22 de abril de 2012

El Poeta Óscar Acosta

María Eugenia Ramos

El poeta Acosta en su casa de la colonia Alameda de Tegucigalpa. (Foto: Nolban Medrano.)
La palabra poeta, como sustantivo común, se escribe con minúscula, a menos que encabece la oración, de acuerdo con los postulados de la Real Academia de la Lengua, cuyo capítulo en Honduras, por cierto, don Óscar Acosta ha presidido durante las últimas décadas. Sin embargo, cuando se habla de él la palabra se vuelve adjetivo calificativo y pronombre, al punto de que es difícil resistir a la tentación de escribirla con mayúscula.

La poeta y amiga Yadira Eguigure nos narra que, según una anécdota que escuchó, durante una de las visitas de don Óscar a Guatemala, una ayudante de la casa de Helen Umaña creyó que el nombre del visitante era Poeta y su apellido Acosta. Y su deducción fue acertada. A los 79 años de vida, cumplidos el 14 de abril, Poeta debería figurar en su tarjeta de identidad: Poeta Óscar Acosta.

De todas las referencias  y títulos honorarios que se le han dado, hay dos que en mi opinión destacan por la fidelidad con que lo describen: “Poeta de Honduras”, título escogido para una recopilación de su vida y obra publicada por la Editorial Guaymuras de Tegucigalpa en 1996; y “bonhomía”, en el sentido de humana capacidad para relacionarse, término empleado por el escritor Marcos Carías.[1]

“Poeta de Honduras” expresa su hondureñidad, entendida como ese conjunto de maneras de ser que identifican, si no a la totalidad, al menos a buena parte de quienes nacimos y vivimos en este trozo de tierra centroamericana. Don Óscar las conserva y las practica sin que los estiramientos que asociamos al ejercicio diplomático de muchos años hayan menguado su disfrute de la vida cotidiana. Uno de los mayores goces que recuerdo de las veces en que me invitó a tomar café en su casa de la colonia Alameda es el de mojar el pan dulce (el de yema es su preferido) en el líquido humeante antes de llevarlo a la boca con los dedos, hábito que tanto él como yo tenemos, y que proviene de nuestros ancestros rurales.

En cuanto a la bonhomía, referida al trato cordial, sincero y desprovisto de afectación que dispensa a cuanta persona le conoce, no es común en los medios literarios, especialmente en un país pequeño como el nuestro, donde la maledicencia y la zancadilla parecieran ser imprescindibles para dar a conocer una obra por encima de las demás. Muy en confianza, el Poeta ha contado las razones que en el pasado lo llevaron a distanciarse de ciertas amistades muy prominentes en el medio, sin que por ello se haya vuelto amargado ni censor de la obra de otros escritores.

A mi juicio, es la bonhomía la que le ha permitido, a pesar de su comodidad económica y sus relaciones con los más poderosos sectores financieros y políticos de Honduras, ser siempre un demócrata en el mejor sentido de la palabra. Es autor de algunos de los mejores poemas de amor de la literatura hondureña, pero también escribió Mi país, un extraordinario alegato contra la represión forjado en imágenes de gran altura poética.

Sin declararse ferviente revolucionario, como quizá algunos esperarían, ha creído y practicado la libertad de opinión. Siempre reconozco con gratitud su amable presión para que escribiera y publicara en la Revista “Vida” de Diario El Heraldo, durante la época en que estuvo al frente de este suplemento, durante la década de los noventa; no necesariamente porque estuviera de acuerdo con mis ideas, sino porque pensaba que todos y todas deberíamos tener el derecho a expresarnos.

Obviamente, los años vividos no dejan de cobrar su cuota, y en el caso del Poeta, mi amigo, mi padrino literario, “el tiempo ha caído sobre su cuerpo”, en palabras de la gran Clementina Suárez. Anhelo que el tiempo sea amable y nos permita volver a escuchar de su boca las anécdotas que nos han hecho reír con su gran sentido del humor, mientras disfrutamos de la tradicional taza de café y pan de yema en su casa, ante la gran mesa de caoba hondureña y bajo el retrato de su amada esposa. Quiero que el Poeta resista para presentarle a la nueva generación de escritores que aprecian su trabajo. Mientras tanto, le envío una vez más la admiración y cariño de siempre, mío y de Honduras.

Tegucigalpa, 11 de abril de 2012.




[1] Eguigure, Yadira (2010) y Carías, Marcos (2010), en Revista Umbral, Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Año III, No. 3, marzo de 2011, edición especial.
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