camino y nos permitan encontrar el final del túnel.

Tegucigalpa, 17 de enero de 2018.

Verlo aquí en Diario El Heraldo

20 de julio de 2016

La Sociedad Cultural Lempira y Gracias Convoca: treinta años de cultura y derechos humanos en Honduras

Pergamino otorgado por la Sociedad Cultural Lempira
a Ventura Ramos, el 20 de julio de 1989.
Página de Facebook de Ventura Ramos Alvarado

La Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales realizada por la Unesco en 1982 definió la cultura como el “conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”. De acuerdo con esta definición, “engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”, y “hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos”.

En este espíritu, a finales de la década de los ochenta se fundó en Gracias, departamento de Lempira, la Sociedad Cultural Lempira, con la participación de un grupo entusiasta de jóvenes, maestros y otras personas interesadas en la promoción de la cultura, coordinados por el sacerdote católico Rudy Mejía. En julio de 1989, la Sociedad Cultural Lempira organizó la que denominó “Semana de la Identidad Nacional”, con el propósito de reivindicar la soberanía del país en contraposición a la ocupación de nuestro territorio por tropas extranjeras.

No es de extrañar, por tanto, que el evento fuera dedicado al maestro Ventura Ramos, intelectual hondureño autodidacta, de auténtica ascendencia lenca, a quien el historiador Ramón Oquelí describió como “un hondureño digno, e indignado por la situación de su país, de su gente”. A través de sus editoriales publicados en Diario Tiempo, así como en medios sindicales, Ventura Ramos denunció a lo largo de la década de los ochenta las violaciones a los derechos humanos y a la soberanía nacional que trajo consigo la estrategia contrarrevolucionaria en la región centroamericana, que utilizaba a Honduras como punta de lanza.

El pergamino otorgado el 20 de julio de 1989 a Ventura Ramos dice lo siguiente:

 “La Sociedad Cultural Lempira, en nombre del departamento natal, otorga el presente pergamino al maestro Ventura Ramos, declarándole Paladín de la Identidad Nacional, como un tributo a su persona y obra consagrados en la construcción de la verdadera patria que soñó y defendió el indio Lempira. El pueblo de Lempira se siente orgulloso de tener entre sus hijos un renombrado periodista originario del municipio de San Francisco, que ha recogido y enarbolado en este siglo la bandera de ideales que movió a Lempira a resistir hasta la rubricación [sic] con su sangre, la invasión y agresión del conquistador extranjero”.

Y a continuación agrega: “Reconociendo que la lectura y la reflexión han sido pilares básicos en la forja de su personalidad, nuestra Biblioteca Pública llevará su nombre, para que su ejemplo estimule a las presentes y futuras generaciones. Maestro Ventura Ramos, el departamento de Lempira y el pueblo hondureño le agradecemos por iluminar y fortalecer solidariamente nuestra lucha por la identidad y soberanía nacional”.

En 1992, la Sociedad Cultural Lempira organizó otra Semana de la Identidad Nacional, esta vez en el marco de la conmemoración de los 500 años de la conquista de América por los españoles. El evento tuvo gran repercusión, no solo por la importancia de la efeméride, sino porque permitió a los pueblos originarios y afrodescendientes abrir un espacio para presentar sus reivindicaciones y demandas. Hubo representación de todas las etnias de Honduras, así como delegaciones de México y Centroamérica.

De acuerdo con el pintor José Eduardo “Mito” Galeano y el catedrático universitario Misael Cárcamo, integrantes del núcleo fundador de la Sociedad Cultural Lempira, ambos eventos, aunque fueron de gran magnitud y tuvieron importantes repercusiones en la vida cultural hondureña, no contaron con ningún financiamiento, más que los aportes de los miembros de la organización y lo que lograban recaudar entre las pocas personas que en aquel momento se interesaban en la cultura. El alojamiento de los participantes era proporcionado por casas de familia y las monjas del convento, a solicitud del padre Rudy.

La falta de recursos económicos no fue el único obstáculo. La organización fue vista con recelo y temor por las personas acaudaladas y políticos tradicionales de la ciudad, que consideraban acciones subversivas el haber premiado a Ventura Ramos y dado voz a los pueblos indígenas. Los miembros de la Sociedad Cultural Lempira fueron objeto de hostigamiento; su coordinador, el padre Rudy Mejía, fue sancionado por la jerarquía católica, obligándolo a trasladarse de parroquia. Debido a estas circunstancias y al desgaste interno, el grupo se fue debilitando hasta que desapareció, si bien la mayoría de sus miembros continuó aportando desde distintos escenarios a la promoción de la cultura y la construcción de espacios democráticos.

Hoy, casi treinta años después, en la misma ciudad de Gracias existe una organización que podríamos considerar gigantesca, en comparación con las iniciativas anteriores, denominada Festival Cultural Gracias Convoca. Al igual que lo hizo la Sociedad Cultural Lempira en la década de los noventa, este festival congrega durante varios días a escritores, artistas e investigadores de todo el país.
Sin embargo, existen diferencias importantes entre ambas organizaciones. En contraste con los esfuerzos heroicos de la Sociedad Cultural Lempira en los noventa, el actual festival cuenta con el patrocinio de la empresa privada, del gobierno municipal y también del gobierno central. Lejos de considerar subversivos a los organizadores, el partido gobernante, con su estrategia de “marca país”, promueve el turismo y los negocios en la llamada “ruta lenca”, bajo el manto de la promoción cultural.

Que el Estado promueva la cultura no es reprochable, puesto que es su obligación. Lo que sí resulta paradójico, desde el concepto de cultura adoptado por la Unesco, que abarca los derechos humanos fundamentales y demanda una visión crítica y un compromiso ético, es que en el marco de la cuarta edición del Festival, realizada en julio de 2016, se le haya rendido homenaje al capitán retirado Billy Joya Améndola, reconocido líder de escuadrones de la muerte en Honduras durante la década de los ochenta, hoy próspero empresario y ejecutivo del Festival.

En 1989, una organización sin ningún apoyo ni injerencia gubernamental, que trabajaba por la cultura sin otra recompensa que la satisfacción de reivindicar a los pueblos originarios, le rindió homenaje a Ventura Ramos, hijo del pueblo lenca que como periodista mantuvo una trayectoria íntegra en defensa de los derechos humanos y de la dignidad nacional. En 2016, una organización totalmente distinta, absorbida por un gobierno que apuesta a la continuidad en el poder a cualquier costo, le rinde homenaje a un militar responsable de torturas, desapariciones y ejecuciones, de acuerdo con los testimonios recogidos por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (1994) en el informe Los hechos hablan por sí mismos.

Es deber del Estado no solo apoyar coyunturalmente la producción cultural en todas sus formas, sino diseñar e implementar, con la participación de los pueblos, políticas públicas en el ramo de la cultura. En Honduras, particularmente a partir del golpe de Estado de 2009, la falta de importancia que se le da a la cultura quedó demostrada con la supresión de la secretaría de ese ramo, sustituyéndola por una simple dirección.

Hoy el afán reeleccionista del presidente Juan Orlando Hernández, perteneciente a una de las familias potentadas de Gracias, vende una imagen de oropel, confundiendo la actividad cultural con el espectáculo. El patrocinio del Festival, que ya no es apoyo, sino dominio completo, no representa una verdadera política cultural. De acuerdo con escritores y artistas que residen en Gracias, una vez que pasa el mes de julio se van los turistas, cesan los negocios y muere el interés por la cultura, al punto de que el municipio carece de una verdadera biblioteca pública, puesto que no se le dio continuidad a la que fundó la Sociedad Cultural Lempira en su momento. 

Denunciar estos hechos desafortunados no implica demeritar el talento de las y los artistas, escritores e investigadores que de buena fe han participado, como tampoco la valía de un espacio que, como ha dicho una de las artistas participantes, ha servido para mostrar su trabajo en lugares donde de otro modo no sería posible llegar. Tampoco se desconoce que, de alguna manera, el Festival ha proporcionado empleos temporales en la región y ha beneficiado a la pequeña y mediana empresa. La pregunta es: ¿qué beneficios políticos y económicos obtienen el gobierno y la gran empresa?

