14 de julio de 2012

Homenaje a Ventura Ramos en el 104 aniversario de su nacimiento

Retrato


En este país
vive un viejo de ochenta años,
enfermo, casi sordo,
lleno de rituales y afectos.

Con su andador de niño
va de su cuarto al comedor,
pelea con su mujer y con las nietas,
va al patio, regresa.

Desde su escritorio
sueña con un país mejor,
el verdadero,
se conmueve, se indigna
y con la furia de su espera
lanza páginas en llamas
contra los enemigos de la Patria.
María Eugenia Ramos
(De Porque ningún sol es el último, Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989.)


Análisis, testimonio y reto

PRÓLOGO DE RAMÓN OQUELÍ A LA PRIMERA EDICIÓN DE 

HONDURAS, GUERRA Y ANTINACIONALIDAD, DE VENTURA RAMOS 

Por lo general, los escritores hondureños más afamados han muerto jóvenes, o dejaron de escribir al llegar a cierta edad, o se retractaron en la madurez de su existencia biológica de las actitudes de avanzada que habían anunciado en su juventud. Don Ventura Ramos Alvarado, originario de la tierra de Lempira, es, en éste y en otros aspectos, una de las excepciones dentro del no excesivamente frondoso campo del pensamiento y las letras hondureñas. A sus 79 años, que hoy 14 de julio acaba de cumplir (nacer en esta fecha es coincidir con las conmemoraciones del ataque victorioso a La Bastilla y el día inicial del visionario Ramón Rosa), y pese a haber sufrido una amplia gama de persecuciones, presidio, exilio y en la actualidad un fuerte golpe a la salud física, se sigue manteniendo lúcido mentalmente, firme en sus viejas convicciones y consecuentemente digno e indignado por la lamentable situación económica, moral y política en que se encuentran atrapados su gente, su terruño.

Hace medio siglo, al estallar la guerra civil española, el profesor egresado de la Escuela Normal (excelente semillero de algunos maestros que, sin ascender a los escaños universitarios, dieron muestras de haber adquirido mejor formación que muchos de los egresados de la máxima casa de estudios), tomó conciencia de que dentro y fuera de las fronteras nacionales se mantiene una lucha cuyo final no parece estar cercano, entre quienes defienden primordialmente sus intereses particulares, inseparables del mantenimiento de la situación predominante, y los que pretenden transformar las instituciones existentes para construir una existencia auténticamente humana. El profesor Ramos se dedicó a la enseñanza del idioma, y desde órganos periodísticos como Vanguardia Revolucionaria, El Cronista y Tiempo, a la divulgación de ideas transformadoras, a denunciar injusticias y a proponer soluciones. Y hoy, en una de las horas más graves de la patria, cuando estamos al borde de la desnacionalización total, nos brinda este vigoroso ensayo, que es a la vez denuncia, análisis, testimonio y reto.

El maestro Ramos se lamenta al ver a sus compatriotas “humillados, degradados y abyectos, además de aterrorizados y hambrientos”, ciegos al momento de concurrir a las urnas, incapaces hasta ahora de ejercer la fuerza potencial popular para organizarse y desarrollarse, carentes de identidad nacional por falta de autenticidad, por no haberse resistido a la absorción y ocupación por parte de los intereses norteamericanos, viviendo una parálisis moral, con la moral desgarrada por falta de entereza. Sin una burguesía propia, porque el capitalismo periférico impidió su crecimiento, y la cual, al carecer de poder político, ha sido incapaz de formular un proyecto nacional que incorporara “a todos los sectores de la producción y de la política, así como a instituciones de gran poder de convocatoria como la Iglesia Católica”. En el otro extremo, el minifundio define la “vida frustrada de los campesinos”.

Dentro de tanta miseria material y moral, lo único que practicamos con alegría son las elecciones en las que el pueblo elige gobernantes que dependen de los militares. “Pasadas las elecciones el pueblo estorba en Honduras”, se convierte en enemigo potencial dentro de la doctrina de seguridad nacional. Siguiendo la lógica de la fuerza en contra de la lógica de la historia, se desarticulan las organizaciones sindicales, estudiantiles, magisteriales, campesinas; son objeto de presión y asalto “para imponerles juntas directivas apoyadas y asistidas por los cuerpos represivos de la política de seguridad”. La democracia liberal, “tradicional y endeble, desapareció con la militarización del gobierno”. Se produce el terror como definición política, el estado de sitio permanente, “bajo el paraguas económico y militar del imperialismo norteamericano”, que nos ha convertido en protectorado de hecho, en plataforma de agresión que “apunta hacia adentro, al norte, al sur, el este y al oeste”. “El poder nacional de decisión está perdido y el gobierno de turno no hace otra cosa que adaptarse más y más a las consecuencias que derivan de la dependencia total”.

Al concurrir todo lo contrario de lo que postularon Valle, Morazán, Rosa, Froylán Turcios, Visitación Padilla y muchos más, necesitamos reiniciar el proceso histórico, librar “la batalla decisiva por la segunda liberación nacional”. “La mentira, el engaño y el cinismo oficiales deben ser sustituidos por la verdad y la dignidad que la patria reclama como puntos de partida para recobrar el prestigio perdido en la escala internacional”. Avanzar, “sin servidumbre alguna, por la amplia vía de la cultura humanística, la única que nos puede permitir evolucionar del vasallaje a la cooperación internacional, cuya base es la igualdad de derechos y el beneficio mutuo”. No podemos aceptar seguir siendo víctimas de un anticomunismo desesperado, que ha alcanzado un carácter patológico y se ha “inflado hasta el salvajismo”. Donde la verdad es vista como subversiva, nuestra defensa estará asentada en “nuestra capacidad de imponer la verdad sobre la falsificación de nuestra escala de valores nacionales”.

Aunque no es tarea fácil la de construir una nación, ni “llegar a la profundidad de una revolución”, don Ventura no ha perdido la esperanza de que los hondureños asumamos nuestra responsabilidad, pese a toda la campaña para norteamericanizarnos irremediablemente. “El proceso avanza hacia la toma de conciencia y por tanto, el ideal de convertirse en pueblo para sí, es decir, en sujeto consciente de su soberanía y su derecho a autodeterminarse, no está lejano”. Soberanía y democracia, que vienen a ser en la presente crisis “categorías idénticas. Los pueblos no pueden luchar por una de ellas en particular. Las dos se refuerzan mutuamente y se desarrollan juntas”. Muchas más reflexiones y denuncias nos ofrece este testimonio de quien, profundamente indignado por la miseria, la desorientación y el sometimiento, sintetiza, a manera de un manual de patriotismo, pensamientos que parten de una actitud consecuente. Queda por ver la respuesta que demos a este reto los amigos y admiradores de don Ventura Ramos, los hondureños todos.

Tegucigalpa, 14 de julio de 1987.

Ramón Oquelí



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