Era 1979 y yo tenía 19 años cuando
escribí "Los visitantes", el primero en orden cronológico de los
cuentos reunidos en Una cierta nostalgia.
Si no me equivoco, el cuento fue publicado en un periódico, no recuerdo en
cuál, porque no he tenido el cuidado de recortar y guardar mis publicaciones.
Sin embargo, no olvido que días después de la publicación del cuento me
encontré en el puente Mallol de Tegucigalpa con un conocido, activista
sindical, quien me reclamó por haber escrito un texto que narraba hechos
imaginarios. "No entiendo qué se propone usted con ese cuento, María
Eugenia", me reprochó. Ese fue uno de mis primeros encuentros
—encontronazo, se podría decir— con la crítica literaria.
En 1980 mi cuento "Domingo por
la noche" fue publicado en Alcaraván,
en mi opinión la mejor revista literaria de Honduras, dirigida por el poeta
hondureño Rigoberto Paredes, de grata recordación. En aquella ocasión, según me
comentó el propio poeta Paredes, un señor le escribió muy molesto porque la
revista había publicado ese cuento que contenía "malas palabras",
además de alusiones a la conducta sexual de los soldados que figuran como
personajes.
Entre 1981 y 1989 hubo un
paréntesis en el que no escribí ningún cuento. Las circunstancias históricas de
la época nos obligaron a muchas y muchos jóvenes que habíamos participado en el
movimiento estudiantil a oponernos de todas las formas posibles a la ocupación
del país por tropas extranjeras. Debido a ello conocí el exilio y la
clandestinidad, hasta que en agosto de 1986 pude regresar a Honduras, gracias a
la intervención del entonces Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, don
Leo Valladares, a quien nunca le estaré lo suficientemente agradecida.
Mi experiencia de vida durante ese
tiempo me permitió escribir Porque ningún
sol es el último, poemario publicado en 1989, también gracias a la
generosidad del poeta Rigoberto Paredes, en la entonces recién creada Ediciones
Paradiso. El libro fue muy bien recibido entre los círculos intelectuales del
momento, aunque hasta el día de hoy nunca he sabido cuántos ejemplares se
vendieron.
Durante la década de los noventa,
yo misma fundé un proyecto editorial, con el apoyo de mi familia. Y fue a lo
largo de esa década, en los intervalos que me dejaba el trabajo, que escribí la
mayoría de los cuentos incluidos en Una
cierta nostalgia, que en 1998 el poeta Óscar Acosta, otro gran ser humano a
quien le estoy muy agradecida, publicó en la sección "Hondulibros",
suplemento del diario El Heraldo, con
las ilustraciones del maestro Ezequiel Padilla Ayestas que he recuperado para
la cuarta edición que esta noche estamos presentando con el sello de la
Editorial Guaymuras. En el año 2000 los cuentos se publicaron como libro, en
una edición de mil ejemplares que se vendió casi íntegramente en San Pedro
Sula, gracias al apoyo de la maestra Sara Rolla, entonces catedrática del que
era Centro Universitario Regional del Norte, hoy UNAH-VS.
Es curioso que, a pesar de que soy
de Tegucigalpa y en los años noventa participé acivamente en el movimiento
cultural de la ciudad, Una cierta
nostalgia no tuvo ninguna difusión en los medios intelectuales capitalinos.
Fuera de Sara Rolla y Helen Umaña, ambas residentes en San Pedro Sula, nadie
escribió sobre este libro, sino hasta 2011, cuando Mario A. Membreño Cedillo
escribió un artículo crítico. Los antólogos nacionales, con apenas un par de
excepciones, tampoco lo incluyeron en sus antologías.
A pesar de este silencio entre casi
todos los escritores y académicos más próximos a mí en términos cronológicos,
el libro se abrió puertas por sí mismo para encontrarse con las generaciones
más recientes de escritoras y escritores, entre ellos quienes me han brindado
su amistad y me acompañan esta noche: Jessica Sánchez, Kalton Bruhl, Luis
Fernando Lezama y Gustavo Campos, a quien le
agradezco el haberme conectado con las generaciones surgidas a partir de 2010.
Dos amigas muy queridas, las poetas
Soledad Altamirano Murillo y Yadira Eguiguire, también han contribuido generosa
y desinteresadamente a darme a conocer entre sus estudiantes. Pero mi mayor
sorpresa ha sido enterarme de que un maestro de Ocotepeque, a más de
cuatrocientos kilómetros de aquí, hizo que sus estudiantes leyeran mi libro en
fotocopia, porque no había ejemplares disponibles. Mi amiga Wendy Alfaro, aquí
presente, fue una de esas estudiantes.
Hoy, afortunadamente, la historia
es distinta. Dieciséis años después de su primera publicación como libro, Una cierta nostalgia está recibiendo el
reconocimiento y la difusión que no tuvo ni siquiera en 2011, cuando gracias a
él fui seleccionada por la FIL Guadalajara como una de "Los 25 secretos
literarios mejor guardados de América Latina". Ningún medio de
comunicación del país, ni entidad académica o literaria, hizo mención de ese logro.
Pero a pesar del silencio oficial, este libro siempre ha tenido lectores y
lectoras entusiastas, especialmente jóvenes, que lo han leído por iniciativa
propia, se han identificado con él y lo han hecho suyo.
Por ello, cuando las personas a mi
alrededor me preguntan si voy a publicar otra obra, cuando yo misma me
cuestiono sobre mi vocación de escritora, percibo los sentimientos que este
libro ha despertado, evidentemente de soledad, de inconformidad y búsqueda,
pero también de amor y ternura, de esperanza en la posibilidad de la
literatura, incluso en un país destrozado, hundido por la corrupción, la
codicia y la desvergüenza de la clase gobernante. Y entonces le doy gracias a
la vida y a sus vicisitudes, porque sin ellas no hubiera escrito este libro que
me ha abierto y me sigue abriendo tantas puertas.
Agradezco a los escritores Néstor Ulloa, Jessica Isla, Gustavo Campos, Kalton Bruhl y
Luis Fernando Lezama por su amistad y generosos
comentarios, como también a todas y todos ustedes por su grata compañía
esta noche. Un abrazo a la distancia para la talentosa Lourdes Soto, quien tomó
la fotografía de cubierta para esta edición.
Finalmente, quiero agradecer al
Centro Cultural de España por las facilidades brindadas para esta presentación;
a Isolda Arita, mi amiga y directora de la Editorial Guaymuras, y a su equipo, por
las oportunas sugerencias que contribuyeron a mejorar esta edición. Y a mi
padre y a mi madre, quienes no solo me dieron la vida, sino que la hicieron más
feliz y productiva con los libros.
Tegucigalpa,
14 de febrero de 2017.