Mientras el gobierno promociona el turismo en la ruta lenca, se sigue asesinando a dirigentes de los pueblos indígenas que defienden los recursos naturales en sus territorios, crímenes que permanecen en total impunidad. Esta es una realidad que no se pueda negar y amerita la reflexión y toma de conciencia de la ciudadanía hondureña, en especial las personas comprometidas con un desarrollo sostenible que elimine las desigualdades, incorpore a la cultura como eje transversal y dé a los pueblos originarios y afrodescendientes el lugar que se merecen en la construcción de una sociedad más justa y democrática.


Tegucigalpa, 19 de julio de 2016.

La autora agradece a José Eduardo Galeano, Misael Cárcamo y Salvador Madrid la información proporcionada para este artículo.

14 de octubre de 2015

Comunicado de empleados de Diario Tiempo de Honduras a la comunidad nacional e internacional

Todos los ciudadanos hondureños están enterados de que el viernes 9 de octubre, el gobierno, por medio de la Comisión Nacional de Banca y Seguros (CNBS), declaró la liquidación forzosa del Banco Continental llevándose de encuentro a más de 50 empresas que conforman el Grupo Continental y que tienen sus cuentas en esa entidad financiera.
Esa intempestiva liquidación ha provocado un efecto nefasto en las empresas de este grupo porque ha reducido su capacidad operativa y, en consecuencia, ha dañado directamente a miles de familias que dependemos de ellas.
Después de haber asestado un golpe al banco, que es el corazón del Grupo Continental, el gobierno no ha expresado públicamente cuáles son sus intenciones con DIARIO TIEMPO y no se ha pronunciado sobre el futuro de los trabajadores de este medio de comunicación que pertenece al conglomerado.
Los hondureños deben saber que debido a que la CNBS mantiene bloqueadas las cuentas de las empresas del Grupo en Banco Continental, estas no pueden realizar ningún tipo de transacciones, entre ellas, el pago de salarios a los trabajadores.
En vista de que somos víctimas de decisiones del  gobierno, nos pronunciamos de la siguiente manera:
1. Respetamos los puntos de vista y reconocemos la autoridad del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), igualmente de la autoridad del Gobierno de Honduras, pero no toleramos que ninguna entidad, nacional o extranjera, asfixie económicamente un medio de comunicación, las otras empresas del Grupo Continental y a sus trabajadores.
2. Calificamos como un golpe a la libertad de prensa y una violación a los derechos universales de libertad de expresión y libertad de informar todas las acciones que ejecuta el gobierno de Juan Orlando Hernández contra DIARIO TIEMPO.
3. Le exigimos al gobierno que nos explique a los empleados y a los hondureños en general sobre sus intenciones respecto a DIARIO TIEMPO y las demás empresas, pues, aunque no las tiene intervenidas físicamente, las mantiene bloqueadas económicamente.
4. Le solicitamos al gobierno que asuma las responsabilidades y daños económicos que nos ha causado a los empleados. Hasta el momento ninguna autoridad se ha pronunciado sobre los perjuicios nocivos, presentes y futuros, ocasionados a los trabajadores.
5. Con el bloqueo económico que mantiene contra DIARIO TIEMPO, el Gobierno de Juan Orlando Hernández pretende que este medio de comunicación cierre operaciones obligadamente.
6. Llamamos a los ciudadanos hondureños para que vigilen las acciones del gobierno contra DIARIO TIEMPO pues el cierre de un medio de comunicación, derivado de acciones oficiales, directas o indirectas, socaban la democracia y crean escenarios propicios para que gobiernos autoritarios se perpetúen en el poder.
7. Solicitamos el apoyo a las organizaciones internacionales de periodistas y organizaciones de medios de comunicación del mundo para frenar los abusos velados que el gobierno de Juan Orlando Hernández comete contra un medio de comunicación y los trabajadores.
8. DIARIO TIEMPO se ha caracterizado por ser un medio de comunicación que ha luchado por mantener la objetividad y la imparcialidad en los momentos más críticos que ha atravesado la sociedad hondureña, por ejemplo, durante el golpe de Estado de 2009 y durante la dramática guerra fría de la década de 1980.
9. Agradecemos públicamente a la delegación jesuita Compañía de Jesús, orden de la Iglesia Católica que, a través de su superior en Honduras, el Padre Melo, ha sido la primera organización internacional en mostrar su solidaridad y acompañamiento con los empleados de Diario TIEMPO.

Fuente: http://www.tiempo.hn/comunicado-de-empleados-de-diario-tiempo-a-la-comunidad-nacional-e-internacional/

23 de marzo de 2015

Ventura Ramos, una dignidad para los tiempos

Por Félix Cesario

Segundo de izquierda a derecha, el autor de este artículo; a a su lado,
Ventura Ramos, durante una actividad del Sindicato de Trabajadores de
la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (años ochenta).
 Foto: Del archivo de Cesario Padilla. Ver foto en la página original

Era de mediana estatura, parco y suave a la hora de hablar. En pocas palabras resumía el análisis de cualquier tema de actividad social entendiendo por actividad social todo acto humano o un consejo para el amigo. Físicamente no era agraciado, pero era propietario de la belleza del patriotismo nacional, como tres o cuatro hondureños más que le han dado gloria a la patria. Con claridad educativa en los escritos, ya que fue por casi diez años editorialista de Diario Tiempo.

Es y ha sido el poeta del poema más bello y concreto de la historia literaria nacional, apenas de nueve palabras: “ alba de mis sueños, siempre  en pos de ti”, bellísimo poema amoroso social que leído a lo largo de mi vida, la nostalgia sosegada, y la furia contenida y –por qué no decirlo frustrada porque nunca miró la santísima libertad por él soñada en el templo de la patria prostituida por hombres y mujeres sin decoro.

Alejado del dogmatismo ideológico que tanto daño causó al Partido Comunista Hondureño se percibía en sus editoriales el sereno, patriótico y educativo mensaje del sentido de nacionalidad… a grado tal que en cierta ocasión llegó hasta la dirección general del influyente y desaparecido Diario El Cronista, específicamente hasta la oficina de doña Carlota Bertrand de Valladares, un señor de apellido Larach con dos cheques; uno como contribución por la defensa y ponderación de una controversia del Mercado Común Centroamericano. Y le dijo textualmente: “Este cheque es un aporte para el periódico, por la defensa de la empresa privada hondureña…y este otro es para que corra al comunista aquel” señalándole al maestro Ventura. Doña Carlota se sonrió y le contestó: “Mire, no puedo aceptarle dichos cheques”. “¿Por qué…?”, le ripostó el señor Larach. “Simple”, le dijo Doña Carlota, “porque ese comunista es el que hace los editoriales defendiendo al empresariado hondureño”. Así son de torpes los señores adinerados de mi país. Y así actúa un patriota en defensa de los intereses de la nacionalidad, alejado de prejuicios ideológicos. Nadie pondrá en duda el accionar marxista de don Ventura Ramos.

La historia con la veracidad y frialdad de las emociones y pasiones, y los historiadores, han abundado sobre la vida de don Ventura, y lo han situado en el lugar de honor que se merece, sin quitarle y más bien agregándole a su hoja de vida datos, más bien anecdóticos, a su ejemplar conducta. Con él fuimos compañeros de trabajo. Por razones de su dignidad y de su capacidad didáctica, un grupo de compañeros de la Escuela de Periodismo, allá por los primeros años de la década de los ochenta, hicimos gestiones de que impartiera cátedra en dicho departamento en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Fue mi maestro en las asignaturas de Periodismo de Opinión y Ética y Legislación de Prensa. Así que Ventura Ramos forjó una generación de profesionales de la comunicación que hoy por hoy recordamos al severo y humanístico maestro Ramos Alvarado.

