Portada del Anuario 1999. Fotografía: "A contramarcha... hacia el futuro", de Efraín Ascencio Cedillo. |
Hace tres lustros escribí este texto para presentarlo como ponencia en uno de los encuentros de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, desarrollados a lo largo de la década de los noventa como un espacio de diálogo y discusión para escritores, pensadores y artistas de la región. (Véase al respecto la conferencia Experiencias de los encuentros de intelectuales Chiapas-Centroamérica, impartida por el Dr. Andrés Fábregas Puig en Costa Rica.)
He querido reproducir el artículo hoy, quince años después, porque me parece interesante establecer una comparación entre la situación de la cultura, el arte y la literatura en Honduras a comienzos del siglo XXI y lo que tenemos hoy. En el año 2000, para el caso, no teníamos instituciones de cooperación como el Centro Cultural de España en Tegucigalpa, que ha desempeñado un importante papel en la promoción y difusión del quehacer artístico y cultural; el internet y las redes sociales apenas comenzaban a usarse en el país.
Ahora se escribe y se publica más, ¿pero cuánto hemos avanzado en términos cualitativos? ¿Qué papel desempeñan la educación formal y no formal? ¿Los problemas del sector editorial siguen siendo los mismos? En términos estructurales, ¿sigue el país en situación de desastre? Las preguntas quedan planteadas.
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Literatura hondureña para el nuevo siglo: perspectivas y desafíos[1]
María Eugenia Ramos
El final del siglo XX y el inicio de un nuevo milenio
implica para los pueblos latinoamericanos la disyuntiva de elegir entre asumir
su identidad, como un proceso forjado en un entorno social e histórico
específico, o plegarse incondicionalmente a las exigencias de una globalización
que pretende arrasar con nuestra memoria histórica y terminar de uniformarnos
en los parámetros de una tecnología a ultranza, que en nuestros países subdesarrollados
se convierte en analfabetismo tecnificado.
En estas circunstancias, la literatura y el arte, como
componentes esenciales de la memoria y la identidad de los pueblos, podrían
significar las tablas de salvación que nos permitan hacernos escuchar en los
centros culturales hegemónicos y contribuir, no solo a nuestra supervivencia
como pueblos, sino a la reafirmación de nuestro propio ser.
Lograr esta aspiración implica una relectura apropiada
de las contribuciones universales, así como la interpretación y codificación de
signos, para estar en capacidad de generar una obra con la solidez suficiente
para lograr validez universal, al tiempo que reafirme el proceso de
construcción de la identidad.[2]
Estos desafíos demandan, a la vez que una toma de
conciencia individual por parte de escritores y artistas, la construcción de
las condiciones mínimas indispensables en el entorno social para posibilitar la
creación, difusión y consolidación de la obra artística y literaria. Tales
condiciones abarcan la promulgación de políticas estatales apropiadas y
coherentes; toma de conciencia de la sociedad civil sobre la cultura como un
derecho fundamental; promoción de la lectura en todos los estratos y en todas
las formas posibles; y apertura y consolidación de espacios para la creación,
la investigación, la difusión, la crítica y el intercambio cultural.
Si el cumplimiento de estos parámetros es difícil aun
en países que constituyen auténticas potencias culturales en el ámbito
latinoamericano, como México, Argentina o Colombia, las dificultades adquieren
grados alarmantes en los países centroamericanos, históricamente desplazados al
último rincón del traspatio.
El huracán Mitch puso de relieve las debilidades
estructurales, económicas, políticas y sociales de la región centroamericana.
En Honduras, el país más afectado por este fenómeno natural, las
características de la sociedad hondureña, la dependencia, el atraso, las
desigualdades sociales, la corrupción, la ineficiencia gubernamental y privada,
la falta de conciencia sobre nuestras responsabilidades, agravaron el
impacto del huracán y continúan incidiendo para que no se haya avanzado mucho
desde entonces.
Una situación de desastre no es el marco más deseable
para el fomento de la cultura. Sin embargo, muchos sectores han reconocido que
la pregonada “reconstrucción” no servirá de nada si se limita a sustituir
carreteras, edificios y redes de servicio público obsoletas por otra
infraestructura igualmente deficiente. De lo que se trata es de generar y
aplicar alternativas propias que comprendan como una necesidad básica el
derecho a la educación y a la cultura —incluyendo la creación artística y
literaria— como elementos imprescindibles del desarrollo humano.
