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7 de octubre de 2012

El oficio narrativo de María Eugenia Ramos

Por Sara Rolla*


De izquierda a derecha, Sara Rolla y María Eugenia Ramos
en San Pedro Sula, 2010.
El verdadero talento ha sido casi siempre fruto del desencanto. Los grandes maestros de la narrativa contemporánea, como Joyce, Proust, Virginia Woolf, Kafka, Faulkner y Camus, lo demuestran con creces.

Por lo tanto, no debe sorprendernos que el título del primer libro de relatos de María Eugenia Ramos sea Una cierta nostalgia y que sus páginas estén recorridas, precisamente, por un sentido de extrañamiento, inconformidad y búsqueda de una armonía perdida.

Conocíamos a María Eugenia como poeta y ahora se nos revela como narradora. En realidad, son distintas facetas de una labor estéticamente homogénea. Su oficio lírico le brinda un buen sedimento a su narrativa, por la propensión del poeta a filtrar los contenidos y esencializar las formas.

En un ensayo de Julio Cortázar titulado “Paseo por el cuento”1, el gran escritor explica cómo concibe esta especie narrativa. Aclara que casi todos sus cuentos “pertenecen al género fantástico por falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse…”.

Este principio cortazariano se aplica a los cuentos de María Eugenia, en los que la irrealidad está casi permanentemente al acecho, invadiendo lo cotidiano y dándole un carácter misterioso e inquietante. Como en los relatos de Cortázar, el paso del plano real al irreal se da imperceptiblemente, sin fisuras ni sobresaltos, quizás por la conciencia de que tal frontera es imprecisa.

Ese salto a lo sobrenatural obedece, en todos los casos, a condicionantes de orden psicosocial. Las diferentes historias, protagonizadas mayoritariamente por mujeres, presentan casi siempre un conflicto psicológico ligado a situaciones de insatisfacción vital, soledad y desamparo extremo. Así sucede, por ejemplo en “La partida”, relato lleno de enigmáticas sugerencias y símbolos sutiles que trata sobre el fin de una relación amorosa. Una circunstancia similar se aborda en el cuento titulado “Cuando se llevaron la noche”, donde se muestra un proceso de enajenación provocado por desajustes emocionales, en los que también intervienen la soledad y la incomunicación en la pareja.

Otros dos relatos que ensamblan con gran habilidad los planos real y fantástico e incorporan con eficacia el elemento onírico son “El viaje” y “El círculo”. En ambos, el conflicto se origina nuevamente en la frustración existencial de una mujer.  

Volviendo a los planteamientos de Cortázar, el autor argentino sostiene que una condición imprescindible en los cuentos bien logrados es su cualidad de ser “aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota”, su “apertura de lo pequeño hacia lo grande. De lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana”. Y esto también se cumple en los relatos de Una cierta nostalgia, que profundizan en el drama de la existencia y se abren a ricas interpretaciones desde distintos ángulos; entre ellos, el histórico-social, psicológico, filosófico e ideológico.

Un aspecto digno de resaltar es, en relación con la perspectiva histórica e ideológica, la dignidad ética y estética con que la autora aborda el tema, aún lacerante, de la sangrienta represión que abatió  a Honduras y Latinoamérica en las últimas décadas del siglo XX. Este enfoque se aprecia en los tres primeros cuentos: “El vuelo del abejorro”, “Para elegir la muerte” y “Domingo por la noche”.

En cuanto al relato que da el título al libro y cierra el volumen, se trata de un monólogo  con implicaciones simbólicas ricas y densas. Es posible relacionar al protagonista, como se ha hecho, con la figura de Francisco Morazán, y también con cualquier otro mártir de las causas populares.

En el aspecto técnico, María Eugenia denota una gran solvencia. Sus cuentos poseen intensidad, es decir, poder de concentración y reducción de la materia narrativa a sus elementos significativos esenciales, y también tensión, esa cualidad que constituye quizás la prueba de fuego en este género: la capacidad de mantener al lector en vilo hasta la última línea.

El estilo es conciso y lacónico y se halla impregnado de poesía. La vena lírica de María Eugenia aflora en el tono y el ritmo de la prosa, así como en oportunas metáforas y eficaces comparaciones, sin caer jamás en excesos retóricos.

El libro Una cierta nostalgia evidencia, en síntesis, una destreza en el oficio narrativo que enaltece no sólo a la autora, sino a la literatura hondureña en general, al constituirse en una de sus voces más frescas y estéticamente responsables. 

San Pedro Sula, 22 de marzo de 2001.



Notas
1. Publicado originalmente en Rolla, Sara (2006). Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, No. 4, pp. 61-64.
2. Julio Cortázar, "Paseo por el cuento". En Sánchez Vásquez, Antología. Textos de estética y teoría del arte. México, UNAM, 1972, pp. 330-338.

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*Sara Rolla, argentina, catedrática durante muchos años de la UNAH-Valle de Sula, actualmente jubilada. Académica de número de la Academia Hondureña de la Lengua.

30 de junio de 2012

Un cuento de Julio Cortázar: Posibilidades de abstracción

Julio Cortázar (Ixelles, Bélgica,
26 de agosto de 1914 - París, 
12 de febrero de 1984). 
Trabajo desde hace años en la Unesco y otros organismos internacionales, pese a lo cual conservo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma manera, si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual, y mientras me habla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.

El lunes pasado fueron las orejas. A la hora de la entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente ordenadas en dobles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.

El martes elegí algo que creía menos frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo pude ver cerca de doscientos que sobrevolaban las mesas en movimiento hacia atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un biftec. El miércoles preferí (con cierto embarazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazabn horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeñobatallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En el ascensor la saturación era indescriptible: centenares de botones inmóviles, o moviéndose apenas, en un asombrosocubo cristalográfico. Recuerdo especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones rojos dibujaban una delicada vertical, y aquí y allá se movían suavemente unos pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.

El miércoles era de ceniza, día en que los procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la circunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohino espectador de la llegada de centenares de bolsas llenas de papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-flakes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo una naranja se dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma a cierta altura de un depósito blanquecino. En este estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos y luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercerse arbitrariamente) podía ver además una bocanada de humo que se entubaba verticalmente, se dividía en dos translúcidas vejigas, subía otra vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se disersaba en barrocos resultados. Más tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida está llena de hermosuras así.

De Historias de cronopios y de famas (1962).
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