Intereses mezquinos y fascistoides hicieron que el maestro don Ventura Ramos, como lo llamábamos aquella generación estudiantil, maniobraran hasta lo imposible para que la Escuela de Periodismo de la UNAH nos arrebatara del privilegio de contar con la calidad pedagógica de tan ejemplar docente. La historia nos dio la razón; hoy por hoy la UNAH y la historia ha situado a don Ventura Ramos en el altar de honor patrio que él se merece y que aún le quedan debiendo. Hoy por hoy don Ventura es Ventura Ramos, la historia solamente hizo justicia. El maestro Ventura Ramos es uno de los de siempre en la hectografía [sic] hondureña, sobra y basta con esto. Los que intentaron ensuciar su nombre son y serán argamasa de su pedestal cívico. Observadlos bien, son parte de la zoología nacional.

14 de julio de 2014

La mejor causa del periodismo es la defensa de los derechos de nuestros pueblos

En 1991, por medio de la siempre recordada y querida doña Lety de Oyuela, tuve el honor de conocer al maestro Andrés Fábregas Puig, antropólogo mexicano que se encontraba de visita en Tegucigalpa, creo que para impartir unas conferencias en la antigua Escuela Superior del Profesorado, hoy Universidad Pedagógica Nacional. Desde entonces, a lo largo de los años, he tenido el placer de verlo en los encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica organizados durante la década de los noventa gracias a su empeño en crear vínculos entre la gente que se dedica a la creación y el pensamiento en la región. Allí conocí a intelectuales chiapanecos como Jesús Morales Bermúdez, Carlos Gutiérrez Alfonso, y las hermanas Marisa y Socorro Trejo Sirvent, entre otros investigadores que impartían cátedra en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, fundada por Fábregas Puig.
En mayo de este año, con ocasión de celebrarse el Día del Periodista Hondureño, envié a algunos amigos, entre ellos don Andrés, un artículo escrito por mi padre Ventura Ramos, "La misión cultural del periodismo". Para mi sorpresa, ya que se trata de alguien muy ocupado investigando, escribiendo, dando conferencias y viajando, don Andrés me respondió con un escrito que en un solo párrafo expresa con gran profundidad, acierto y sentimiento latinoamericanista, quién era y cuál era la misión del periodista Ventura Ramos.
Nada mejor entonces para recordar a mi padre hoy 14 de julio, aniversario de su nacimiento, que compartir estas líneas que generosamente le dedicó uno de los más reconocidos intelectuales mexicanos contemporáneos.

Ventura Ramos
Su nombre evoca a lo mejor de las tradiciones del periodismo de Nuestra América. Escribió Ventura con la pasión del convencimiento en que la mejor causa del periodismo es la defensa de los derechos de nuestros pueblos, la difusión de la cultura y la brega por el logro de un mejor destino en estos pueblos nuestros, y en su caso, su entrañable Honduras. Para él, el periodismo debía cumplir una misión cultural en la más amplia acepción de la palabra. Esa misión conlleva, en la vocación de Ventura Ramos, la finalidad de elevar el espíritu humano, desterrar la desigualdad social y hacer realidad una sociedad fraterna. Desde las páginas de El Cronista y Tiempo —históricos textos— Ventura Ramos defendió el compromiso con Honduras, que es Latinoamérica y el Caribe, con su gente, con su historia, poniendo por delante al humanismo como argumento contra la deshumanización de los círculos de poder. Muerto hace 22 años, la presencia de Ventura Ramos sigue vigente en Nuestra América. Su hija, María Eugenia, es ya una voz consolidada y escuchada, formando parte de las amplias corrientes intelectuales que buscan la trasformación de esta América nuestra.
Andrés Fábregas Puig

25 de mayo de 2014

La misión cultural del periodismo

Por VENTURA RAMOS

Ventura Ramos en su escritorio de la redacción
del ya desaparecido Diario El Cronista, decano
de la prensa nacional.
El periodista verdadero tiene en cuenta, en primer lugar, los valores del humanismo; la paz; la democracia en el sentido de conjunto de garantías para que los pueblos puedan autodeterminarse; los derechos humanos, a fin de que cada quien pueda escoger libremente su sistema económico, político, social y cultural. En segundo lugar, esa formación humana demanda el dominio de las técnicas indispensables para convertir los datos informativos en noticia.

El principio de la objetividad es la base en que se fundamenta la técnica para elaborar y valorar la noticia. Esta y el reportaje deben ser verídicos. Deben responder exactamente a la verdad, pero no una verdad a retazos, una verdad a medias, sino una imagen completa de los acontecimientos. A este respecto, el Código Ético de la Unesco, emitido con el consenso de unos 400,000 periodistas organizados del mundo, establece lo siguiente:

Artículo 2. La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho de una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado, manifestando sus relaciones esenciales, sin que ello entrañe distorsiones, empleando toda la capacidad creativa del profesional, a fin de que el público reciba un material apropiado que le permita formarse una imagen precisa y coherente del mundo, donde el origen, naturaleza y esencia de los acontecimientos, procesos y situaciones sean comprendidos de la manera más objetiva posible.

Si hacemos el mínimo esfuerzo de aplicar el amplio contenido del artículo 2 del Código Ético de la Unesco a nuestra política informativa, encontramos como generalidad una separación alarmante entre el contenido del mensaje y la técnica predominante.

Esto no quiere decir que el país carezca totalmente de profesionales del periodismo empeñados en dar vigencia a la unidad necesaria que debe existir entre la adhesión honesta a la realidad objetiva y la adhesión igualmente honesta a los valores del humanismo, especialmente en la defensa de la paz, la democracia, los derechos humanos, progreso social, liberación nacional. Hay esfuerzos muy significativos en esta dirección.

Por otra parte, debemos recordar aquí la vulnerabilidad de nuestra cultura común, esa cultura de la mayoría del público, incluso del que ha pasado por las aulas universitarias. La cultura tradicional de las personas alfabetizadas y del gran sector analfabeto consiste en ese saber estereotipado, ese saber convertido en clisé, al margen del proceso evolutivo de los pueblos. La ley de la evolución pareciera que no funcionara y la sociedad de hoy sigue siendo casi igual a la que formaron nuestros antepasados. Esta cultura de clisé no va sola en nuestro medio. Va acompañada y complementada con ese otro factor negativo y de mayor violencia que se llama prejuicio.

De allí que hay que repensar la responsabilidad que pesa sobre aquel sector del periodismo hondureño que aún no ha perdido su nacionalidad, por renuncia tácita o expresa. 

Los periodistas e intelectuales todos no podemos ser ajenos a lo que sucede en Honduras. No podemos escapar a nuestra propia historia nacional. Por ello tenemos que asumir la responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos y como difusores y creadores de la cultura que debe orientar al pueblo marginado hasta del pan de cada día.

Debemos partir de un hecho: las clases gobernantes no son la patria, no son la Honduras eterna, la Honduras que mucho tiene que aportar si su pueblo toma la conciencia debida para convertirse en el sujeto de su propia historia, en sustitución patriótica de todos aquellos sectores que claudicaron y se rindieron.

Es nuestra obligación ciudadana sustituir la degradación política en que ha caído el mundo oficial, base sobre la cual descansa la simulación y el ocultamiento de la subordinación que tanto deteriora la imagen de Honduras. La mentira, el engaño y el cinismo oficiales deben ser sustituidos por la verdad y la dignidad que la patria reclama como puntos de partida para recobrar el prestigio perdido en escala internacional.

Extractos de Honduras, guerra y antinacionalidad (Editorial Guaymuras, 1987). Capítulo IV: “El periodismo nacional frente a la crisis”, pp. 123-138). Los subrayados son míos. (MER) 

Más información sobre Ventura Ramos en su página oficial de Facebook, Ventura Ramos Alvarado, defensor de la soberanía nacional

Más sobre Ventura Ramos en este blog

14 de julio de 2012

Homenaje a Ventura Ramos en el 104 aniversario de su nacimiento

Retrato


En este país
vive un viejo de ochenta años,
enfermo, casi sordo,
lleno de rituales y afectos.

Con su andador de niño
va de su cuarto al comedor,
pelea con su mujer y con las nietas,
va al patio, regresa.

Desde su escritorio
sueña con un país mejor,
el verdadero,
se conmueve, se indigna
y con la furia de su espera
lanza páginas en llamas
contra los enemigos de la Patria.
María Eugenia Ramos
(De Porque ningún sol es el último, Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989.)


