Mostrando entradas con la etiqueta FIL Guadalajara. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FIL Guadalajara. Mostrar todas las entradas

14 de octubre de 2016

Julio Escoto y María Eugenia Ramos representarán a Honduras en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara


Los narradores Julio Escoto y María Eugenia Ramos son los escritores hondureños seleccionados por el comité organizador de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el programa “Invitado de honor”, que se desarrollará del 26 de noviembre al 4 de diciembre. Este año, en la trigésima edición del evento más importante del mundo editorial iberoamericano, el programa “Invitado de honor” está dedicado a América Latina.

Julio Escoto, nacido en San Pedro Sula en 1944, es catedrático universitario, novelista, crítico literario y analista social. En 1975 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa. Entre sus numerosas obras se destacan Los guerreros de Hibueras; La balada del herido pájaro y otros cuentos; El árbol de los pañuelos; Días de ventisca, noches de huracán; Bajo el almendro… junto al volcán; El ojo santo: la ideología en las religiones y la televisión; José Cecilio del Valle: una ética contemporánea; El general Morazán marcha a batallar desde la muerte; Rey del albor, Madrugada. Actualmente mantiene una columna de opinión en diario El Heraldo.

María Eugenia Ramos nació en Tegucigalpa en 1959. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. En 1978 obtuvo el premio de poesía Independencia Nacional, auspiciado por la Sociedad Literaria de Honduras y el Banco Atlántida, y en 1992 el premio de narrativa Francisco Morazán, otorgado por la UNAH. Ha publicado un libro de poesía, Porque ningún sol es el último; cuento, Una cierta nostalgia; ensayo, La visión de país en Clementina Suárez y Alfonso Guillén Zelaya, en coautoría con Mario A. Membreño Cedillo; y Los contenidos informativos de la radio y la televisión en Honduras. Ha publicado artículos en diarios y revistas del país, tales como El Heraldo, Conexihon, El Pulso y las ya desaparecidas revistas literarias Alcaraván y Tragaluz. Asimismo, recopiló y editó la poesía completa de Clementina Suárez, publicada por la Editorial Universitaria en 2012. En 2011, la FIL Guadalajara la seleccionó como una de “25 secretos literarios mejor guardados de América Latina”.

Ambos autores han sido incluidos en numerosas antologías de literatura centroamericana y han participado en Centroamérica cuenta, evento que se realiza anualmente en Nicaragua y reúne a importantes figuras de la literatura, el arte y el periodismo de Centroamérica, México y Europa.

Durante su estancia en Guadalajara, los escritores hondureños participarán en conversatorios y encuentros junto a otros autores centroamericanos como Sergio Ramírez y Gioconda Belli, de Nicaragua; Anacristina Rossi y Carlos Cortés, de Costa Rica; Horacio Castellanos Moya y Vanessa Núñez Handal, de El Salvador; Rosa María Britton y Enrique Jaramillo Levi, de Panamá, entre otros.

4 de agosto de 2016

María Eugenia Ramos en 392 palabras


Cuando la Feria Internacional del Libro de Guadalajara me seleccionó en 2011 como una de "25 secretos literarios de América Latina", me pidieron escribir una biobibliografía en tono coloquial, en 300 palabras, que explicara quién soy y por qué debían leerme. Haciendo el recuento, veo que me pasé de ese número, ¡y bastante! Pero me siento muy identificada con lo que escribí, esta soy yo.

______________________________

Nací a los siete meses de gestación, en un día de mucho viento. Según mi madre, siempre fui rebelde, hasta en el hecho de nacer antes de tiempo. Cuando niña, soñaba con ser bióloga y arquitecta. Bióloga no fui desde que no pude revivir a unas pobres arañas a las que congelé en un experimento de hipotermia. Para ser arquitecta hace falta mucha matemática, y a esta altura de mi vida una de mis pesadillas recurrentes sigue siendo que debo presentar un examen en esa materia, lo cual me produce una angustia indescriptible. Pero al escribir puedo darle vida a arañas, edificios, soles y monstruos, y ese es un privilegio invalorable.

Siempre he vivido en una pobreza decorosa, si cabe el término, en la que los libros han sido los bienes más preciados. A fin de cuentas, los libros no solo poblaron mi infancia y mi adolescencia de aventuras insospechadas, sino que después, siendo editora, me permitieron ganarme el pan, y aun viajar y conocer otras gentes, otros mundos.

Tuve un padre y una madre maravillosos, firmemente convencidos de que, como decía Ernesto Sábato, leer da una mirada más abierta sobre la humanidad y el mundo. Ello me permitió no solo empezar a leer, escribir y crear a muy temprana edad, sino también ser una participante activa durante mi adolescencia y juventud en las luchas sociales de la región centroamericana. Mi poesía proviene de esta época de mi vida, de la cual me siento muy orgullosa. Sin embargo, en mis cuentos huyo lo más que puedo del realismo, porque me interesa mucho más buscar ese mundo paralelo que está allí, pero no siempre es visible.

En mi país, a pesar de que sigue siendo desconocido, de no ser por el fútbol, los huracanes y un golpe de estado en pleno siglo veintiuno, existen voces frescas y variadas que han ido construyendo un universo literario propio. Y sin embargo, pocas, poquísimas, han encontrado eco en otras partes. Por eso me siento honrada y comprometida al ser una de las voces que ha logrado, de alguna manera, romper el aislamiento. Si debe haber alguna razón para leerme, que sea la de acercarse por mi medio a mi generación y a las siguientes generaciones que, en palabras de la maestra Rosario Castellanos, practicamos “otro modo de ser humano y libre: otro modo de ser”.

(Texto publicado en el dossier del programa "25 secretos literarios de América Latina", de la FIL Guadalajara 2011.)

7 de julio de 2012

Un cuento inédito de Giovanna Rivero

Fusión

Infografía: María Eugenia Ramos


Va ser difícil sacar a la niña en este caos. ¿Qué puedo decir? ¿Que es mi hija, mi nieta, mi pariente? Kazuo me contactó precisamente porque confiaba en mí y quería que la niña estuviera a salvo, que tuviera una vida normal. Nos conocíamos desde la guerra y aunque éramos de bandos enemigos, las circunstancias transformaron nuestras posiciones. Él defendió mi condición de prisionero y por eso regresé a Utah a fines del cuarenta y cinco casi sin un rasguño. Además, no estaba en el frente, mi misión era importante pero no ofensiva: emitía mensajes por radio en idioma navajo. Luego Kazuo me explicaría su conmoción y pena al saber que yo, en realidad, era un poeta, un poeta indio, y no había tenido muchas opciones. O la guerra o la eterna vergüenza.