Y aquí entra en discusión un problema esencial, que
entraña una diversidad de subcomponentes y limitantes, y está íntimamente
relacionado con la cultura y la creación; el sistema educativo, en sus
dimensiones formal y no formal. Actualmente, las agencias de cooperación
internacional y el gobierno están auspiciando una serie de encuentros dirigidos,
según se ha informado, a lograr la participación de la sociedad civil y la
concertación de los diversos sectores en la elaboración de las políticas
educativas.[3]
Hasta ahora, dichos encuentros se han limitado a
abordar el tema desde la perspectiva de cómo entrenar individuos aptos para
competir en los mercados internacionales de la globalización, es decir, dotados
de destrezas computacionales y conocimientos de inglés. No obstante, la esencia
del problema es de carácter humano, y por tanto filosófico; el inglés y la
computación no serán más que adornos para venderse mejor si se carece de una
formación humanística integral que capacite, no solo para entender, sino para decidir sobre
el uso de las herramientas tecnológicas.
La educación y la cultura deben ser democratizadas, no
solo en cuanto al acceso a los bienes y servicios, sino también como parte de
un proceso de democratización de la sociedad en su conjunto. La cultura (y por
tanto la literatura y las artes) debería ser “el espacio en que se participa,
se juzga y se escoge”.[4]
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, resulta
más fácil comprender el por qué en Honduras la literatura y las artes continúan
luchando, no solo por romper el hermetismo de la sociedad hondureña y ocupar un
espacio propio, sino por trascender las fronteras, antes geográficas y ahora
comerciales.
En estos últimos años se ha manifestado un creciente
interés, tanto desde adentro como fuera del país, por aproximarse a la literatura
hondureña y revalorarla para subsanar los graves vacíos de que adolecen la
mayoría de las antologías y textos críticos sobre literatura latinoamericana,
en los que olímpicamente se ignora lo que se hace en Honduras, quizás porque es
más cómodo, al estilo de los antiguos europeos, asegurar que algo no existe
cuando en realidad no se conoce.
Los estudios más exhaustivos demuestran que en la
narrativa, y más específicamente la cuentística, hay un número considerable de
autores cuyo trabajo merece ser considerado, no solo por su sensibilidad hacia
el entorno social, sino también por reflejar criterios estéticos a la altura de
los parámetros universales.[5]
Cabe señalar, asimismo, como resultado de la correspondencia entre la realidad
social y el trabajo literario, la presencia de un número significativo de
autoras, sobre todo en poesía, y en menor medida en narrativa.
En cuanto a la novela, aún queda un largo camino por
recorrer. No se puede dejar de destacar el trabajo de Julio Escoto, no solo por
su volumen y constancia, sino por sus recursos estilísticos y su capacidad de
explorar la identidad y la memoria histórica a través de los códigos
lingüísticos, sin caer en lo discursivo, lo costumbrista, la linealidad ni la
xenofobia. Por su parte, Marcos Carías, narrador y ensayista, sobresale por su
búsqueda experimental.
La poesía es mucho más abundante y por lo mismo
requiere un mayor trabajo de descombro, sin que por ello desconozcamos que,
como apunta Helen Umaña, “todo es un proceso de lenta maduración en la que una
etapa prepara a la otra. (…) En este aspecto, ningún autor es innecesario.
Todos (…) ponen peldaños en la construcción del legado literario”.[6]
Es necesario decir que la reducida industria editorial
hondureña no ha logrado sobrepasar los límites de un mercado cautivo,
conformado por profesores de nivel medio y universitario que obligan a sus
estudiantes a comprar textos cuya selección no obedece siempre a criterios
estéticos, literarios ni aun pedagógicos, sino más bien atendiendo a la
comisión resultante de la venta o a la comodidad de no tener que hacer una
investigación más profunda para estar en capacidad de orientar a los
estudiantes.
