Foto: UNAH Estudiantes |
Desde
muy temprano se hace énfasis en el carácter militar del ceremonial, con los
tradicionales veintiún cañonazos distribuidos entre las seis de la mañana, doce
del mediodía y seis de la tarde, a los que pronto se agrega el ruido
ensordecedor de los aviones caza sobrevolando las ciudades, los helicópteros de
vigilancia, los paracaidistas, todo lo cual remite a un país en estado de
sitio. En las actuales circunstancias, no faltan además el registro humillante
de niños y niñas en la entrada del Estadio Nacional, como si se tratara de
terroristas, y los gases lacrimógenos arrojados contra quienes se atreven a
organizar desfiles paralelos.
Para
completar el carácter patriarcal y falto de valores ciudadanos de la forma de
conmemorar la separación de Centroamérica de España, cada banda de guerra
(nótese la transparencia de la denominación) lleva palillonas ataviadas y
maquilladas para estimular el morbo masculino. Los medios de desinformación,
que no de comunicación, lo resaltan con frases como “las palillonas del
instituto X dan una probadita de sus encantos”, frase real leída en el cintillo
de un noticiero en uno de los canales de televisión de mayor audiencia y menor
profesionalismo.
Este
es el espectáculo común que cada año se organiza desde el gobierno, contando con
la complicidad de las autoridades de centros educativos y la asombrosa
pasividad de docentes, padres y madres de familia, salvo raras excepciones de
estudiantes y docentes que se arriesgan a ser objeto de represalias. Sin
embargo, este año la mascarada resulta aún más evidente cuando se contrasta con
los asesinatos de niñas, niños y jóvenes cometidos en total impunidad por
grupos paramilitares, con la complicidad manifiesta del Estado en tanto que no
hay investigación ni mucho menos sanción de los perpetradores.
El
hecho de que algunos de los jóvenes asesinados hayan participado en protestas
antigubernamentales y posteriormente fueran sacados violentamente de sus casas
por hombres provistos de uniforme y equipamiento policial, para posteriormente
aparecer asesinados y con signos de tortura, deja un mensaje claro. La
disidencia se reprime con judicialización, como en el caso reciente de
estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, pero también con
la muerte. El retroceso de Honduras en materia de democracia y derechos humanos
es enorme; hemos regresado a la década de los ochenta, mucho antes de que
nacieran los niños y niñas que ahora son asesinados.
Algunas
y algunos nos preguntamos entonces: ¿cuál es la patria? ¿Es la de los discursos
adulcorados con los que nos anestesian cada 15 de septiembre? ¿Es la de un
general Francisco Morazán del que se exalta el militarismo, pero se anula su
visión en cuanto a, por ejemplo, la educación laica? ¿Es la de una clase
política desgastada y desautorizada por su responsabilidad en la corrupción, el
fraude, el saqueo de las instituciones? ¿Es la de una jerarquía eclesiástica
que no duda en utilizar la religiosidad popular para justificar sus propios
abusos y complicidades?
Es
fácil caer en el desaliento cuando nos damos cuenta de que toda nuestra visión
de patria e identidad ha sido construida sobre falsos imaginarios. Lejos de ser
un país bucólico de montañas e iglesias blancas, como lo pintan las estampas, somos
un país signado por la violencia, pero la versión oficial lo niega porque decir
la verdad espantaría al turismo. No es casual que decenas de miles de
compatriotas hayan tenido que emigrar, mientras otra parte de la población
sobrevivimos aferrándonos a la esperanza de poder cambiar una situación que
cada día se agrava más.
¿Hacia
dónde ver entonces en estas circunstancias? La respuesta siempre ha estado
aquí, sobreviviendo como flor en el cemento, asfixiada a veces por la
institucionalidad. Y no es casual la imagen de la flor, porque es precisamente
en el arte y la literatura ejercidos a conciencia, en el incipiente cine, en
las luchas de las mujeres, de las y los jóvenes, de las comunidades y pueblos
indígenas que defienden sus recursos naturales, de los colectivos que apuestan
contra la homofobia y la misoginia, en toda búsqueda que desafíe la comodidad
de la mentira oficial, que se pueden encontrar las visiones y asideros que
necesitamos para no conformarnos con sobrevivir, sino construir un país que
podamos llamar nuestro.
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