Mitsuko es su nieta y, según Kazuo, ya la han detectado. Kazuo quería que yo la llevara conmigo a América para salvarla de un destino que parece seguro: la entrenarán en la base nuclear. No solo en Japón o Rusia o Ginebra ‒había leído informes confidenciales‒, sino en lugares recónditos como Bolivia, en una zona convenientemente turística llamada Samaipata, se hacen experimentos con máquinas de aceleración de partículas. Los avances son significativos, pero aún no se controla el factor de la reversibilidad. En Ginebra, por ejemplo, la Máquina de Dios condensa las partículas obteniendo cantidades importantes de masa atómica, pero la reversibilidad no es perfecta, no basta con diluir la masa flamante en ferro fluido, eliminando las características iniciales. Esto significa, en otras palabras, que los ansiados viajes en el tiempo tienen todavía una larga carrera de obstáculos por resolver. A lo mucho, uno se embarca en un One Way Trip. La niña, en cambio, posee la capacidad. Es una especie de Princesa del Fuego, para decirlo mejor. El fuego que destruyendo transforma  y transformando domina y en su soberbia obedece. El fuego azul, que es el primer fuego de todas las criaturas.

Un fuego que hace del tiempo una materia maleable. Ir, volver, descentrados del presente. Una flecha de dos púas.

Ahora, mirándola dormir, pienso en las palabras sencillas de Kazuo, “es tuya, acéptala”. Kazuo sufría los últimos estertores de un cáncer de páncreas, de modo que el terremoto solo actuó como lo haría la Máquina de Dios: acelerando el desenlace, volviendo al punto de partida, a la cuna del río. Ahora estoy solo y en problemas. La pequeña Mitsuko duerme con la placidez de sus siete años. La cabellera nocturna le enmarca la carita pálida, le otorga un aire de pubertad que me recuerda a la madre, Aoi, la hija primogénita de Kazuo, que jamás reveló la identidad del padre de la niña y con ese silencio murió en el parto. A Kazuo le preocupaba ese silencio inquebrantable, pero por algún motivo decidió que era mejor no indagar más.

Me acerco a la ventana. Estamos en el piso 28 de un hotel céntrico en Sendai. La nieve cubre la calle; aun así la gente pulula movida por la energía del horror. Es profunda esa energía, casi inhumana.  El Kosukai ha triplicado sus precios debido al costo de los motores que han debido activar para mantener el edificio con calefacción, pero no garantizan nada.

Mitsuko se mueve en la inmensidad de la cama, busco otra manta en el clóset y la cubro. Los párpados transparentes surcados de venas e inteligencia tiemblan, ¿qué estará soñando? Kazuo la imaginaba en América. No sé ahora si en verdad es una buena idea. La cooptarían igual, la exprimirían, le partirían el alma en mil como a una liebre para extirparle lo imposible. Ni siquiera podría traer de vuelta su pellejo, la hermosa cabellera, para arrojarla a una tierra que es de por sí una inmensa tumba.

Mitsuko se queja en una lengua distinta. No domino el japonés, pero tengo buen oído para distinguir los sonidos básicos de una lengua. Sentir una lengua ajena es como entrar en un bosque distinto y amistarte con sus lobos para sobrevivir.

Prendo un cigarrillo. La televisión emite imágenes mudas. La tierra rajándose, el eructo del agua, la súplica tonta del que va a morir. Yo conozco eso. La súplica tonta.

Quizás debería acostarme junto a la pequeña Mitsuko y dormir también, resignarme. Que la profecía nipona se cumpla y un remolino nos trague. Sin embargo, la voz del viejo Kazuo, “es tuya, acéptala”, me mantiene alerta, nervioso, quizás esperanzado, como en los viejos tiempos.

Mitsuko abre los ojos y dice:

私は飢えている



El Kosukai no está brindando servicio de cena a la habitación. Han prohibido usar los ascensores, y las escaleras están, por el momento, restringidas y vigiladas. Son, sin duda, estrictos con las leyes de emergencia social, aunque nada preguntaron cuando me registré con una niña de siete años en la misma habitación. Ahora Mitsuko tiene hambre y en el frigobar solo hay gaseosas. Ya no quedan chocolates ni bandejas de sushi. Hemos cenado durante tres noches nueces y barras dulces. Yo puedo aguantar con los cigarrillos, pero desconozco los poderes de la niña.

Le ofrezco agua mineral.

Mitsuko sujeta la botella con ambas manos y cierra los ojos de párpados transparentes, surcados de venas e inteligencias.

Suda. Un aura verdosa brota de la garganta. Ya me lo había advertido Kazuo. También se estremece suavemente, como una hoja. “No te espantes, mantente fiel”, dijo Kazuo. “Incluso el árbol inmutable, si lo miras mucho tiempo, sufre violentas transformaciones, cambios terribles. Mitsuko es más rápida, solo eso”, dijo.

El aura eléctrica me eriza los vellos, trepa por las lámparas y aniquila el televisor.

No podría ahora mismo decir cómo, bajo qué conjuros y concretas mutaciones, pero lo que era botella es en cuestión de segundos un caneco de arroz perlado, tupido, sobre el que Mitsuko se aplica usando sus deditos flacos como hashis. Come a una velocidad deliciosa, llena de esperanza.

Luego levanta el caneco y me convida.

Es un auténtico arroz. Tierno como los cereales de las praderas de Colorado. Nada que envidiarle a la Madre Tierra, ningún regusto a electricidad o a plástico o proteínas sintéticas, nada.

¿Cómo has conseguido… esto?

Ella dice que no sabe, Tierra o arroz o agua mineral, ¿no es todo lo mismo? ¿No somos todo lo mismo? Me da flojera pensar de otro modo, bosteza. Solo preste atención. Escuche.

Mitsuko esgrime su dedito índice como si fuese una antena captando ondas hertzianas en la lejanía.
Kazuo, mi abuelo, es ahora un copo de nieve. No debería preocuparse tanto, señor Yuma.