Análisis, testimonio y reto

PRÓLOGO DE RAMÓN OQUELÍ A LA PRIMERA EDICIÓN DE 

HONDURAS, GUERRA Y ANTINACIONALIDAD, DE VENTURA RAMOS 

Por lo general, los escritores hondureños más afamados han muerto jóvenes, o dejaron de escribir al llegar a cierta edad, o se retractaron en la madurez de su existencia biológica de las actitudes de avanzada que habían anunciado en su juventud. Don Ventura Ramos Alvarado, originario de la tierra de Lempira, es, en éste y en otros aspectos, una de las excepciones dentro del no excesivamente frondoso campo del pensamiento y las letras hondureñas. A sus 79 años, que hoy 14 de julio acaba de cumplir (nacer en esta fecha es coincidir con las conmemoraciones del ataque victorioso a La Bastilla y el día inicial del visionario Ramón Rosa), y pese a haber sufrido una amplia gama de persecuciones, presidio, exilio y en la actualidad un fuerte golpe a la salud física, se sigue manteniendo lúcido mentalmente, firme en sus viejas convicciones y consecuentemente digno e indignado por la lamentable situación económica, moral y política en que se encuentran atrapados su gente, su terruño.

Hace medio siglo, al estallar la guerra civil española, el profesor egresado de la Escuela Normal (excelente semillero de algunos maestros que, sin ascender a los escaños universitarios, dieron muestras de haber adquirido mejor formación que muchos de los egresados de la máxima casa de estudios), tomó conciencia de que dentro y fuera de las fronteras nacionales se mantiene una lucha cuyo final no parece estar cercano, entre quienes defienden primordialmente sus intereses particulares, inseparables del mantenimiento de la situación predominante, y los que pretenden transformar las instituciones existentes para construir una existencia auténticamente humana. El profesor Ramos se dedicó a la enseñanza del idioma, y desde órganos periodísticos como Vanguardia Revolucionaria, El Cronista y Tiempo, a la divulgación de ideas transformadoras, a denunciar injusticias y a proponer soluciones. Y hoy, en una de las horas más graves de la patria, cuando estamos al borde de la desnacionalización total, nos brinda este vigoroso ensayo, que es a la vez denuncia, análisis, testimonio y reto.

El maestro Ramos se lamenta al ver a sus compatriotas “humillados, degradados y abyectos, además de aterrorizados y hambrientos”, ciegos al momento de concurrir a las urnas, incapaces hasta ahora de ejercer la fuerza potencial popular para organizarse y desarrollarse, carentes de identidad nacional por falta de autenticidad, por no haberse resistido a la absorción y ocupación por parte de los intereses norteamericanos, viviendo una parálisis moral, con la moral desgarrada por falta de entereza. Sin una burguesía propia, porque el capitalismo periférico impidió su crecimiento, y la cual, al carecer de poder político, ha sido incapaz de formular un proyecto nacional que incorporara “a todos los sectores de la producción y de la política, así como a instituciones de gran poder de convocatoria como la Iglesia Católica”. En el otro extremo, el minifundio define la “vida frustrada de los campesinos”.

Dentro de tanta miseria material y moral, lo único que practicamos con alegría son las elecciones en las que el pueblo elige gobernantes que dependen de los militares. “Pasadas las elecciones el pueblo estorba en Honduras”, se convierte en enemigo potencial dentro de la doctrina de seguridad nacional. Siguiendo la lógica de la fuerza en contra de la lógica de la historia, se desarticulan las organizaciones sindicales, estudiantiles, magisteriales, campesinas; son objeto de presión y asalto “para imponerles juntas directivas apoyadas y asistidas por los cuerpos represivos de la política de seguridad”. La democracia liberal, “tradicional y endeble, desapareció con la militarización del gobierno”. Se produce el terror como definición política, el estado de sitio permanente, “bajo el paraguas económico y militar del imperialismo norteamericano”, que nos ha convertido en protectorado de hecho, en plataforma de agresión que “apunta hacia adentro, al norte, al sur, el este y al oeste”. “El poder nacional de decisión está perdido y el gobierno de turno no hace otra cosa que adaptarse más y más a las consecuencias que derivan de la dependencia total”.

Al concurrir todo lo contrario de lo que postularon Valle, Morazán, Rosa, Froylán Turcios, Visitación Padilla y muchos más, necesitamos reiniciar el proceso histórico, librar “la batalla decisiva por la segunda liberación nacional”. “La mentira, el engaño y el cinismo oficiales deben ser sustituidos por la verdad y la dignidad que la patria reclama como puntos de partida para recobrar el prestigio perdido en la escala internacional”. Avanzar, “sin servidumbre alguna, por la amplia vía de la cultura humanística, la única que nos puede permitir evolucionar del vasallaje a la cooperación internacional, cuya base es la igualdad de derechos y el beneficio mutuo”. No podemos aceptar seguir siendo víctimas de un anticomunismo desesperado, que ha alcanzado un carácter patológico y se ha “inflado hasta el salvajismo”. Donde la verdad es vista como subversiva, nuestra defensa estará asentada en “nuestra capacidad de imponer la verdad sobre la falsificación de nuestra escala de valores nacionales”.

Aunque no es tarea fácil la de construir una nación, ni “llegar a la profundidad de una revolución”, don Ventura no ha perdido la esperanza de que los hondureños asumamos nuestra responsabilidad, pese a toda la campaña para norteamericanizarnos irremediablemente. “El proceso avanza hacia la toma de conciencia y por tanto, el ideal de convertirse en pueblo para sí, es decir, en sujeto consciente de su soberanía y su derecho a autodeterminarse, no está lejano”. Soberanía y democracia, que vienen a ser en la presente crisis “categorías idénticas. Los pueblos no pueden luchar por una de ellas en particular. Las dos se refuerzan mutuamente y se desarrollan juntas”. Muchas más reflexiones y denuncias nos ofrece este testimonio de quien, profundamente indignado por la miseria, la desorientación y el sometimiento, sintetiza, a manera de un manual de patriotismo, pensamientos que parten de una actitud consecuente. Queda por ver la respuesta que demos a este reto los amigos y admiradores de don Ventura Ramos, los hondureños todos.

Tegucigalpa, 14 de julio de 1987.

Ramón Oquelí



24 de enero de 2011

Aunque no sea bella, la vida continúa

Por Isolda Arita
Periodista, directora de la Editorial Guaymuras

Publicado en la Revista Envío, Año 8, No. 24

Foto: Diario La Tribuna, 24 de enero de 2011.
Es común escuchar en estos días que, después del 28 de junio de 2009, Honduras no volverá a ser la misma. ¿Hasta dónde es esto cierto, si la gente sigue siendo la misma? Aquí, a manera de ejercicio incómodo, se exponen algunos hechos de nuestra cultura política que indican que, en realidad, muy poco ha cambiado en las mentalidades después del golpe de Estado. Por el contrario, hay signos y síntomas de que el caudillismo reverdeció, el corporativismo se fortaleció, de que el clientelismo y la corrupción son como la mala hierba…

El segundo semestre de 2009 es difícil de olvidar. Todo fue agitación, incertidumbre, ira popular, violencia policial, cinismo oficial, polarización social, solidaridad internacional, intervención foránea. La rutina se rompió de tajo y, por unas semanas, los ojos del mundo se centraron en la desventurada Honduras con una atención sólo comparable a la captada después del huracán Mitch. Esta vez, el huracán y tormenta tropical fue de tipo político. Nada menos que un golpe de Estado en pleno siglo XXI; algo inaudito para la comunidad internacional, pero no tan extraño para quienes nacimos aquí en alguna de las primeras seis décadas del siglo pasado.

Como ya se ha reiterado, en esta ocasión lo inusual fue la respuesta ciudadana. La avalancha de gente en las calles rechazando el golpe de Estado, por lo que aguantó palos, gases, prisión y balas por más de cien días, conmovió a propios y extraños. Tanto así, que un abogado italiano, en una entrevista que circuló por internet a finales de 2009, afirmó que Honduras se encontraba en “una situación básicamente revolucionaria”, “hay un ambiente revolucionario en Honduras, que es bastante similar a la atmósfera en la Rusia revolucionaria, justo antes de la Revolución Bolchevique…”, sentenció.

