Jessica Isla, Gustavo Campos y María Eugenia Ramos. Foto: publicada por Jessica Isla. |
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Y busco.Incansablemente busco.Adonde vaya ofrezco un hermoso sol.Gustavo Campos
Conocí a Gustavo Campos en 2010, cuando, por medio de
una red social, me invitó a ir a San Pedro Sula a la presentación de su libro Los inacabados. Fue un evento
concurrido, con la presencia de figuras reconocidas del medio literario de la
ciudad y un público fervoroso que abarrotó la librería donde se presentó. Luego
me acompañó a Tela, pues en las raras ocasiones en que visito la costa norte me
ilusiona ir a ver el mar. Y allí empecé a conocer parte de su lado oscuro y sus
obsesiones, que adormecía pasajeramente con el alcohol. Sin embargo, ese
encuentro fue el inicio de una amistad que me permitió aproximarme a la
literatura en una forma que antes no conocía.
Durante los años siguientes continuamos siendo amigos
cercanos; incluso vivió en mi casa, en Tegucigalpa, durante dos temporadas, en
diferentes épocas. Decidí apoyarlo con la esperanza, quizás errónea, de que se ajustara a la
«normalidad», de que retomara sus estudios o se dedicara a un oficio tal vez no
muy glamoroso, pero que le permitiera generarse ingresos y seguir escribiendo
sin tantos sobresaltos.
A finales de mayo de 2018 llegó a mi casa por unos
días, para ponerse en tratamiento para sus adicciones por voluntad propia, y
terminó quedándose por casi dos años. Me convertí durante ese período en su
tutora, procurándole asistencia médica, aun con las terribles deficiencias del
sistema de salud pública, y regañándolo cuando quería ceder a las tentaciones.
Él tenía conciencia de la gravedad de su condición y de que era necesario a
toda costa evitar el consumo de alcohol. Sin embargo, enfrentar las adicciones
implica una guerra de por vida que no siempre se gana, y recayó en un par de
ocasiones. La última recaída, en enero de 2020, fue tan grave que tuve que
pedir a otros amigos de Gustavo que me relevaran en mis funciones de tutela,
aceptando que mi ayuda en ese momento ya no era útil.
Hago una pausa y releo el verso en el que Gustavo se
pregunta si conserva su sonrisa de niño. Y puedo decir que sí, sonreía y era
feliz como un niño cuando lo invitaban a un helado de vainilla, cuando le
ofrecían degustaciones en los supermercados, con muchas de esas cosas triviales
que nos dan un poco de alegría entre tantas aguas oscuras.
Como escritor talentoso y tenaz, Gustavo deja un
legado trascendente en su obra poética, narrativa y ensayística, extensa y de
calidad notable, más aún considerando que aún no había cunmplido los 37 años.
En vida, el reconocimiento que merecía se vio empañado por las clásicas
camarillas literarias. Tuvo el valor de retirarse de un círculo donde predomina
la misoginia, lo cual le costó exclusión y burlas. Sin embargo, esa decisión le
permitió mejorar mucho como ser humano, incluso iniciar un proceso de
deconstrucción de la cultura patriarcal en la que fue formado, y acercarse a
otros espacios donde se le valoró y apreció.
El reconocimiento más notable que obtuvo en vida fue
la publicación en España de su novela El
libro perdido de Eduardo Ilussio, con la que obtuvo en 2016, en una versión
distinta, un premio centroamericano de novela otorgado por la Sociedad
Literaria de Honduras. Aunque su obra está incluida en diversas antologías
centroamericanas y latinoamericanas, fue la primera vez que su nombre apareció
en el catálogo de una editorial europea. Pero las instituciones hondureñas del
ámbito académico tienen una gran deuda con su trabajo. Espero que Casasola
Editores, tenga la oportunidad de reeditar la obra de Gustavo Campos para que
tenga las nuevas relecturas y valoraciones que merece.
En enero de 2021, a pocos días de su 37 cumpleaños, que hubiera sido el 29 de enero, Gustavo Campos, nómada por elección propia, volvió a mudarse de ciudad, esta vez definitivamente, sin despedirse de quienes amaba, justo como presentía en su poesía profética. Pero un poco de él, de ese hermoso sol no siempre visible que “ofrecía a donde fuera”, como dicen sus versos, permanecen en quienes les conocimos.
(Publicado originalmente en la revista cultural centroamericana La Zebra).
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