4 de junio de 2014

Maya Angelou, mujer que trascendió desde su voz

Texto y selección de poemas por Fabio Castillo*



Maya Angelou en 2008. Fuente: Wikipedia.

Durante mi corta estadía en Madrid en el 2011, visité la biblioteca «Miguel Hernández» en el municipio de Collado Villaba, un hermoso lugar al noreste de la capital española. Fue en ese sitio donde tuve un breve encuentro con la poesía de Maya Angelou. Conocía su labor como activista de los derechos civiles en EE.UU., su incursión como actriz y cantante pero no había tenido la oportunidad de leer su poesía. Fue un encuentro fugaz, pero que fortaleció —en gran manera— mi percepción de la mujer como fuente creadora, y que me llevaría a confirmar la magnitud de ésta como incansable luchadora del verso. La dualidad emocional y el sincretismo en la poesía de Angelou es la impronta que definió su letra, su vida, su lucha. Violada a los 8 años por el novio de su madre, sufrió de afasia por un largo tiempo, y fue por medio de las letras que reencontró esa identidad que se escondía en sus poemas. Eso detonó una lucha histórica y transformadora. Fue la primera mujer de la raza negra en conducir un tranvía en la ciudad de San Francisco. Fue recia defensora de los derechos de las minorías y una mujer que trascendió desde su voz, desde su silencio, desde su resistencia. Maya murió el 28 de mayo. Tenía 86 años y un mundo que cargaba a sus espaldas. Una historia que colgaba de su pelo y una voz que nos cantaba el amor, la culpa, el miedo, el África en cada poema.

Comparto dos de sus escritos para agradecer a una poeta que nos enseñó a esperar en la vida, el innegable final de la jornada.



Los hombres


Cuando era joven, solía mirar
Detrás de las cortinas
A los hombres que iban y venían por la calle. Hombres viejos, borrachos.
Hombres jóvenes, más ácidos que la mostaza.
Los veía. Los hombres siempre
Están yendo a alguna parte.
Ellos sabían que estaba ahí. Con quince
Años, y famélica.
Se paraban bajo mi ventana
Con los hombros en alto como los
Pechos de una adolescente,
Y la cola del traje palmeándoles
las nalgas.
Los hombres.

Un día te toman con delicadeza
entre sus manos, como si
fueras el último huevo crudo de la tierra.
Después aprietan.
Un poquito no más.
El primer estrujón es agradable. Un abrazo rápido.
Suaves hasta tu indefensión. Un poquito más.
Y empieza a doler. Te arrancan una
sonrisa que patina en el miedo.
Cuando se acaba el aire,
el cerebro te explota, estalla breve y ferozmente
como la cabeza de un fósforo.
Hecho trizas.
Es tu jugo el que baja por sus piernas.
Manchándoles los zapatos
mientras la tierra vuelve a enderezarse,
y el gusto trata de retornar a la lengua.
Tu cuerpo ya se cerró.
Para siempre. No existen llaves.

Después la ventana se cierra toda sobre
Tu mente. Ahí, detrás
del oscilar de las cortinas, caminan los hombres.
Sabiendo algo.
Yendo a alguna parte.
Pero esta vez, nada más voy a
pararme y mirar.

A lo mejor.


Una presunción

Dame tu mano

Hazme lugar
para que te lleve
y te siga
más allá de este furor de la poesía.

Deja para los otros
la intimidad
de tocar las palabras
y el amor por la pérdida
del amor.

A mí
dame tu mano.


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Fabio Castillo (Comayagua, Honduras) es poeta y gestor cultural. Fue miembro del Círculo Literario de Comayagua y miembro fundador del movimiento literario «Lienzo breve». Sus trabajos han sido antologados en Sociedad Anónima (2007). Actualmente prepara la publicación de su primer poemario.

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