Soñar es, más que un derecho, una necesidad. Lo peligroso es olvidar que “los sueños, sueños son”, como una y otra vez lo demuestra la grosera realidad. Eugenio Sosa explica muy bien, en este mismo número, el desenlace —a corto plazo— de la debacle, y lo resume así: “…la salida inmediata a la crisis política favoreció a las fuerzas que propiciaron el golpe de Estado”.

No hubo fuerza humana, ni divina —que por lo visto favoreció a los golpistas—, que apartaran a Micheletti y compañía de su agenda, ni de su odiosa costumbre de saquear el erario. El hecho irrefutable es que a partir de enero de 2010 tenemos un nuevo gobierno y que el país herido, maltrecho e indigente, busca retomar su rutina, lo cual es inevitable.

MÁS DE LO MISMO, PERO PEOR

La mejor prueba de nuestro retorno a la “normalidad” es que los hospitales continúan sin medicinas, como antes del golpe; los docentes de primaria y secundaria ya volvieron (¿o continuaron?) con sus paros; el sindicato de la UNAH libra su trifulca anual por un nuevo contrato colectivo; el periodismo se ha convertido en un oficio de alto riesgo; el sicariato aflora como un oficio lucrativo, al igual que las funerarias; los incendios forestales proliferan, pues son parte del paisaje veraniego; la población capitalina lucha cuerpo a cuerpo por un balde agua; el empleo formal escasea más que el agua, y las bases nacionalistas están al borde de un ataque de nervios porque no les entra en la cabeza que no hay cómo pagarles un salario del extinto presupuesto general de la República.

La explicación es sencilla: el Partido Liberal, en su administración de dos etapas —Zelaya: enero 2006-junio 2009 y Micheletti: junio 2009-enero 2010—, volteó y raspó las ollas; el primero en una fiesta inolvidable que ansiaba prolongar y, el segundo, sabiendo que tenía los días contados, organizó una “fuerza de tarea” que ya la hubieran querido tener los vándalos cuando invadieron Roma.

Las penurias de antaño se agravaron como evidencia de que siempre podemos estar peor; los responsables de aliviarlas —tanto en el Estado como en la sociedad— han tenido otras prioridades que sobra enumerar aquí. Hemos colapsado como colectividad que debiera forjar y compartir un destino común. En el escenario nacional hay muchas brújulas, y todas marcan un norte distinto.

BUSCANDO EXPLICACIONES

¿Por qué el país se hunde en la medida que intenta avanzar, cual si fuera una carreta de bueyes atascada en un lodazal? Hasta la medida más loable y bienintencionada se convierte en un bumerán en el momento menos pensado; de ahí que larga es la cadena de las frustraciones, y el lastre del atraso pesa cada día más.

Muchas son las explicaciones fundamentadas en la historia, la política y la economía que se han formulado, pero, definitivamente, no alcanzan para entender las honduras de nuestro atraso. No obstante, si observamos con más detenimiento el pasado y el presente, es posible percibir un sustrato común a la mayoría de los actores sociales y políticos, que quizás puede ayudar a entender nuestra incapacidad para construir un contrato social de largo aliento fundado en la búsqueda del bien común.

Ese sustrato común es la llamada cultura política que, de manera muy simple, se puede entender como el conjunto de valores, conocimientos, sentimientos, creencias, opiniones, actitudes y comportamientos que los individuos tienen sobre la vida política. Los estudiosos de este tema (Almond y Verba, entre muchos más) afirman que la cultura política es resultado de la historia colectiva combinada con las experiencias personales de los individuos. Por tanto, conecta la esfera pública con la privada, lo macro con lo micro.

Pese a las críticas que se le han hecho a la teoría culturalista —generalmente los aspectos políticos y socioeconómicos pesan más—, el factor cultural o subjetivo es demasiado importante como para soslayarlo. Olvidarlo, especialmente en momentos de crisis, puede llevarnos a una visión sesgada y distorsionada de la realidad y, por tanto, a decisiones equivocadas. En nuestro país este fenómeno, como tantos otros, merece ser estudiado de manera más acuciosa y sistemática. De ahí que muchas afirmaciones al respecto pueden caer en la especulación, los prejuicios o meras intuiciones. No obstante, varios cientistas sociales ya han incursionado en ello y coinciden en señalar algunos rasgos de la cultura política hondureña que, al parecer, se han exacerbado a lo largo de nuestra vida republicana (1).

Entre estos rasgos destacan el caudillismo, el autoritarismo, el clientelismo y la corrupción, a los que me atrevo a agregar el corporativismo. Ninguno de estos es exclusivo de los hondureños y las hondureñas. Todos los pueblos, en algún momento de su historia, se han visto atrapados por alguno de ellos; lo que varía es su evolución en el tiempo y las consecuencias que provocan en el destino de las naciones. Por ello es que no está demás ver a Honduras también desde esta perspectiva.

EL CAUDILLISMO REVERDECIÓ

Quien dijo que Tiburcio Carías era el último caudillo del siglo XX, aun con el adjetivo de “frutero”, se equivocó. Claro, no contaba con la aparición en escena de José Manuel Zelaya Rosales, quien se erige como el último caudillo del siglo XX ya que, si lo pensamos mejor, el ciclo de la historia política hondureña que se inauguró en la década de 1980, no terminó en diciembre de 1999. Se cerró en junio de 2009. Y clausuró con un caudillismo reverdecido por la figura de Zelaya Rosales, un terrateniente de “pura sangre” que, con su atuendo de rico hacendado y hablar populachero, demostró el arraigo de la cultura rural —con sus debilidades y bondades— en una buena porción de la ciudadanía, aunque viva en las ciudades.

No es objeto de estas líneas describir el camino por el cual Zelaya deviene en caudillo, porque el caudillo no nace sino que lo hacen la gente y sus circunstancias, sin demeritar las condiciones personales que se necesitan para ello. Lo que sí es notorio es que, a partir de 2008, empieza a cambiar su relación con los grupos organizados del movimiento popular, que le dan su bendición y apoyo incondicional cuando, en agosto de ese año, incorpora a Honduras a la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y hace una visita oficial a Cuba.

SACUDIENDO LA MEMORIA INMEDIATA

Desde el inicio de su mandato, Zelaya tuvo comportamientos caudillescos teñidos de corrupción. Para refrescar la memoria, recuérdese la destrucción de la institucionalidad de la Estrategia para la Reducción de la Pobreza (ERP) para concentrar el manejo de esos recursos en la Red Solidaria (léase Primera Dama); la entrega de 90 millones de lempiras a las Fuerzas Armadas, sin recibo —como él mismo lo reconoció en una entrevista radial cuando ya había sido expulsado del país—, para la construcción de una autopista a Palmerola que se quedó en el limbo; las amenazas para que el Congreso eligiera a dos magistrados de su confianza a la Corte Suprema de Justicia; el nombramiento de un comisionado “vicepresidente”, ante la irresponsable renuncia de quien había sido electo para el cargo, en fin…

Y cuando se dio cuenta de que su gestión se acercaba a su final, tardíamente se le ocurrió apelar a la “democracia participativa” organizando una consulta, que después llamó encuesta, “para determinar de forma legitima si la sociedad hondureña está de acuerdo con la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que dicte y apruebe una nueva Constitución Política”, según reza uno de los considerandos del Decreto Ejecutivo PCM 05-2009.

En la cadena nacional del 24 de marzo de 2009, por la que el Poder Ejecutivo comunicó su decisión, Patricia Rodas, en ese momento canciller de la República y una de las más cercanas colaboradoras del presidente, dijo entre muchas otras cosas: “…la voluntad de la reelección no pertenece al individuo, como en el pasado con tiranos y golpistas. La voluntad de la elección y de la reelección pertenece al soberano y el individuo no puede dar la espalda ni oponerse a la voluntad del pueblo, y la mayoría evidentemente se mide por la mayoría, es decir, todo aquello que supera la mitad, es mayoría; vamos hacia una democracia más directa, lo ha dicho nuestro presidente (…)” (2).

