23 de abril de 2019

En el Día del Libro


Mis primeros recuerdos de los libros datan de cuando tenía tres años. Mi padre y mi madre se turnaban para leernos, a mi hermana y a mí, muchas y muy variadas historias. El primer libro que recuerdo es uno de formato pequeño, con el título Flor de leyendas, reunidas por Alejandro Casona. Según mi madre, a esa edad yo pedía: «¡El anillo de Tala quelo!», refiriéndome a «El anillo de Sakuntala». Curiosamente, no recuerdo la frase que ella me atribuye, pero sin duda recuerdo el pequeño libro, con forro de cubierta, como se acostumbraba en la época, y una leve sensación de reconfortante tristeza que me quedaba después de escuchar esa historia y otra igualmente melancólica, «El anillo de los nibelungos».

Tenía cinco años y aún no iba a la escuela cuando fui capaz de leer por mí misma esas historias, y a partir de allí me convertí en devoradora de libros, que me gustaba leer en la cama, boca abajo, mientras me comía un par de naranjas. Poco después aprendí a hacer yo misma pequeñas ediciones caseras, mecanografiando mis primeros cuentos, ilustrándolos y encuadernándolos. La vida después me trajo muchos vuelcos, y ha habido períodos en los que leer no ha sido la prioridad; pero aun así he aprovechado cualquier pequeño espacio para apropiarme de otros mundos con la cabeza hundida en el libro, por convulsa que fuera la realidad de ese momento.

Los libros me han permitido viajar a miles de kilómetros de distancia, y no en sentido figurado, sino real. Por ellos he podido visitar México, Colombia, Argentina, Nicaragua e Italia. Me han permitido estrechar la mano de Juan Gelman, abrazar a Claribel Alegría, tomarme un refresco de arroz con piña obsequiado por Tulita, la esposa de Sergio Ramírez, compartir el alojamiento con Leonardo Padura, compartir mesa con Gioconda Belli, y hacer amistad con gente que escribe que además son personas maravillosas, como Giovanna Rivero, de Bolivia, y Ulises Juárez Polanco, que ya no está físicamente.

Por las historias que sembraron dentro de mí, por las nacieron de mí y por las que vienen, nunca podré agradecer lo suficiente a los libros y a la palabra escrita.

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