Afiche: Tomado de MUA: Mujeres en las Artes |
Juana la Loca y yo nunca
fuimos amigas. Soy más bien retraída, nunca he sido visitante asidua de cafés
ni bares, y dejé de ir a fiestas desde antes de salir de la adolescencia. Cuando
consumo alcohol, procuro que no sea en exceso, y de preferencia lo hago entre
amistades de mucha confianza. Me molesta el humo del cigarro y rehúyo los
espacios donde lo que empieza como diversión termina en insultos, agresiones o
vómitos. Sí, lo sé, soy fresa y aburrida; pero agradezco que me permitan ser y
sentirme cómoda. Por estas razones, el personaje de Juana la Loca me intimidaba,
y tristemente no conocía a Margarita Velásquez, la mujer que estaba detrás.
Hace más de tres
décadas, yo salía una noche del Teatro Manuel Bonilla acompañada de un grupo de
personas, después de haber asistido a una de las presentaciones del Festival
Bambú. Sorpresivamente, escuché que una mujer que yo no conocía nos gritaba: «¡Ajá,
grandes putas que andan corriendo atrás de un pene comunista!». Asustada y avergonzada,
pregunté quién era, y alguien me dijo: «Es Juana la Loca».
Reconozco que me ganó el
prejuicio, y durante mucho tiempo no fui capaz de valorar la poesía de Juana
Pavón. Sin embargo, con los años aprendí a
reevaluar muchos de mis criterios, sobre todo desde la óptica de la
reivindicación de las mujeres. No había logrado interesarme por completo en
esta autodenominada «poeta de la calle», cuyo desparpajo me seguía intimidando,
pero había podido entender e identificarme con algunos de sus poemas.Cuando Juana enfermó gravemente comencé a percibirla de otra manera. Coincidimos en una lectura de poesía que se hizo en el Parque Central de Tegucigalpa, y nos fotografiamos juntas. No me insultó, y yo la saludé con respeto. Para mi sorpresa, después me envió una «solicitud de amistad» por una red social, y la acepté de inmediato. Me alegró que comentara una foto de mi gata Matilda, y así me enteré de que tenía compañeros felinos, como yo.
La vida hizo que el teatro,
tal como aquella lejana noche me mostró la parte agresiva de Juana
la Loca, el personaje, después me permitiera conocer a Margarita Velásquez, la
mujer. El grupo teatral Bambú, el mismo que todos los años organiza el festival
del mismo nombre, montó la obra Juana la
Loca del salvadoreño Carlos Velis, adaptada y dirigida por la maestra Luisa
Cruz, como parte de su campaña para recaudar fondos destinados al tratamiento de
Juana. La obra fue escrita en 2002, y seguramente ya había sido representada muchas veces;
pero para mí fue todo un descubrimiento, porque por primera vez conocí la
historia de Margarita Velásquez, huérfana, pobre, abusada y violada a temprana
edad, golpeada una y otra vez, presa, engañada, maltratada (ahora lo sé) hasta
por hombres icónicos del pensamiento marxista hondureño. Entonces me di cuenta
de que ese muro de insultos, ese apenas subsistir entre el estado alcohólico y
la resaca, eran la única forma posible de mantener la cordura. Y entendí
también cuán increíblemente brillante tuvo que ser su talento poético para nacer
y afianzarse entre tanta miseria.
Margarita Velásquez
falleció en la madrugada del 28 de marzo, me ilusiona creer que en paz, rodeada
del cariño sincero que le prodigaba la gente. Soy por naturaleza escéptica y
muchas veces me quejo de nuestra ingenuidad como pueblo; pero el que de muchas
maneras se haya comprendido y reivindicado a Juana me muestra que aún hay
esperanza.
Despedimos a Margarita
Velásquez, pero Juana Pavón se queda. Por derecho propio tiene un lugar junto
a Clementina Suárez, Amanda Castro y otras precursoras y transgresoras. Solo espero que, como en el caso de Clemen, pasado el fragor de las
anécdotas podamos llegar a la justa valoración de su vida y su obra. Y, puestas
a esperar, también espero que terminen la misoginia, el abuso y el maltrato.
Que ninguna niña ni mujer tenga que pasar por lo que pasó Margarita. Que no sea
necesario pelear con tanta desesperación por ocupar el lugar que como mujeres,
como seres humanos, nos pertenece.
María Eugenia Ramos
Tegucigalpa, 29 de marzo de 2019.