Así, la propuesta de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva constitución no emanó del pueblo y sus organizaciones, ni es resultado de la ruptura del orden constitucional, como se argumenta ahora. Esta iniciativa nació de las entrañas del Poder Ejecutivo, porque “lo ha dicho nuestro presidente”. Y como lo dijo el presidente, la idea prendió como fósforo en zacatera porque Manuel Zelaya ya era un caudillo para buena parte de la ciudadanía, y al caudillo se le sigue con los ojos cerrados, el puño en alto y la otra mano extendida.

Nada de lo anterior justifica el golpe de Estado —mucho menos los asesinatos y violaciones a la dignidad humana cometidos posteriormente—, pero sí es importante no olvidarlo para entender por qué, pese a todos sus desafueros, Zelaya es ahora, para no pocos compatriotas y extranjeros, “un líder de talla continental solo comparable con Morazán”, “el mejor presidente que ha tenido Honduras”, aquel que con sus palabras y sus hechos, “convoca al futuro de libertad y justicia que soñamos”, “el líder indiscutible”, etc. etc. etc.

DEL CAUDILLO AL MITO NO HAY MÁS QUE UN PASO

Georges Sorel dijo que el mito es “una organización de imágenes capaces de evocar instintivamente todos los sentimientos”. No es un acto racional, sino afectivo y voluntario, que se relaciona, decía Sorel, “con las más fuertes tendencias de un pueblo, de un partido, de una clase”. Los mitos políticos emergen en períodos de crisis en la vida y en el pensamiento de las sociedades. En tal sentido, siguiendo al mismo autor, tienen gran valor para analizar las situaciones, pues permiten “acceder al imaginario grupal y detectar no sólo la situación vivida sino también cómo es vivida la situación; es decir, las expectativas y temores que suscita”.

Uno de los tantos impactos de este golpe de Estado, y con el que no contaban los golpistas, es la transformación del caudillo en mito. Zelaya se convirtió en mito por el acto voluntario de sus seguidores que, en menos de seis meses, lo proclaman como el líder de una “revolución truncada”, como el presidente desterrado que se espera con ansias porque “al pueblo no le falla”. Frustraciones de larga data, orfandad de liderazgos, esperanzas en un mañana mejor y, sobre todo, la carencia de un proyecto propio de la llamada “izquierda” hondureña, se conjugaron, primero, para seguir al caudillo y, luego, para dar vida al mito.

La escritora Helen Umaña (3) es, quizás, quien ha expresado mejor este hecho cuando, en estos agitados días, escribió: (…) Manuel Zelaya Rosales ya pertenece a la Historia y su nombre jamás podrá ser borrado a la hora del recuento de los sucesos esenciales del siglo XXI en Honduras, en Latinoamérica y en el mundo. Para corroborarlo, pensemos en los innumerables textos que proclaman su condición de símbolo: canciones, poemas, caricaturas, fotografías y dibujos… grafican e interpretan diversos significados que conectan con las más sentidas necesidades de estas latitudes del centro de América (…) Y todos han surgido no por manipulación forzada sino para dar salida al cúmulo de sentimientos que su figura convoca: cariño, admiración, solidaridad, compañerismo, indignación, agradecimiento, lealtad… Sin vuelta de hoja, como dice la certera metáfora popular, la forma hidalga y digna con que el Presidente Constitucional reaccionó al golpe de Estado, lo catapultó a un nivel que los autores de este delito ni siquiera sospechaban".

Y más adelante, afirma: "Los sectores más oscurantistas del país lo expulsaron, a punta de bayonetas, de Casa Presidencial, pero no de la Historia. En similar paralelo, en 1842, Francisco Morazán fue derrotado políticamente y asesinado por las fuerzas más reaccionarias de su época. El paso del tiempo reivindicó totalmente su nombre y comprobó la razón que le asistía. Igual sucedió con Jacobo Árbenz en Guatemala y Salvador Allende en Chile (…) (4).

EL MITO ES UNA FORMA DE OLVIDO COLECTIVO

En otra parte de su artículo, Helen sostiene que quizás el espíritu aguerrido de Zelaya “se remonte a la época de la colonia, cuando sus ancestros empezaron a roturar la tierra y a vivir de sus productos generosos. Criollo auténtico, entre sus antepasados está el cura José Simeón Zelaya que, en 1756, inició la construcción del templo mayor de Tegucigalpa...”. Y en el siguiente párrafo menciona a otros olanchanos ilustres, quienes tal vez influyeron en el “espíritu anticonformista” del ex presidente.

Sin embargo, nadie parece recordar que en el frondoso árbol genealógico de Zelaya también se encuentran señores de “horca y cuchillo”, como el viajero William Wells calificó a uno de sus antepasados a mediados del siglo XIX; que sus ancestros —y él mismo—, depredaron los bosques olanchanos; y que el 25 de junio de 1975, en la hacienda de su padre, fueron asesinadas catorce personas, incluidos dos sacerdotes, que participarían en la Marcha del Hambre, demandando adjudicación de tierras, solo para mencionar algunos hechos del pasado.

Si bien nadie debe pagar por los delitos de sus progenitores, también es cierto que, si pretendemos validar una figura aludiendo a sus antepasados “ilustres”, pues también es obligado hablar de las “ovejas negras” porque, de lo contrario, ¿cómo emitir juicios equilibrados? Todos estamos hechos de luces y de sombras y Manuel Zelaya no es la excepción. Pero, como se trata de un mito, su figura, codificada en la silueta de un sombrero, tiene que resplandecer.

Según Friedrich Tenbruck, los mitos políticos son el medio de legitimación política y de integración de un partido, de una asociación o de una comunidad; al mismo tiempo, producen “poder de actuación colectiva”. Así, son parte dela memoria colectiva que se desarrolla “sobre todo, a partir del marco colectivo del recuerdo”, y la sociedad del presente determina qué se recuerda del pasado y qué es preferible olvidar. Obviamente, los forjadores del mito Zelaya tienen una memoria muy selectiva…

EL PERVERSO CLIENTELISMO POLÍTICO

Otro de los rasgos sobresalientes de nuestra cultura política es el clientelismo. José A. González, en su esclarecedor libro El clientelismo político (Anthropos, 1997), sostiene que el basamento de este fenómeno es “la lucha por los recursos” por lo que enraíza fácilmente en sociedades donde los bienes sociales, naturales y económicos son escasos.

Según este autor, “el cliente” desea evitar la incertidumbre, por lo que se somete a un “proyecto seguro, aun a cambio de su libertad personal, en el mejor de los casos sólo de opinión. Esta opción le permitirá el acceso a bienes escasos, como el agua, la tierra o el trabajo remunerado”. Hay un contrato implícito del cliente con la jerarquía, cuya lógica es “asegurarse la subsistencia, e incluso los excedentes, frente a los azares cotidianos”.

Desde esta perspectiva, es fácil entender el clientelismo político. Lo difícil es vivirlo, soportarlo, y menos aceptarlo, cuando se observan los estragos que provoca en las finanzas y la administración pública, en la eficiencia del Estado y en la dignidad del ciudadano que, gracias al clientelismo, se ha convertido en un verdadero mercenario de la política.

¿DÓNDE TERMINA EL CLIENTELISMO Y EMPIEZA LA CORRUPCIÓN?

Uno de los amargos frutos de nuestra “democracia” y sistema de partidos es el fortalecimiento de redes clientelares especializadas en el chantaje y la corrupción. Cada cuatro años, cuando se produce cambio de gobierno, es usual observar y escuchar contingentes de activistas políticos (del partido vencedor) exigiendo su cuota porque “trabajaron por el partido”.