Intento no preocuparme. Visualizo praderas y cachorros. Lo que me tranquiliza, en realidad, es el trote silencioso del caballo de mi infancia. De modo que al amanecer aquello que ha dicho Mitsuko y lo que ha dicho Kazuo, “es tuya, acéptala, Yuma”, va confluyendo en la misma vertiente y entiendo lo que debemos hacer. Cuando un hombre entiende lo que se debe hacer no hay marcha atrás, incluso si el entendimiento del mundo es oscuro. Esto lo sabía antes de la guerra y lo sé ahora.

Desayunos en silencio con la técnica culinaria de Mitsuko. Y con la panza llena para no nublar los pensamientos, le planteo a la niña mi plan.

Mitsuko está de acuerdo, va a ser divertido, ya lo verá señor Yuma, se entusiasma. Dice que lo ha hecho antes, con su mejor amiga, que así jugaban bromas a las ancianas del barrio. Nunca las descubrieron.  Los turnos eran veloces, de segundos apenas, y las tontas ancianas se estrujaban los ojos con sus puños arrugados o escupían a un costado por si se trataba de un demonio. El juego, eso sí, tiene un límite, explica Mitsuko, la fusión más larga dura la mitad de un día, nunca ha conseguido un día completo. ¿Será suficiente?

Mitsuko se aprieta contra mí. No me llega ni al pecho.



En el aeropuerto la gente se agolpa en los mostradores dispuesta a pagar miles de yenes por salir de Sendai.  Las noticias son devastadoras. Un enorme dragón acecha hambriento convulsionándose bajo los mares y será cuestión de horas antes de que todo Japón sucumba. América es el destino apetecido. Y luego Londres.  Un grupo de brasileños protesta porque su ruta de vuelo no está entre las prioridades, necesitan de un pasajero más. Con el temporal, el vuelo toma 18 horas y una obligada escala en la Guyana Francesa. Decido que es el lugar perfecto para llevar a Mitsuko, siempre y cuando todo salga bien y un cambio de planes en la duración del vuelo no la obligue a imponer sus partículas infantiles sobre las mías, anulando la necedad de mi carne envejecida.

Yo voy a Brasil, levanto con insospechada agilidad mi mano, que ahora es blanca, como si nunca hubiera trabajado.

¿Coronel Yuma?, confirma la agente de la aerolínea. ¿Alguien más con usted?

Nadie, nadie más.

Miento. Guardo el secreto de la verdad. Y me siento travieso, como hace incontables lunas, niño otra vez, apenas protegido por el cuero todavía fresco de algún animal, galopando sin el permiso de Black Hawk, mi padre y el padre de todos, en los campos de Ojo de Oso, entre la nieve y las estrellas, en el calor y en el frío, listo para enfrentarme al enemigo.

La agente me alcanza el pase a bordo. Me cuelgo al hombro la mochila y camino rápido por los aterrados pasillos del aeropuerto. Camino casi a saltitos, como si la vida comenzara. Mi garganta comienza a cantar una ronda en japonés, una canción que nunca había escuchado, quizás se trate de una canción de despedida.

__________________________________

Foto: María Eugenia Ramos
Giovanna Rivero (Santa Cruz, Bolivia, 1972). Libros publicados: Relatos: Niñas y detectives, Bartleby Editores (Madrid, 2009). Las bestias (1997, Premio Nacional de Literatura), Sentir lo oscuro (2002), Contraluna (2005), Sangre dulce (2006). Novelas: Las camaleonas (2001) y Tukzon, historias colaterales (2008). Cuentos para niños: La dueña de nuestros sueños (2002). Ha obtenido los premios de cuento Presencia (1993) y "Franz Tamayo" (2005). Cursó la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Florida, EE.UU. Figura en la antología latinoamericana El futuro no es nuestro (2009) y participó en el programa "Escribir en residencia" auspiciado por la Universidad Alcalá de Henares. En 2011 participó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, como una de los "25 secretos literarios mejor guardados de América Latina". Reside en Gainesville, Florida.

Giovanna Rivero describe así su relación con la literatura: "Soy escritora. Lo soy desde niña,  nueve, diez años, cuando el mundo de los grandes me parecía fascinante, terrible e inalcanzable. Precoz como era, necesitaba dar ese salto, encontrar el modo de hacerlo sin esperar un montón de años,  y entonces entender qué significaba ser grande, qué oscurísimos secretos se develaban con el conocimiento de los adultos, qué tenía el mundo para mí y yo para el mundo. No sabía que ese contacto vital que yo anhelaba se llamaba experiencia, y por tanto dolor y placer y amor. Me di cuenta de que inventando podía tender aquel puente hacia la adultez. Reemplacé la experiencia con la ficción. Y claro, salieron monstruos. Pero eran míos." 



***

1 de julio de 2012

Un cuento de Roberto Martínez Bachrich: Wave

Sobre Roberto Martínez Bachrich, el blog de la Cooperativa Editorial "Lugar Común" (muy buen ejemplo, por cierto, de lo que puede hacer una iniciativa colectiva independiente) dice lo siguiente:
Roberto Martínez Bachrich (Venezuela) y 
María Eugenia Ramos (Honduras) en la FIL 
Guadalajara 2011.
"Nacido en Valencia, en 1977. Narrador, poeta y profesor de la Escuela de Letras de la UCV. Magíster en Técnicas de la Narración por la Scuola Holden (Turín, Italia) y en Estudios Literarios por la misma UCV. Autor de los libros de relatos Desencuentros (Gobernación de Carabobo, 1998) y Vulgar (Universidad de Carabobo, 2000), además del poemario Las noches de cobalto (Funsagú, 2002). Algunos de sus relatos y poemas han aparecido en las antologías De la urbe para el orbe (Alfadil, 2006), Próximos (Embajada de Venezuela en China, 2006), Tatuajes de ciudad (Sacven, 2007), Carne de exportación (Funcas, 2008), la versión digital de El futuro no es nuestro (Pie de Página, 2008), En obra (Equinoccio, 2009) y El océano en un pez (Arte y Literatura, 2011). Su obra ha merecido el Premio de Cuento de la FHE de la Universidad de Carabobo (1996); Premio Bienal de Narrativa “Rafael Briceño Ortega” (1998); Premio de poesía “Vox Novula”, UCAB (1999) y Premio de Cuento Breve 1999 de la UCV. Con el libro Tiempo hendido: Un acercamiento a la vida y obra de Antonia Palacios, obtuvo el X Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana 2010. Forma parte de nuestro catálogo con Las guerras íntimas, su tercer libro de cuentos. Gracias a este título fue seleccionado como uno de los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina en la FIL Guadalajara de 2011."  
Se ha dicho de la narrativa de Roberto Martínez Bachrich que reúnen todas las características del cuento clásico: brevedad, intensidad y sorpresa, además de un uso magistral de las técnicas narrativas. Así lo demuestra sin lugar a dudas el cuento que transcribo a continuación.



