24 de marzo de 2021

En memoria de Gustavo Campos

 

Jessica Isla, Gustavo Campos y María Eugenia Ramos.
Foto: publicada por Jessica Isla.

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Y busco.
Incansablemente busco.
Adonde vaya ofrezco un hermoso sol.
Gustavo Campos

Conocí a Gustavo Campos en 2010, cuando, por medio de una red social, me invitó a ir a San Pedro Sula a la presentación de su libro Los inacabados. Fue un evento concurrido, con la presencia de figuras reconocidas del medio literario de la ciudad y un público fervoroso que abarrotó la librería donde se presentó. Luego me acompañó a Tela, pues en las raras ocasiones en que visito la costa norte me ilusiona ir a ver el mar. Y allí empecé a conocer parte de su lado oscuro y sus obsesiones, que adormecía pasajeramente con el alcohol. Sin embargo, ese encuentro fue el inicio de una amistad que me permitió aproximarme a la literatura en una forma que antes no conocía.

Durante los años siguientes continuamos siendo amigos cercanos; incluso vivió en mi casa, en Tegucigalpa, durante dos temporadas, en diferentes épocas. Decidí apoyarlo con la esperanza,  quizás errónea, de que se ajustara a la «normalidad», de que retomara sus estudios o se dedicara a un oficio tal vez no muy glamoroso, pero que le permitiera generarse ingresos y seguir escribiendo sin tantos sobresaltos.

A finales de mayo de 2018 llegó a mi casa por unos días, para ponerse en tratamiento para sus adicciones por voluntad propia, y terminó quedándose por casi dos años. Me convertí durante ese período en su tutora, procurándole asistencia médica, aun con las terribles deficiencias del sistema de salud pública, y regañándolo cuando quería ceder a las tentaciones. Él tenía conciencia de la gravedad de su condición y de que era necesario a toda costa evitar el consumo de alcohol. Sin embargo, enfrentar las adicciones implica una guerra de por vida que no siempre se gana, y recayó en un par de ocasiones. La última recaída, en enero de 2020, fue tan grave que tuve que pedir a otros amigos de Gustavo que me relevaran en mis funciones de tutela, aceptando que mi ayuda en ese momento ya no era útil.

Hago una pausa y releo el verso en el que Gustavo se pregunta si conserva su sonrisa de niño. Y puedo decir que sí, sonreía y era feliz como un niño cuando lo invitaban a un helado de vainilla, cuando le ofrecían degustaciones en los supermercados, con muchas de esas cosas triviales que nos dan un poco de alegría entre tantas aguas oscuras.

Como escritor talentoso y tenaz, Gustavo deja un legado trascendente en su obra poética, narrativa y ensayística, extensa y de calidad notable, más aún considerando que aún no había cunmplido los 37 años. En vida, el reconocimiento que merecía se vio empañado por las clásicas camarillas literarias. Tuvo el valor de retirarse de un círculo donde predomina la misoginia, lo cual le costó exclusión y burlas. Sin embargo, esa decisión le permitió mejorar mucho como ser humano, incluso iniciar un proceso de deconstrucción de la cultura patriarcal en la que fue formado, y acercarse a otros espacios donde se le valoró y apreció.

El reconocimiento más notable que obtuvo en vida fue la publicación en España de su novela El libro perdido de Eduardo Ilussio, con la que obtuvo en 2016, en una versión distinta, un premio centroamericano de novela otorgado por la Sociedad Literaria de Honduras. Aunque su obra está incluida en diversas antologías centroamericanas y latinoamericanas, fue la primera vez que su nombre apareció en el catálogo de una editorial europea. Pero las instituciones hondureñas del ámbito académico tienen una gran deuda con su trabajo. Espero que Casasola Editores, tenga la oportunidad de reeditar la obra de Gustavo Campos para que tenga las nuevas relecturas y valoraciones que merece.

En enero de 2021, a pocos días de su 37 cumpleaños, que hubiera sido el 29 de enero, Gustavo Campos, nómada por elección propia, volvió a mudarse de ciudad, esta vez definitivamente, sin despedirse de quienes amaba, justo como presentía en su poesía profética. Pero un poco de él, de ese hermoso sol no siempre visible que “ofrecía a donde fuera”, como dicen sus versos, permanecen en quienes les conocimos.

(Publicado originalmente en la revista cultural centroamericana La Zebra).

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