Azuzados por los medios de comunicación y por los cabecillas de las respectivas facciones partidarias, “los activistas” se han convertido en el principal enemigo de toda autoridad que pretenda hacer un buen gobierno. Su descaro no tiene medida. El caso del alcalde de San Pedro Sula, Juan Carlos Zúñiga —que se dio a la obligada tarea de sanear las finanzas municipales despidiendo al personal innecesario y a paracaidistas de toda laya—, es un ejemplo patético de la degradación a que puede llegar el cliente político. En lugar de apoyarlo, sus ex seguidores lo han acosado, e incluso denigrado, porque ellos “trabajaron en la campaña” y merecen un empleo. No les importa que la alcaldía esté quebrada. La distorsión es tal que, para ellos, el “héroe” es Rodolfo Padilla Suncery, el ex alcalde que depredó los bienes municipales y ahora es prófugo de la justicia.

Como bien lo afirma González, el clientelismo conspira contra la norma de supuesta igualdad de todos los ciudadanos, es una distorsión de la democracia y la corrupción es uno de sus efectos. De ahí que no existe línea divisoria entre clientelismo y corrupción: ambos se alimentan mutuamente con lo que nos pertenece a todos.

Pero, como advierte Adalberto Medina Méndez (ContraPeso.info) el clientelismo no se conforma con “arrodillar a los más débiles”, a los más necesitados de recursos: "Muchos industriales, desde hace algún tiempo, ya forman parte del club. Ellos son tan mercenarios como los otros. Solo que la ambición en este caso no pasa por la mera supervivencia, sino por enriquecerse cosechando privilegios. No deben esmerarse por ser eficientes, buenos empresarios, ni mucho menos. Solo son especialistas deambuladores de los pasillos oficiales".

La simbiosis entre clientelismo y corrupción encuentra su complemento idóneo en el caudillismo. El caudillo dispone de recursos y de poder —por cierto ajenos— que distribuye en consonancia con los favores que necesita obtener (votos, manifestantes, opinión favorable, lealtades), especialmente entre los más vulnerables.

Para alcanzar el estatus de caudillo no basta con ser campechano ni invitar a comer del mismo plato. Es preciso repartir bienes, aunque ello signifique el desangramiento del erario. Sólo de esta forma el caudillo logra que sus actos de corrupción sean minimizados y hasta olvidados. Quienes recibieron alguna migaja del festín se encargan de generar una corriente de opinión favorable al caudillo, cumpliendo así con otra de las perversas misiones del clientelismo político: legitimar la corrupción y la impunidad.

EL INSACIABLE CORPORATIVISMO

El corporativismo se entiende como una forma de gobierno en el que las corporaciones o gremios organizados “poseen diversos niveles de influencia y poder que siempre se esfuerzan por acrecentar con la intención doble de lograr beneficios para su grupo y mantener la estructura que significa su modo de vida” (5). Puede hablarse de corporaciones sindicales, patronales, profesionales, académicas, eclesiásticas, militares y demás.

El diccionario de ContraPeso.info explica que “cada una de éstas trabaja con el objetivo de lograr beneficios propios, con escasa o nula consideración a las repercusiones que eso cause en otras personas. Bajo este arreglo, un gobierno o Estado gobierna mandando sobre los líderes de esas corporaciones. Allí, la persona tiene una influencia nula si actúa individualmente, pues debe pertenecer a alguna de las corporaciones o gremios”.

Por estas razones es que cada vez es más difícil distinguir entre clientelismo y corporativismo, a tal punto, que muchos estudiosos los consideran sinónimos: ¿no es acaso el corporativismo un instrumento para luchar por el acceso a los recursos? Por ello, al igual que el clientelismo, se traduce en el intercambio de favores entre grupos organizados y la autoridad. Y, al igual que el clientelismo, la corrupción es su fiel compañera.

NOSOTROS GANAMOS, Y EL RESTO QUE SE FRIEGUE

El corporativismo es parte de la cultura política porque asume que la base de la sociedad son los grupos organizados y no el individuo. Es más, la cultura corporativista considera legítimo —y así se lo hace creer a los demás— anteponer los beneficios gremiales al interés general, y excluye del acceso a los recursos a quienes no están agremiados (6). En suma, es otra puñalada trapera a la supuesta igualdad de los ciudadanos.

En nuestro país, el corporativismo es poderoso. En realidad, no hay gobernabilidad posible si el gobierno de turno no llega a arreglos —que no son más que concesiones—, con los grupos más poderosos: empresarios, militares, maestros, transportistas, empleados del sector salud y otros sindicatos del sector público. Y lo anterior, Manuel Zelaya lo captó al vuelo. Por eso trató bien a las Fuerzas Armadas, duplicando la partida de la Secretaría de Defensa: de L 949.9 millones en 2005, a L 1,807.4 millones en 2008. También, temporalmente, les cedió la gerencia de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica. Además, con fondos de la ERP, se congració a manos llenas con maestros, médicos, enfermeras, policías y demás empleados públicos. Así, los gremios consiguieron lo que querían, y hasta más, pero los pobres de Honduras perdieron una oportunidad histórica que no se volverá a presentar.

UN CASO DIGNO DE ESTUDIO

Uno de los casos más ilustrativo del corporativismo en Honduras es el que priva en el campo de la educación pública. Este es un tema digno de estudio, porque los beneficios del gremio docente son los únicos que tienen rango constitucional, lo cual prácticamente los convierte en “pétreos”. Por ejemplo, el artículo 165, además de garantizarles “su estabilidad en el trabajo, un nivel de vida acorde con su elevada misión y una jubilación justa”, establece que se emitirá el Estatuto del Docente.

El artículo 164 exime a los maestros de educación primaria “de toda clase de impuestos sobre los sueldos que devengan”; pero, como si esto no bastara, en noviembre de 2000 —cuando el país aún no se recuperaba de los estragos provocados por el huracán Mitch— el generoso Congreso Nacional, durante el gobierno liberal de Carlos Flores, interpretó el artículo para incluir en este beneficio a todos los profesionales “que administran, organizan, dirigen, imparten o supervisan la labor educativa en los distintos niveles de nuestro sistema educativo nacional…”.

Claramente, lo estipulado en ambos artículos corresponde a una ley secundaria; pero había que blindar el trato diferenciado a los docentes de forma tal, que cualquier intento de revisión o reforma significara, para el gobierno que se atreviera a hacerlo, un costo político demasiado alto que, sin duda, ninguno está dispuesto a pagar.

El Estatuto del Docente Hondureño fue aprobado en 1997, en las postrimerías del gobierno liberal de Carlos Roberto Reina. El presidente del Congreso Nacional era Carlos Flores Facussé, candidato del Partido Liberal a la Presidencia de la República para las elecciones que se realizaron ese año, y que él ganó. El momento político para aprobar este Estatuto fue más que oportuno para el Partido Liberal, especialmente para su candidato, y los docentes supieron aprovecharlo.

Aquí no se está cuestionando la validez de tal instrumento, pues hay mucha tela que cortar al respecto, pero sí es pertinente llamar la atención sobre los beneficios que contempla, lo cual explica por qué al Estado le cuesta tanto cumplir. Sólo para dar un ejemplo, ¿quién, además de los docentes, recibe en Honduras un 69% sobre su sueldo base, como “compensación por calificación académica”, al obtener un título de Educación Superior? (7)

El corolario de todo esto es que, abusando de los exiguos fondos del Estado, el Partido Liberal y sus gobiernos han ganado el apoyo de las organizaciones magisteriales, y los docentes se han agenciado privilegios que el resto de los asalariados hondureños ni se atreven a soñar. Ambos ganan, pero los estudiantes reciben una educación que da lástima, parafraseando a Eduardo García Gaspar, cuando se refiere al caso mexicano.

EL PODER SIMBÓLICO DEL CORPORATIVISMO

Si nos atenemos a las reflexiones del sociólogo Pierre Bourdieu, los diferentes tipos de capital (económico, social, cultural) funcionan como capital simbólico, en la medida que son reconocidos como legítimos en un espacio social determinado. En consecuencia, el capital simbólico está hecho de todas las formas de reconocimiento social.

El capital simbólico constituye la base del poder simbólico, pues las relaciones de dominación deben ser reconocidas como legítimas. En la medida que un Estado, clase social, religión, organización o grupo capitaliza poder simbólico y actúa en consecuencia, dice este autor, sus prácticas serán “percibidas y apreciadas, por el que las cumple, y también por los otros, como justas, correctas, adecuadas, sin ser de ninguna manera el producto de la obediencia a un orden en un sentido imperativo, a unas normas, o a las reglas del derecho”.