Wave
Agora eu já sei
da onda que se ergueu no mar
e das estrelas que esquecemos de contar
o amor se deixa surpreender
enquanto a noite vem nos envolver
Antonio Carlos Jobim

Somos jóvenes e inconscientes, Verónica y yo, y siempre hemos estado orgullosos de ello. Será por eso que no nos costó ningún trabajo mentirle a nuestros padres. Verónica le aseguró a mi mamá que no iríamos a la playa, que por nada del mundo se nos ocurriría –con los indicios de esa horrible tormenta que se aproximaba a la costa– acercarnos al mar, que no, que nos quedaríamos en casa de su tía Carmelina en Coro, y que dedicaríamos el fin de semana a pasear por la zona colonial y conocer la ciudad. Por otro lado, yo le juré al padre de Verónica que no tenía de qué preocuparse, que nos quedaríamos con mi tía Dulce y mis primas, nada de playa, porque la verdad es que yo detesto el sol y el pegoste de la arena, además, las playas de por allá están llenas de aguamalas en esta época y a mí esos bichos viscosos me dan un poco de tirria, pero sobre todo, la amenaza de que el huracán Sabrina llegue a las costas falconianas me aterra en demasía (con frecuencia tengo pesadillas al respecto). En fin, dijimos, Vero y yo tenemos toda una vida por delante para estar corriendo riesgos estúpidos y arruinar nuestro futuro con cualquier imprudencia. Nuestros viejos quedaron absolutamente convencidos y aliviados, así que Verónica y yo agarramos autopista.

Apenas llegamos a la posada en Adícora, y después de dejar el perolero, nos ponemos nuestros trajes de baño y tomamos la carretera hacia las playas del norte de la península. El clima luce perfectamente normal: el calor espeso de siempre y la ventisca salada propia de cualquier zona costera. Le pregunto a Verónica si Playa Blanca o Saledales, le toca decidir a ella, porque yo elegí la posada. Vero me ausculta de cabo a rabo y decide que Playa Blanca, arguyendo que eso de que los médanos acaben en el mar es profundamente romántico y hermoso. A mí me parece perfecto, pero no sólo por las razones de Vero, sino porque en Saledales siempre hay demasiada gente y eso significa someternos al recato y la castidad, cosa poco deseable teniendo a mano los senos erectos y recién operados de Verónica. Tontamente me sonrojo y rápido vuelvo a mi color. Lo sé: frente al mar el deseo se duplica. Hay algo en el aire marino que arranca todas las costras de la costumbre: el agua salada parece inducir irremediablemente a los juegos del cuerpo, el mar nos hace sensuales. Y esto se convierte en toda una delicia cuando la cosa va un poco más allá de un par de senos perfectos: es el amor, tan ardiente como un erizo de morcilla tapatía, tan dulce como un delfín de crema pastelera vienesa, tan sabroso y envolvente como un pulpo de piña colada, tan grande como una ballena de eucaliptos. Sí, el aire marino duplica la mil veces reformada y empalagosa sintaxis del bobo amor.

Nos detenemos en una licorería del camino para apertrecharnos de bebidas. Me toca decidir a mí, así que escojo ginebra y jugo de naranja, aunque sé que Vero hubiese preferido vodka con limón, pero se sabe que el limón en la playa mancha e imagino que las comisuras de los labios de Verónica oscurecidas no deben ser tan apetitosas. Luego seguimos y ella descubre, a mitad de camino, un pequeño restaurante que le parece muy pintoresco. Me sugiere que almorcemos allí y le digo que mejor en la playa, en cualquier quiosco a la orilla del mar, pero me mira severamente y dice que le toca decidir a ella la suerte de nuestro almuerzo. Acepto un poco fastidiado, porque la verdad me muero de ganas de acostarla inmediatamente en la arena y besarla, acariciarla de polo a polo, lamerle cada resquicio y hacerle el amor hasta que caiga la noche para terminar contando las estrellas en su mirada; pero lo de acatar las decisiones intercaladas siempre ha sido la única ley de nuestra relación y, además, eso me da el poder de decidir con exactitud lo que haremos cuando la playa esté, finalmente, frente a nosotros.