Desde esta perspectiva, en Honduras se sigue
reproduciendo el cliché de que “la gente no lee”, lo cual es cierto, pero por
las mismas razones por las que no escucha música clásica, prefiere un cuadro
costumbrista a una instalación abstracta o vota por cualquiera de los dos
partidos tradicionales: porque es lo único que le han puesto al alcance, sin
restricciones.
A la par de “reeducar a los educadores”, es imperativo
buscar mecanismos alternativos para oxigenar la producción editorial. En este
aspecto, cabría pensar en la posibilidad de que algunas editoriales pequeñas
del área centroamericana, que por lo general están más vinculadas a la creación
artística y literaria porque sus objetivos van más allá del éxito comercial,
participaran en proyectos conjuntos de publicación.
México, y especialmente el Estado de Chiapas, han
propiciado el intercambio cultural entre los países de la región. Y aquí no
podemos dejar de mencionar el importante papel desempeñado por intelectuales
mexicanos como Andrés Fábregas Puig, Jesús Morales Bermúdez y su equipo de
colaboradores, quienes iniciaron la tradición de estos encuentros entre intelectuales,
artistas y trabajadores de la cultura, que han facilitado el intercambio de experiencias,
así como la reafirmación de nuestros lazos comunes.[7]
Esta saludable influencia podría expandirse mediante la convocatoria a
certámenes regionales y publicaciones conjuntas de obras que, a través de la
literatura o la investigación social y cultural, contribuyan a reafirmar
nuestras identidades como países y como región.
En conclusión, es largo el camino que la literatura
hondureña debe recorrer, y no lo andarán solos los narradores, poetas,
ensayistas y dramaturgos. Se tendrá que ir definiendo y recorriendo a la par de
los pueblos que conformamos la Nuestramérica que predicó Martí. Tenemos
conciencia de que, en el decir del poeta hondureño José Luis Quesada,
Nuestro tiempo es difícil.
Pero la vida lo rebasará.
Unos con otros nos
ayudaremos. Unos con otros.[8]
Y, como el poeta guatemalteco Humberto A’kabal,
pedimos fervientemente
Que la luz no le dé paso a
la oscuridad
para no perder la seña de
nuestro camino.[9]
______________
NOTAS
[1] Artículo
publicado en el Anuario 1999 del
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Universidad de
Ciencias y Artes de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, 2000. Presentado originalmente
como ponencia en el marco del tercer Encuentro de Escritores e Intelectuales
Chiapas-Centroamérica.
[2] Arzú Quioto, Santos
(2000). “La identidad en el nuevo orden mundial y el artista que genera
libertad”. En Trayectos, revista de
arte, literatura y pensamiento social. Al momento de escribir este artículo, el
primer número de esta publicación de gran formato (editada por María Eugenia
Ramos, con un comité editorial del que formaban parte Santos Arzú Quioto, Tito
Ochoa, Nolban Medrano y Ruth Helena Jaramillo) estaba diagramado y listo para
impresión. Desafortunadamente no llegó a publicarse.
[3] UNESCO
(1999). Hacia la transformación de la
educación hondureña. Tegucigalpa.
[4] Licona
Calpe, Winston (1995). “El debate internacional sobre las políticas
culturales”, en revista Huellas No.
44, agosto de 1995. Universidad del Norte, Barranquilla.
[5] Umaña,
Helen (1999). Panorama crítico del
cuento hondureño (1881-1999), Letra Negra - Editorial Iberoamericana.
Guatemala. P. 461.
[6] Ídem, p.
460.
[7] Encuentros
de escritores e intelectuales Chiapas-Centroamérica, realizados en la década de
los noventa. Desde 2013, Centroamérica
cuenta, evento anual organizado por un equipo de escritores e intelectuales
liderado por Sergio Ramírez en Nicaragua, cumple un papel similar en cuanto al
intercambio de visiones y experiencias de escritores y artistas de la región
centroamericana.
[8] Quesada,
José Luis (1981). Cuaderno de
testimonios. Editorial Universitaria, Tegucigalpa. P. 79.
[9] En Cinco puntos cardinales (1998).
Organización de Estados Americanos, Santafé de Bogotá, 1988. Ilustraciones del
artista hondureño Santos Arzú Quioto.
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