Las organizaciones, gremios y corporaciones libran una permanente lucha por el poder simbólico —especialmente mediante el discurso—, ya que en ello está en juego la realización de sus intereses. Cuando logran imponer, aunque sea en una porción de la sociedad, una visión que legitima su poder y su posición social privilegiada, entonces es cuando pueden presentar sus intereses particulares como intereses generales.

Es de reconocer que en Honduras el corporativismo ha sabido librar la batalla por el poder simbólico.
Aunque este poder está claramente distribuido entre los diferentes grupos y clases sociales, lo cierto es que el corporativismo se ha agenciado el reconocimiento social necesario para que otros defiendan sus privilegios, aunque en última instancia sean afectados por los mismos.

Para el caso —con toda justeza—, el movimiento social y popular ha venido exigiendo que las empresas de comida rápida paguen el impuesto sobre la renta. Sin embargo, ninguno de los que se arrogan la representación de los “intereses populares” se atreve a decir que los docentes, especialmente los de educación media y superior, también deben pagarlo. ¿Por qué? Obviamente, este sector considera legítimos los privilegios del gremio magisterial, al igual que el empresariado considera legítimos los privilegios de las empresas mencionadas. Cada cual se defiende con su cuota de poder simbólico.

¿Y LA UNAH?

Imposible no mencionar en este apartado la tragedia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, “puesta de rodillas” —como sentenció la rectora Julieta Castellanos—, por su voraz sindicato. De huelga en huelga y de toma en toma, éste ha llevado a la Universidad, muchas veces por medios violentos, al caos y al deterioro de sus funciones esenciales; por supuesto, ante la mirada calculadora del bipartidismo y con la complicidad de no pocos miembros de la comunidad universitaria porque, para que el corporativismo crezca como hiedra venenosa, se necesitan dos, como mínimo.

Sobre la UNAH, nada mejor que leer el mensaje de Isbela Orellana, catedrática universitaria de San Pedro Sula, quien recuerda que “…el Sitraunah fue asaltado en 1997 por los actuales directivos del mismo. Este asalto lo perpetraron en pleno congreso contra los que dirigían el sindicato. Las trabajadoras y trabajadores que utilizaron para realizar el asalto se convirtieron ese día en unos agresivos gladiadores, que solo la Providencia divina pudo impedir que agredieran a nuestros compañeros y compañeras…”.

Luego narra que, como producto de ese asalto, están expulsados del sindicato todos los que lo dirigieron en la década de los 80, a muchos de los cuales —ella incluida— no se les siguió ningún procedimiento… Más adelante explica lo difícil que es “compartir con quienes en muchos momentos utilizan lo popular para defender los actos de corrupción de un sindicato que no responde a los intereses de toda la comunidad universitaria y que, además, en innumerables ocasiones, espacio y tiempo, ha avalado los actos de corrupción cometidos por el Dr. Sagastume, Oswaldo Ramos, Ana Belén Castillo, Omar Casco, Guillermo Pérez y toda “la pandilla que desde 1981 desgobiernó la UNAH (…)”.

Lo que cuenta Isbela Orellana no es novedad. Ella misma lo dice: “Hoy, como en otras oportunidades se ha explicado esta situación”. Pero todo cae en saco roto. Puede más el discurso de “la defensa de las conquistas laborales”, “la defensa del fuero sindical”, el cumplimiento de un contrato colectivo adulterado, con el que el Sitraunah se ha construido su poder simbólico. De nuevo, desde la perspectiva corporativista y clientelar, la UNAH no es patrimonio de la nación, sino del Sitraunah y sus cómplices.

La autora termina su mensaje con unas líneas que deben llamar, a más de alguien, a la reflexión: “…el golpe de Estado y estar en la Resistencia ha servido para que muchos se laven la cara y esto es, precisamente, lo que hacen los corruptos que dirigen el Sitrafuud” (8).

UN EJERCICIO INCÓMODO

Hay muchos otros rasgos de la cultura política hondureña que vale la pena escudriñar con rigurosidad. Por ejemplo el providencialismo, por el cual el Estado laico es solo otra ficción constitucional. Estudiar y reflexionar a fondo sobre nuestra cultura política es una tarea pendiente, especialmente en estos momentos que con tanto ímpetu se habla de “refundar Honduras” mediante una Asamblea Nacional Constituyente.

Esto puede convertirse en un ejercicio incómodo, sobre todo para las personas y organizaciones aglutinadas en el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), que conciben la refundación del país como “un camino de transformación económica y política frente a la cultura de dominación, que beneficie a nuestro pueblo y que nos lleve a la constitución de una Honduras con justicia, humanidad, solidaridad, soberanía, autodeterminación y equidad”.

Lamentablemente, el caudillismo, el clientelismo, el corporativismo, la corrupción, son rasgos de la cultura dominante que han permeado a los llamados sectores subalternos que, en no pocos casos, los asumen como propios y los legitiman con su discurso y su conducta.

Honduras está en una encrucijada, con una innegable energía social que no está dispuesta a dejar pasar la coyuntura propiciada por el golpe de Estado. Por tanto, estamos en un momento en que surgen muchas preguntas para las que aún no hay respuestas. En cualquier caso, no hay que olvidar que los ídolos de pies de barro se desmoronan a las primeras lluvias.


NOTAS
(1) Han abordado este tema desde distintas disciplinas y con mayor o menor grado de intensidad, entre otros, Ramón Rosa, Lucas Paredes, Ramón Oquelí, Mario Argueta, Marvin Barahona, Darío Euraque, Leticia Salomón, Rina Villars y Rocío Tábora.

(2) No hace falta mucha perspicacia para captar el sentido de estas palabras. Por lo dicho, “el soberano” (el pueblo) tenía la “voluntad” de reelegir a Zelaya; esto nos lleva, inevitablemente, a recordar el “clamor popular” que se propició para que el general Carías continuara en el poder, lo cual lo “obligó” a reformar la Constitución en 1936 para quedarse por doce años más. Los caudillos no son muy innovadores porque, a fin de cuentas, el fenómeno es el mismo. Las cursivas son mías.

(3) Helen Umaña, Premio Nacional de Literatura 1989, es una de las pocas escritoras nacionales que se ha dedicado al ensayo y la crítica literaria. Más de una decena de obras respaldan su trabajo incansable y pulcro en pos de escudriñar y difundir la literatura hondureña. Por tanto, su evidente adhesión a la figura de Zelaya —al igual que otros intelectuales—, es prueba irrefutable de los alcances del referido mito.

(4) Helen Umaña, “El día que los golpistas dijeron la verdad”, San Pedro Sula, 16 de diciembre de 2009, texto leído durante la entrega de los premios de locución a Radio Progreso, Radio Globo y Cholusat Sur, difundido en internet.

(5) Véase Leonardo Girondella Mora, en http://contrapeso.info/, 17 de octubre de 2008. Aunque sobre este tema hay una abundante literatura, la persona interesada podrá encontrar en este sitio información precisa y sencilla al respecto.

(6) Por ejemplo, el Art. 5 del Reglamento del Estatuto del Docente Hondureño establece, como uno de los requisitos para ingresar a la carrera docente, presentar: “Constancia de afiliación y solvencia extendida por la Organización Magisterial que pertenezca al docente” (sic).

(7) Para tener una idea clara de estos y otros beneficios, véanse los artículos 50, 51 y 52 del Estatuto del Docente Hondureño.

(8) Isbela Orellana, testimonio del 22 de marzo de 2010 que circuló por internet, en respuesta a un mensaje del ex rector de la UNAH, Juan Almendares, en el que demanda, sin ninguna reserva, entre otras cosas, “el respeto al fuero sindical y a la vida y dignidad de la clase trabajadora de la UNAH…”. Cuando la autora habla del Sitrafuud, alude directamente al Frente Unido Universitario Democrático (FUUD), el frente de la ultraderecha en la UNAH, con el que el actual Sitraunah ha compartido poder y canonjías. Las cursivas son mías.

Fuente: Revista Envío 
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