Almorzamos sin demasiado apetito porque la comida no está muy buena y el zumbido de una radio ruidosa cuya señal va y viene mantiene ocupado al único mesonero del lugar, completamente abstraído con las noticias de la tormenta. Luego proseguimos nuestra ruta y, unos metros más adelante, unos guardias nos detienen intentando cerrarnos el paso y queriendo alarmarnos con el asunto del huracán. Yo les digo que vamos a buscar a mi tía Dulce, la pobre, que vive sola en el próximo caserío y debe estar muy asustada —es una señora bastante mayor, comprendan— con el asunto de Sabrina. Así que nos dejan pasar y un par de kilómetros más allá, Playa Blanca aparece ante nuestros ojos completamente sola y paradisíaca. Estaciono el jeep al borde de la carretera y atravesamos a pie los médanos que nos separan del mar. La ventisca salada ha aumentado un poco y el sol parece demasiado adormecido para ser mediodía. Verónica comienza a decir que quizá sí sea peligroso todo aquello, que si no sería mejor devolverse y dejar lo de la playa para otro día, que de cualquier forma tenemos la posada para divertirnos de lo lindo los dos juntos, pero yo le estampo un largo y cálido beso en la boca y le aseguro que no tiene la más mínima razón para preocuparse, que está conmigo, que no nos va a pasar nada y que la arena de Playa Blanca es mucho más cómoda que nuestro triste catre en la posada. Mi deseo efervescentemente animal, sin embargo, no durará mucho rato. Apenas estamos frente al agua el sol parece ocultarse por completo en una densa y oscura nube. El mar está picado y la ventisca se ha convertido en ventarrón. Nos detenemos y Vero me abraza asustada. El viento va tomando fuerza y en cuestión de segundos el último médano antes del agua comienza a desplazarse hacia el punto en el que estamos. Verónica se sume en una extraña tembladera y a mí me invade un hondo y paralizante desconcierto. El agua se revuelve furiosa y a cada minuto nace una nueva ola inmensa que revienta a pocos metros de nuestra parálisis. Vero me exige que nos vayamos y algunas lágrimas que la tolvanera hace desaparecer en milésimas de segundo brotan de sus ojos. Intentamos retroceder, llegar hasta el jeep, pero la carrera es inútil. Los médanos han decidido fundirse al mar y corren en sentido contrario a nuestra huida. Avanzamos tres pasos y un gran médano informe en perpetuo movimiento nos devuelve al mismo punto. Verónica comienza a llorar de pánico mientras su mirada se desfigura. Lo seguimos intentando, jadeantes, y todo es inútil. El mar convulsiona ferozmente, las olas –cada vez más voluminosas– chocan entre sí y producen un estrépito espantoso. Mi carro, que apenas se divisa con el arenero en el aire, desaparece de pronto sepultado por un médano. Verónica me abraza con esa fuerza sobrehumana que otorga el desconsuelo. Y nos quedamos allí, parados, en medio de las cachetadas de arena y el rumor terrible de las olas. Al coro se unen, ahora, montones de truenos que revientan incansables en la bóveda celeste. Y de repente estalla un aguacero que parece fracturar el firmamento y echarlo abajo a líquidos pedazos. Entonces el mar parece abrirse, las aguas ensayan una horrible contracción y bajan hacia los lados, dejando en el centro de nuestra visibilidad un lejano y misterioso islote azul que hace coagular en el viento un silencio siniestro. En ese instante nos damos cuenta: es la ola que crece. Una ola enorme, monstruosa, que marcha a toda velocidad hacia nosotros y parece rasgar el aire a su paso produciendo un sonido seco y estruendoso, un rugido insoportable. Es la misma ola con la que yo he soñado tantas veces antes, es la misma pesadilla recurrente, que se repite con una rigurosa y macabra perfección en la realidad: yo, abrazado al cuerpo de una mujer de firmes senos (en el sueño la mujer no tenía cara, no podía saber que fuera Verónica), viendo la ola venir, aterrados los dos, paralizados ante el horror final. Entonces sé que esta vez no despertaré. Y me toca decidir a mí cómo ponerle fin a todo esto: si dejándonos arrastrar, aplastar y ahogar por la ola o entregándonos a la sepultura del inmenso médano blanco que se desplaza furioso desde el otro lado. “Paso”, pienso, pero ya no puedo decírselo a Vero.

(De Las guerras íntimas, Editorial Cooperativa Lugar Común, Caracas, 2011.)
* * *

5 de abril de 2012

“Busco traducir mis sueños a palabras”: entrevista de Óscar Urtecho a María Eugenia Ramos

Sábado 26 de noviembre de 2011


María Eugenia Ramos (primera a la izquierda) en una de las actividades de la
FIL Guadalajara 2011, con Claribel Alegría y Sergio Ramírez Mercado.

La escritora hondureña participará desde mañana como invitada en la Feria del Libro de Guadalajara, México. Antes de irse habló en exclusiva para Siempre sobre su trabajo poético y narrativo.


La Feria del Libro de Guadalajara, la más prestigiada en lengua española, cumple 25 años en 2011 y los celebra con el proyecto "Los 25 secretos mejor guardados de Latinoamérica": un grupo de escritores poco conocidos que han sido seleccionados para presentarlos al público y profesionales que concurren a esta cita anual del mundo del libro. 
María Eugenia Ramos es uno de esos secretos mejor e injustamente guardados. Esta escritora hondureña tiene la estatura pequeña, la sonrisa levemente irónica y la voz clara, acostumbrada a las grandes audiencias, ya sea como oradora ante masivas manifestaciones en su época de dirigente estudiantil o como educadora, dado que estudió magisterio.
La Feria del Libro, dedicada este año a Alemania, empezó ayer y termina el próximo 2 de diciembre, y en ella, además de "Los 25 secretos mejor guardados de Latinoamérica", se presentarán escritores de gran significación internacional como Herta Müller, Mario Vargas Llosa, Juan Gelman y Sergio Ramírez. Antes de su partida a Guadalajara para encontrarse con ellos, María Eugenia se reunió con nosotros para compartir un café y contarnos sobre su vida, su obra y sus secretos. Estas son sus palabras:
Háblenos un poco de lo que significa para usted esta experiencia de ser invitada a la Feria del Libro.
En primer lugar, es una gran sorpresa que me hayan incluido en una lista de escritores considerados "de gran potencial", seleccionados en un proceso que, según los organizadores, implicó la lectura de decenas de obras por un equipo de editores, libreros, periodistas y críticos. La selección final recayó en un comité de lectores, que eligieron a 25 autores de 15 países. Entre los seleccionados hay nombres reconocidos, con numerosos títulos publicados, no solo en sus países, sino también en Europa, en tanto que yo he publicado poco. Aún estoy con la boca abierta y temiendo que me llamen diciendo que fue un error... Se trata de un gran compromiso, porque en adelante tengo que escribir y publicar mucho más para corresponder al honor de esta invitación.
¿En qué actividades participará en la feria?
Estaré en las presentaciones de los "25 secretos", con participación especial el día 28 (mañana lunes). Además, asistiré a las presentaciones de dos nuevas antologías centroamericanas publicadas por el Fondo de Cultura Económica, en las que aparezco; una de cuento, "Puertos abiertos", y otra de poesía, "Puertas abiertas". También habrá eventos sociales en los que compartiremos con el presidente del Comité Organizador de la feria e invitados especiales.
Usted tiene dos libros publicados, ¿a qué se debe que no haya vuelto a publicar?
Paradójicamente, han influido tanto el descuido como el exceso de cuidado. Descuido porque me he dejado absorber por las exigencias del día a día, en trabajos que poco se relacionan con la literatura, y no he hecho un esfuerzo por dedicarle tiempo a mi vocación. Y por otro lado, exceso de cuidado, porque pienso que es preferible publicar poco, con la seguridad de que lo publicado tiene las cualidades mínimas para merecer ser leído, en lugar de publicar mucho solo por vanidad o para que nos compren libros, peor aún si los estudiantes se ven obligados a comprarlos a cambio de una calificación, o si los venden docentes que se quedan con una comisión.
Varios escritores nacionales han salido a la luz con sus trabajos en los últimos años. ¿Podría decirnos qué opina sobre esta literatura nacional que está surgiendo?
Tengo mucho optimismo sobre autores jóvenes que han surgido recientemente, cuyas obras están a tono con lo que se está escribiendo en la actualidad en otras partes del mundo. Son voces que aportan frescura y desenfado, pero también diversidad y profundidad. La literatura hondureña ya no se compone solo de los mismos nombres que nos vienen repitiendo desde la primaria, sino de muchos otros que merecen ser leídos, como Gustavo Campos y Dennis Arita. Siempre que puedo promuevo a estos autores y autoras jóvenes en los espacios donde participo.
Cada vez que se menciona su nombre en el ambiente periodístico y literario, inmediatamente se le relaciona con don Ventura Ramos. ¿Siente que la figura de su padre, además de haber influido en su desarrollo y su educación, es una especie de sombra, como ocurre en algunos casos de hijos de famosos?
No me molesta que se mencione el nombre de mi padre; al contrario, me siento orgullosa de ser su hija. Muy pocas personas en Honduras disfrutan del privilegio de haber tenido un padre, no solo amoroso, sino además respetado, admirado y querido por su talento autodidacta y su honestidad, y yo tengo ese privilegio. Naturalmente que él no esperó nunca de ninguno de sus hijos que fuéramos una copia de sus logros, y en ese sentido cada uno de nosotros tiene sus propios méritos y se ha desarrollado en distintos campos. Mi hermano mayor es un patólogo ya jubilado que se abrió campo como docente e investigador en una universidad de Estados Unidos; mi hermana mayor también es profesional de la medicina y se ha dedicado al estudio y prevención de las adicciones. Yo he sido la menos aplicada en el campo académico, pero la habilidad para redactar me ha permitido ganarme la vida decorosamente, como editora. Mi padre estaría muy orgulloso de saber que he publicado y que estoy abriéndome camino fuera de Honduras como escritora.
Esta pregunta es casi obligada, dado que usted es una defensora de los derechos de la mujer: ¿cómo se consolida una mujer en el oficio de escritora en Honduras?
Considero que, si bien siempre hay ciertas desigualdades de género entre escritoras y escritores (evidenciadas en las antologías, por ejemplo), se ha avanzado mucho en cuanto a los espacios ganados por las mujeres en la literatura. Hace poco estuve releyendo una ponencia que presenté en 1992 en un encuentro de escritores de México y Centroamérica, titulada "Lenguaje, literatura y mujer en Honduras", en cuyo último párrafo planteaba la esperanza de que en el futuro las antologías y las mesas de lectura en Honduras no estuvieran compuestas solo por hombres, sino por hombres y mujeres. Pues bien, siento que hoy, dos décadas después, es muy raro encontrar una lectura en la que solo participen escritores hombres, aunque se sigue dando.
Pongámonos un poco menos serios y hablemos de cosas más light. ¿Qué significa ser escritor?
Creo que cada quien tiene su propia visión de lo que significa ser escritor o escritora, desde su experiencia particular. Para mí ser escritora ha significado tener más distracciones que la mayoría de las personas; en ese sentido tengo anécdotas famosas entre mi círculo de amistades. Sueño mucho y hago poco.
Si su hija quisiera ser escritora, ¿qué le recomendaría?
Mi hija no quiere ser escritora, pero es mi fan número uno, y le estoy muy agradecida por eso. En todo caso, si quisiera escribir, le recomendaría leer, escuchar y vivir, todo en grandes cantidades y con mente abierta, y dejar "remojando" sus textos el mayor tiempo posible antes de publicarlos.
Hablo con muchos poetas hondureños y parece que sufren mucho y les va muy mal, ¿qué visión tiene usted de los poetas, en un sentido general, claro?
Ernesto Sábato decía que los escritores son sobre todo exagerados. Por otro lado, los escritores y artistas en general somos más sensibles que la mayoría de las personas. Todo ello influye para que fácilmente seamos víctimas de lo que en el siglo diecinueve se conocía como "el mal metafísico", la bohemia, la autodestrucción. Como en cualquier otro sector de la población, tenemos también personajes acostumbrados a vivir a expensas de los demás, que invocan toda clase de tragedias para que los compadezcamos. Hay otros que verdaderamente tienen conflictos sin resolver, entre los cuales me incluyo. Algunos los evaden recurriendo al alcoholismo, lo cual afortunadamente no es mi caso, y también, en ciertos casos, logran aprovecharlos como fuente de su poesía. Mi visión es que somos personas comunes y corrientes que nos damos el lujo de crear nuestros propios mundos. El cómo aprovechemos ese don o lo desperdiciemos, depende de cada quien.
En un mundo como el de ahora, ¿vale la pena seguir escribiendo poesía?
La poesía siempre será necesaria, especialmente si el mundo en que vivimos se cae en pedazos.
¿Qué busca María Eugenia Ramos al escribir sus libros?
Busco traducir a palabras los sueños que tengo, ya sea dormida o despierta.
¿Qué es lo peor que le ha pasado como escritora?
Las mayores vergüenzas que he pasado, ya sea con el sombrero de escritora puesto o en cualquier otra circunstancia de la vida, han sido debido a mis distracciones y falta de memoria. En una ocasión, siendo estudiante de segundo curso, se me ocurrió participar con un poema de mi autoría en un concurso de declamación en el Instituto Técnico Luis Bográn, ante un público compuesto solo por adolescentes varones. Comencé con mucho ímpetu, pero a los pocos segundos olvidé por completo el poema que yo misma había escrito. Entonces hice lo que los cantantes cuando olvidan la letra: improvisé. Siempre se notó, pero los muchachos fueron muy generosos y en lugar de abuchearme me aplaudieron.
Dicen que todos los escritores tienen rituales a la hora de escribir... ¿cuáles son los suyos?
Más que un ritual, tengo dependencia de la computadora; me es difícil escribir a mano. Además, tengo un mal hábito, y es morderme los dedos, no las uñas, sino los dedos, cuando estoy muy concentrada. Cuando se me ven callos muy pronunciados en las manos es porque he estado trabajando mucho.
¿Hay algún libro que jamás leería? ¿Por qué?
Los de Paulo Coelho, porque más que literatura son libros de autoayuda disfrazados de obras literarias.
Un libro que siempre ha querido leer y no ha podido… ¿por qué?
Me gustaría leer (¡y entender!) "Ulises" de James Joyce y "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust para presumir ante mis amistades y compañeros de la carrera de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Pero me he aburrido mortalmente con las primeras páginas, así que he renunciado porque la lectura debe ser un placer, nunca una obligación.
Creo que este es un pecado de los escritores pobres, así que quizá no lo haya cometido usted. ¿alguna vez ha "tomado prestado" un libro y no lo ha devuelto? ¿Cuál?
Para empezar, déjeme aclararle que tal vez no soy una pobre escritora, pero sin lugar a dudas sí una escritora pobre. Mis ingresos no llegan ni siquiera a tres salarios mínimos, y soy de las que a fin de mes dejan de pagar una cuenta para poder pagar las otras. Claro que he tomado prestados libros y no los he devuelto, aunque generalmente ha sido por olvido, o porque tengo mucha confianza con la persona y asumo que es un préstamo indefinido.
¿El libro que mayor decepción le ha provocado? ¿Por qué?
"Memoria de mis putas tristes", de Gabriel García Márquez. En mi infancia devoré "Cien años de soledad" y era capaz de recitar de memoria párrafos enteros. Ninguno de sus otros libros, con excepción de sus cuentos, me ha gustado mucho que digamos. Pero en "Memoria de mis putas tristes" García Márquez se presenta como un escritor misógino. Yo no pude terminar de leerlo.
¿El libro más hermoso que ha leído? ¿Por qué?
Para mí los libros más hermosos son los de cuentos infantiles modernos, especialmente si están editados en buen papel y con las mejores ilustraciones. Disfruto, no solo leer, sino también ver, tocar y hasta oler el libro como objeto artístico, no solo por su contenido, sino también por su presentación. Pero el libro que no hubiera querido terminar nunca de leer, de tan bien escrito que me pareció, es "La guerra del fin del mundo", de Mario Vargas Llosa. Logró crear unos personajes geniales, creíbles pero únicos, e hilvanar una historia de la que uno no se puede despegar hasta la última línea.
¿Qué quiere que las futuras generaciones recuerden de la escritora María Eugenia Ramos? 
Esa pregunta me hace sentir como si tuviera un pie en la tumba, y recuerde que los cincuenta años en una mujer son los nuevos treinta... Ya en serio, no se me ha ocurrido pensar en cómo quiero que me recuerden. Más me gustaría conocer e intercambiar con las generaciones actuales.
Sobre la tumba de Graucho Marx hay un epitafio fabuloso: "Perdonen que no me levante". ¿Qué le gustaría que estuviera escrito sobre la suya?
"De lo bueno, poco". Así reivindico mis escasos 1.50 metros de estatura y, además, me justifico por si no pudiera escribir más libros.

23 de marzo de 2012

Ejercicio sobre Guadalajara

En el infierno de Dante los perezosos se pudrían bajo el agua en el quinto círculo, sin hacer absolutamente nada para salir de allí. Reconozco que así he estado desde que volví de Guadalajara (con la salvedad de ir al trabajo asalariado, obviamente, porque ni modo), tal vez porque aún no he salido de mi asombro de formar parte de Los 25 secretostal vez porque la alegría puede abrumar casi tanto como la infelicidad.

En fin, hoy fue un día de semana inédito. Aunque trabajé, las circunstancias me permitieron hacerlo sin presión de horario, tal como me gusta. Además, mi pirulito, mi daihatsu charade del 92, se portó muy bien y me sentí como una reina manejándolo, haciendo a un lado los chillidos, toses y lamentos que lo caracterizan. Fui a ponerme al día con mis deudas —algunas, claro, no todas— y me compré un par de ofertas que encontré por allí.

Creo que todo esto me dio ánimos para entrar a mi blog por primera vez en mucho tiempo, y para mi sorpresa, me encuentro con que aparecen más de 4,600 visitas (2,000 más que hace tres meses), y 15 miembros, dos veces más que antes. ¡OMG! Gracias, FIL Guadalajara, por seguir amadrinándome.

Ya que hablé de pagar deudas, intentaré contar algo de lo que fue mi experiencia en la FIL, aunque sea en estilo telegrama. Literalmente. El orden no es cronológico necesariamente, pero casi. Aquí va.
Viaje muy largo pero sin incidentes. Punto. Ciudad bellísima. Punto. Gente espléndida. Punto. Un poco de frío. Punto. Hotel de cinco estrellas. Punto. Abundantes y deliciosas comidas, todo cortesía de la FIL. Punto. Feria inmensa. Punto. Libros, libros, más libros. Punto. Sin dinero para comprarlos, debo conformarme con verlos y tocarlos. Punto. Me reencuentro con mi admirado maestro Sergio Ramírez en presentación de antología de poesía centroamericana Puertas abiertas. Punto. Estoy incluida en esa antología y también en la de cuento centroamericano, Puertos abiertos, ambas del Fondo de Cultura Económica.  Sonrisa. Punto. Conozco a Juan Gelman y Claribel Alegría, dos iconos de la literatura. Punto. Ambos accesibles y generosos. Punto. Hermoso también conocer a Laura Niembro, a Sarahí, en fin, a todo el personal de la FIL. Perdonen que no recuerde nombres. Punto. Nunca puedo recordar nombres, pero sí rostros. Punto. Aunque no los mencione, sus rostros forman parte de estos buenos recuerdos. Punto. Preparatoria de Tlajomulco: la mejor parte del viaje. Punto. Un auditorio lleno de chicos y chicas que estudian, trabajan y leen. Punto. Ninguno había escuchado hablar de mí, pero hablé y me escucharon con verdadero interés. Punto. Pregunté qué cuento querían que les leyera y pidieron Para escoger la muerte. Punto. Les gustó, lo entendieron, lo comentaron, lo adoptaron. Punto. Hermoso. Los otros 24 “secretos”, no solo muy talentosos, sino fraternos. Punto. Algunos muy distintos de como los imaginaba. Punto. De la mayoría me referiré en términos de impresión personal; ya habrá tiempo de comentar su obra. Punto. El nicaragüense Ulises Juárez Polanco es mi guía en este laberinto. Punto. Aunque puede ser mi hijo, me asesora y me presenta. Punto. Hasta me presta dinero cuando descubro, con gran consternación, que mi tarjeta American Express (la publicidad es enteramente gratuita, pero no sé si es buena) no es aceptada en ninguna parte de Guadalajara. Punto. La salvadoreña Jacinta Escudos, que aparecía embozada en la fotografía, es verdaderamente hermosa, alta, elegantísima. Punto. Ella y el costarricense Carlos Cortés son las estrellas de Alfaguara Centroamérica y casi siempre se sientan juntos. Punto. Imposible confundirme con Jacinta, pero Laura Niembro lo hace, lo cual es muy gracioso. Punto. El venezolano Roberto Martínez Bachrich lee un cuento de su libro Las guerras íntimas, con su voz que parece salida de un sótano situado bajo los 44 pisos del Hotel Riu. Punto. Me digo a mí misma: genial, así quiero escribir. Punto. El guatemalteco Javier Mosquera Saravia me sorprende y me halaga cuando me dice que estoy en su lista de autores que más le gustaron entre los 25. Punto. Nos entrevistan para diversos medios, la radio de la Universidad de Guadalajara, el canal estatal, diarios, blogs. Punto. Posamos para las cámaras. Punto. Y pensar que en 1994 fui a la misma feria, a leer los primeros esbozos de lo que después sería Una cierta nostalgia. Punto. ¿Cómo podría adivinar que años después, gracias a ese mismo libro, me codearía con la aristocracia literaria, aunque fuera por un día? Guiño. Punto. Los otros veinticuatro secretos disfrutan del tequila y el vino que nos obsequian en almuerzos y cenas de protocolo. Punto. Yo sigo buscando mi ansiada margarita, sin éxito. La chilena Nona Fernández es encantadora, mucho más joven que en la foto, y le gustan los gatos. Punto. Con su compatriota Diego Muñoz Valenzuela comentamos lo parecidas que son nuestras trayectorias, pese a que él es ingeniero (nunca había conocido a un escritor que lo fuera). Punto. A él lo marcó el golpe contra Allende en 1973, a mí la guerra en Centroamérica de los ochenta. Punto. El también chileno Francisco Díaz Klaassen y la argentina Fernanda García Lao nos cautivan a todos con su juventud y simpatía. Punto. A Francisco le dan incluso una suite. Punto. Él niega haber recurrido a su sex appeal para lograrlo. Punto. El uruguayo Dani Umpi lucía una peluca en la foto del sitio web. Punto. Me desconcierto al verlo pelón. Punto. Mi columna, específicamente mi quinta vértebra, me juega una mala pasada. Punto. Debo saltearme un par de actividades porque el dolor es intenso. Punto. Carlos Oriel Wynter de Melo me confirma que un panameño a quien conocí hace muchos años está vivo y ha tenido mucho éxito profesional. Punto. Daniela Tarazona no dice mucho, pero lo observa todo, sin duda imaginándonos como animales sobre las piedras (véase la excelente reseña del ecuatoriano Eduardo Varas Carvajal, Mutar la palabra que te nombra). Punto. La boliviana Giovanna Riveiro es mi consuelo, como decimos aquí; tan o más chaparrita que yo, y guapísima. Punto. Hernán Ronsino, argentino típico, atractivo y buena gente, a pesar de los mitos que niegan la segunda parte. Guiño. Punto. El peruano Enrique Planas se cargaba una faringitis o algo peor. Punto. Se tejieron muchas especulaciones sobre su salud. Guiño. Punto. El colombiano Luis Miguel Rivas vive en Argentina y es todo un caballero, muy atento, con su cabello largo y túnicas de hippie de los sesenta. Punto. Con el ecuatoriano Miguel Antonio Chávez somos muy buenos amigos ahora en Facebook. Guiño. Punto. Sus post mordaces me encantan, así como los de Eduardo Varas, quien por cierto acaba de casarse. Punto. A propósito, Giovanna Riveiro también acaba de casarse. Puntos suspensivos. ¿Será que hay algún romance en mi horizonte, solo por haber estado en la FIL? Más puntos supensivos. Guiño. Punto. Hubo algunos con los que no pude compartir mucho: los colombianos Juan Álvarez y Andrés Burgos, el ecuatoriano Luis Alberto Bravo, el argentino Fabián Casas y los mexicanos Pablo Soler Frost y Emiliano Monge. Punto. Tarea pendiente para la 26 edición de la FIL Guadalajara. Guiño. Punto. Después de todo, tienen que volver a invitarme para reivindicarse por la margarita que me quedaron debiendo. Punto. Y esto que era mi cumpleaños. Puntos supensivos. Punto final (provisional).
NOTA: Aunque no son muy buenas, todas las fotografías son de "mua" y me reservo algunos derechos, excepto, claro. aquellas en las que aparezco.

Vista desde mi habitación del décimo piso del Hotel Riu.

El RIU, donde nos alojaron, es uno de los hoteles de cinco estrellas más nuevos de la ciudad.
Libros, libros, más libros. Sin dinero para comprarlos, debo conformarme con verlos y tocarlos. 
Feria inmensa...
Me reencuentro con mi admirado maestro Sergio Ramírez y conozco a Claribel Alegría en la presentación de la antología de poesía centroamericana Puertas abiertas.  
De izquierda a derecha, el poeta nicaragüense Erick Aguirre, "mua", que no soy poeta, y Claribel Alegría.
Hice realidad uno de mis sueños, conocer a Juan Gelman.
Con Daniel, maestro de la Preparatoria de Tlajomulco (a mi derecha) y el venezolano Roberto Martínez Bachrich.

Luis Miguel Rivas y Giovanna Riveiro.

Los chilenos Nona Fernández y Diego Muñoz Valenzuela.

Mi guía, Ulises Juárez Polanco, grande y tranquilo como un oso de peluche.

Los chicos haciendo bromas en el busito que nos llevaba a la cena ofrecida por el presidente de la FIL. De izquierda a derecha, Carlos Wynter de Melo, Francisco Díaz Klaassen y Juan Álvarez.

Durante la cena en la enorme residencia del presidente de la FIL: de izquierda a derecha, Hernán Ronsino, Daniela Tarazona y Carlos Wynter de Melo.

Aunque no pueda recordar los nombres, me he traído los rostros de muchas personas que trabajaron en la FIL. Gracias. ¡Hasta la próxima!

* * *